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Cuidado, no vayamos a convertir el campo en un polígono de renovables

No es una cuestión de oportunidades, sino de responsabilidad. Las urgencias para acelerar la transición energética están inflando otra gigantesca burbuja especulativa en la España rural, esta vez de plantas fotovoltaicas y parques eólicos.

Planta solar fotovoltaica. (EFE)

Conozco al Dr. Antoni Margalida desde hace años. Es un investigador sereno, partidario de la discreción y poco dado a opinar sobre otra cosa que no sea la conservación de la naturaleza. Sin embargo, este experto ornitólogo que ha contribuido de manera destacada a la recuperación del quebrantahuesos en España, es uno de los 23 científicos del CSIC que firmaron la carta de alerta publicada el pasado mes de diciembre en la revista 'Science' ante la fulgurante expansión que está teniendo la eólica y la fotovoltaica en España.

¿Qué ha llevado a este prudente científico y al resto de investigadores del CSIC, entre los que figuran nuestros mejores expertos en conservación de la naturaleza, a suscribir este mensaje de alarma? Pues su sincera y honda preocupación por el impacto que puede tener en el entorno natural una implantación precipitada de plantas solares y parques eólicos que acabría dando lugar a que, como señala la carta, “los objetivos energéticos se cumplan a expensas de la biodiversidad”.

El necesario desarrollo de las energías renovables no puede ni debe entrar en conflicto con la necesaria conservación de la naturaleza

No se trata de ponerle palos al aerogenerador, ni de hacerle sombra a las placas solares. Nadie desde el mundo conservacionista pone en duda la necesidad de seguir apoyando a las renovables para reforzar su presencia en nuestro mix energético. La eólica y la fotovoltaica son dos aliadas de la naturaleza, porque una de las mayores amenazas para los ecosistemas es la crisis climática y su desarrollo contribuye a mitigarla.

Ahora bien, aclarado ese punto de partida indiscutiblemente favorable al desarrollo de las renovables, lo que resaltan los científicos que suscriben este comunicado, en coincidencia con lo que están señalando muchos otros en las tribunas publicadas estos días y lo que denuncian grupos ecologistas, fundaciones conservacionistas y plataformas ciudadanas, es que hay que tener cuidado a la hora de manejar los ritmos y dar las autorizaciones. No vayamos a confundir impulso con atropello y acabemos convirtiendo nuestro rico y variado mosaico de ecosistemas campestres en una sucesión baldía de instalaciones energéticas.

Como ejemplo de lo que está pasando señalan que, a pesar de los esfuerzos del Gobierno español para prevenir una burbuja especulativa en el mercado secundario, de los 89 GW de potencia instalada que se prevén alcanzar con la eólica y la fotovoltaica en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030, ya se han concedido permisos para la instalación de 121 GW, lo que sumado a los 36 GW ya instalados, casi duplica los objetivos del propio PNIEC. Y todavía estamos al principio del primer año del plan. Cuidado, pues, porque estamos ante una nueva burbuja energética.

La carta denuncia que, a menudo, los estudios diseñados para predecir y monitorear la incidencia de las infraestructuras renovables en el medio natural son financiados por las propias energéticas, a menudo sin la debida supervisión por parte de los gobiernos. Ante ello, los científicos firmantes instan a las administraciones estatal y autonómicas a cumplir con la obligación de proteger los ecosistemas y la biodiversidad que acogen, tal y como ordena nuestra legislación y las directivas europeas, ya que, a su juicio, “los nuevos proyectos afectarán a cientos de miles de hectáreas y no hay forma de compensar la enorme cantidad de valiosos hábitats que podrían perderse”.

El problema es que buena parte de los proyectos de energías renovables están planificados en suelos marginales, de bajo coste pero alto valor ecológico. No hay que olvidar que España es el país con mayor biodiversidad de toda la UE y que, además del 90% de las poblaciones europeas de las distintas especies de buitre (como el quebrantahuesos al que tanto ha contribuido a salvar el Dr. Margalida), nuestros campos acogen las mejores poblaciones de aves esteparias de todo el continente, varias de ellas en grave peligro de extinción.

Así pues, renovables sí, pero no así. Renovables sí, pero con planificación y desde el respeto a la naturaleza. Sin que entren en conflicto los diferentes objetivos medioambientales que estamos obligados a cumplir. Porque aquí no hay rangos ni prioridades. Renovables sí, pero con un plan de desarrollo racional y razonado que permita compatibilizar su aprovechamiento y su gran aporte a la mitigación de la crisis climática, pero desde la más estricta vigilancia, atendiendo a los informes de impacto ambiental elaborados de forma independiente y sin ceder a otros intereses que el de preservar el patrimonio natural de nuestros campos.

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