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Emboscadas

El necesario respeto hacia los fundadores de nuestra cultura

El mundo rural custodia altos valores culturales y naturales que debemos reconocer, respetar y proteger. Y, por supuesto, agradecer

Paisaje de dehesa. (EFE)

Del caudaloso venero que es la cultura rural brota una formidable contribución. Sin duda la más extensa y decisiva, tanto en el tiempo como en el espacio, incidiendo, es más, en casi todo lo relacionado con el aspecto que hoy tenemos: tanto los humanos, como nuestra civilización y el entorno que nos rodea. No en vano, los cultivadores/cuidadores de campos y ganados fueron y son una portentosa fuerza creadora.

Pero no solo en lo relacionado con las profundas modificaciones en los paisajes, tras rozas y desbroces, tras sustituciones e incluso demoliciones de lo anterior. Convendría tener presente que en este continente nuestro, mires donde mires, siempre veremos un paisaje con dos autores: la Natura y la cultura rural.

"La cultura rural es, por mucho que se olvide, la principal creadora de paisajes, vidas, historia, lenguaje, arte, salud y comprensión"

Campesinos y ganaderos, en efecto, fueron y son coautores del paisaje. Pero no menos de un verdadero crecimiento, el basado en la vivacidad. De haber hecho posible todo lo que se hizo y se hace posible. Por si eso fuera poco, recordemos, a través de la lenta selección natural que implica la domesticación y la consiguiente diversificación de los cultivos y animales, que también es honesto considerarles creadores de nueva vida.

Todo ello conforma la piedra manantía de su primer logro: el haber mantenido a casi 500 generaciones de humanos. Y seguir haciéndolo, más como un regalo que como una actividad laboral remunerada. Volveremos sobre este particular. Adelanto que la respuesta a la ingente deuda que toda la especie ha contraído con el sector primario es, hoy, no pagarles lo que se merecen.

Un pastor con sus ovejas. (EFE)

A campesinas y campesinos debemos todo nuestro respeto porque crearon la mayor parte de la verdadera historia. Sus destrezas siempre han sido raíz de lo que afloró en las crónicas sin mencionarlos.

También bautizaron la realidad abarrotando la lengua de bellas palabras que anidan en nuestros diccionarios. Los rurales, no los académicos, crearon más del 80% de las palabras que hoy nos enseñan los caminos de la comprensión.

Lo mismo sucede con la creatividad, porque no hay arte más dilatado y panorámico que la artesanía. En el lado práctico, también destacó la cultura rural porque sus capacidades pergeñaron las técnicas arquitectónicas y todos los inicios de las tecnologías que amplificó la era industrial. Sus conocimientos de los ciclos naturales y de las formas de adecuar el territorio a la producción son la base de no pocos conocimientos científicos.

En cualquier caso, su principal contribución es la hoy más necesaria. Por mucho que se haya desvanecido hasta la casi extinción. Me refiero a la capacidad de biomímesis, de intentar imitar a la Natura y de inserción en los procesos ecológicos esenciales. El papel de nexo entre lo urbano y lo natural resulta pieza imprescindible si pretendemos una economía sostenible, es decir, vivaz.

Agricultor, en un atardecer. (EFE)

La cultura rural, por tanto, por mucho que se olvide, es la principal creadora de paisajes, vidas, historia, lenguaje, arte, salud, comprensión y, en consecuencia, de la imprescindible continuidad. Poco, o nada, más doloroso que comprobar que también la inmensa mayoría de los que siguen en el mundo rural han olvidado su pasado.

Para que el desarrollo rural incremente las rentas del sector. Para que tal propósito sea posible sin más degradación ambiental y cultural. Para que alcancemos las compensaciones justas dentro del libre mercado. En fin, para que atalantemos a los que fertilizaron el pasado y fundan todos los futuros, resulta imprescindible que empecemos a avizorar el imponente legado que acarrea la cultura rural. No se trata de descubrir nada nuevo, sino de que las prioridades queden reconocidas. Que lo primero sea lo primero.

Quedan por incorporar de forma mucho más generalizada las técnicas de producción que sean lo más respetuosas posible con la vivacidad. Para ello, urge mejorar todos los modelos de utilización del agua, de los suelos, de la diversidad biológica y del paisaje en general.

La creciente demanda por parte de la sociedad urbana de contacto con entornos no degradados debe acelerar el desarrollo rural y parar el abandono que vacía. La reforestación masiva, además de un posible incremento del empleo rural, acomete una crucial función de cara a la lucha contra el cambio climático.

En suma, los agricultores y ganaderos, si pasan de productores y explotadores a cuidadores de la tierra, como hacemos unos pocos, tienen la posibilidad de atalantar sin menoscabo alguno para sus intereses sino mejorándolos. Trabajar con la vivacidad, no mermándola ni contaminándola, como sigue proponiendo la cultura rural bien entendida y practicada, no limita el progreso. Todo lo contrario: asegura un futuro más lento, bello, saludable y justo. Pero necesitan ese primer empujón que sería el que el resto de la sociedad agradeciera tanto servicio prestado. Poner en circulación, pues, esa superior belleza de dar las gracias.

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