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Una Cierta Mirada

El problema de Rajoy no es Ciudadanos, es el bloqueo de España

El mal de fondo es que España está políticamente bloqueada desde octubre de 2015

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (d), y el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

El PP está atravesando todas las estaciones del recorrido que precede a la entrada en talleres para reparación general —o, quizá, para jubilación y desguace—. En medicina se llama 'síndrome de disfunción multiorgánica', y sucede cuando todo lo que funcionaba comienza a fallar.

Es una película ya vista y repetida. Se empieza culpando a la política de comunicación: lo hacemos bien, pero lo contamos mal. Luego se reclama agitar el banquillo, caras nuevas, cambiar ministros. Se atraviesa por un periodo de exaltación de la marca: el PP es mucho PP (en su día, “el PSOE es mucho PSOE”) y nuestra fortaleza se impondrá sobre todas las adversidades. Sin embargo, en 2019 veremos a candidatos del PP asustados, ocultando la marca y tratando de salvarse cada uno por su cuenta.

También es habitual embestir ciegamente al rival que se está beneficiando de tu crisis. En este caso, Ciudadanos.

Es cierto que Rajoy está pagando la corrupción sistémica de su partido y la penosa gestión del 1 de octubre catalán. Que se relaciona muy mal con la contemporaneidad, lo que le hace depender del apoyo de los mayores. Que con la crisis vino la precariedad y ello impide rentabilizar políticamente la recuperación económica.

Pero todo eso, siendo grave, podría paliarse si este Gobierno tuviera espacio para la acción. Pero no lo tiene. El mal de fondo es que España está políticamente bloqueada desde octubre de 2015. Se convocaron elecciones, de ellas salió un nuevo sistema de partidos y desde entonces estamos atascados en una crisis de gobernación a la que no se ve la salida. Cierto que la culpa del bloqueo no es solo de Rajoy ni del PP, pero él ha estado en La Moncloa durante todo este tiempo, y es comprensible que la sociedad le pase la mayor factura.

Todo lo importante está paralizado. En dos años y medio no se ha iniciado ninguna de las reformas que el país necesita para avanzar. La actualización del sistema político, atorada porque no existe la masa critica de consenso que se necesita para culminarla con garantías. El sistema de pensiones, al borde de la quiebra —si es que no ha quebrado ya—. La financiación autonómica, de la que dependen la sanidad y la educación, eternamente aplazada. La renovación energética, postergada. El pacto sobre la educación, mil veces pregonado y jamás afrontado en serio. Podría seguir enumerando hasta el vómito todo lo que tendríamos que estar haciendo y no hacemos porque nuestros políticos ya no piensan siquiera en ganar los próximos votos, sino en salir vivos de la próxima encuesta. Y por supuesto, el quilombo de Cataluña.

El problema de Rajoy no es Ciudadanos, ese es un efecto. Su verdadero reto es que ha tirado lamentablemente la primera mitad de la legislatura; y si hace lo mismo con lo que quede de ella, nada los librará a él y a su partido de ver la tarjeta roja en las próximas urnas.

En realidad, su agónica investidura fue un espejismo. Lo normal es que un partido que pierde de una tacada el 40% de su fuerza electoral y parlamentaria pase a la oposición. Es lo que le sucedió al PSOE en 2011 y al PP en 2015. La diferencia es que en 2011 existía una alternativa viable de gobierno y en 2015 no. La autosucesión de Rajoy no fue mérito suyo, sino demérito —más bien, fracaso histórico de una izquierda descompuesta y desnortada que se desentendió por completo de sus obligaciones con el país —y así continúa—.

Hemos decidido colectivamente transitar del bipartidismo al multipartidismo. Nada que objetar. Pero a continuación hay que garantizar que el sistema sea gobernable, y eso es lo que nuestros partidos políticos no saben ni quieren hacer. Fragmentamos la representación política y a continuación renegamos de la consecuencia obligada de eso, que son los acuerdos de gobierno y los gobiernos de coalición. De tanto defender las esencias partidarias nos estamos cargando la esencia del sistema democrático como forma superior de gobierno.

Gobernar en minoría sin una base estable es una maldición. Si tienes que mendigar los apoyos para cada iniciativa y cada negociación te cuesta sangre, el resultado es que abandonas las iniciativas, dejas de nadar y te dedicas solo a flotar. Especialmente, si te llamas Rajoy.

Eso lo vio con claridad Angela Merkel. Pudo elegir gobernar en minoría como Rajoy, pero se negó a ello porque Alemania y Europa no se lo pueden permitir. Es extraordinario que los mismos que jalearon aquí la cultura del noesnoísmo se congratulen ahora de la responsabilidad que han demostrado los dos grandes partidos alemanes con su acuerdo de gobierno.

Cuando estás en la oposición de un Gobierno en minoría, puedes hacer dos cosas útiles: o lo derribas o lo condicionas con una estrategia de negociaciones exigentes pero leales. Especialmente, leales con el país. Si no haces ninguna de las dos cosas, te sucede lo que a los dos partidos de la izquierda española: que nadie sabe para qué sirven en este momento.

Cuando un partido como el PP pierde votos a chorros hacia su socio ocasional, no parece que el plan más inteligente sea liarse a mamporros con él

Y cuando un partido como el PP pierde votos a chorros hacia su socio ocasional, no parece que el plan más inteligente sea liarse a mamporros con él. Primero, porque se corre el riesgo de que te tome la palabra y te deje en la estacada. Y segundo, porque es muy dudoso que los votantes fronterizos del centro-derecha deseen asistir a una batalla campal en ese espacio. Ya dijo Andreotti que en la política española 'manca finezza', falta finura.

Leo que en Estados Unidos se ha alcanzado un acuerdo entre republicanos y demócratas para salvar el presupuesto y evitar el cierre de la Administración. Lo increíble aquí no es que PP y PSOE no lleguen a un acuerdo sobre el presupuesto: es que ni siquiera han hecho ademán de sentarse a hablar. Es más, la sola hipótesis de conversar sobre ello —como sobre tantas cosas trascendentales— se ve como el preludio de una traición.

Mientras tanto, los de la nueva política, Podemos y Ciudadanos, llevan más de dos años intercambiándose insultos y sin comunicarse sobre nada de lo que importa a la sociedad; pero en cinco minutos se han puesto de acuerdo sobre una gilirreforma de la ley electoral que solo sirve para que ambos tengan unos cuantos escaños más.

No sé si lo del PP tiene arreglo; pero si lo tiene, no será por exhibir músculo orgánico ni por arremeter contra Ciudadanos, sino por hacer que la segunda parte de la legislatura sea más útil que la primera. Ánimo, que el listón está por los suelos.

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