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Un enemigo inesperado pone en riesgo el 'boom' del ladrillo

Los nuevos actores en este negocio se enfrentan con un problema inesperado: las dificultades para cumplir con los precios y plazos prometidos a los clientes a la hora de reservar sus viviendas

Foto: Reuters.

El ladrillo vuelve a copar titulares en los medios.

En los últimos días, hemos conocido diversas transacciones de suelo que son la cuarta capa de una cebolla que se inició con compras oportunistas en los peores momentos de la crisis, continuó con la creación de vehículos eficientes desde el punto de vista fiscal, como las socimis, que agilizaron el mercado terciario —oficinas, logística y hoteles—, prosiguió con la reactivación de la promoción en ubicaciones prémium y tiene ahora como colofón el renovado interés por solares que suplan el déficit entre oferta y demanda en algunas zonas geográficas. Y es que, en contra de lo que cabía imaginar hace tan solo un lustro, la venta sobre plano ha vuelto. Y lo ha hecho de manera abrupta. Hay que correr.

Sin embargo, los nuevos actores en este negocio, firmas que nacieron al amparo de las oportunidades que ofrecía la crisis de la mano, en muchos casos, de fondos de capital riesgo, se están enfrentando con un problema inesperado: las dificultades para cumplir con los precios y plazos prometidos a los clientes a la hora de reservar sus viviendas. Los colchones temporales que, por prudencia, establecen a la hora de hacer sus cálculos se han reducido hasta casi desaparecer y sus márgenes de negocio se están viendo afectados por una realidad con la que no contaban y que difícilmente pueden repercutir al comprador final.

¿A qué nos estamos refiriendo?

No hay ladrilleros, no hay yeseros, no hay ferrallistas. La mayoría de los que se dedicaban a esto antes se han retirado o han cambiado de sector

A que no hay profesionales en el sector que permitan completar las casas en tiempo y forma. No, no nos estamos refiriendo a arquitectos, aparejadores 'et altri', que das una patada y salen cien. El problema es más pedestre que todo eso. No hay ladrilleros, no hay yeseros, no hay ferrallistas. La mayoría de los que se dedicaban a esto antes del colapso inmobiliario o bien se han retirado o bien se han cambiado de sector. Y los pocos que quedaron en activo se centraron en productos de menor valor añadido que requieren más baja cualificación (VPO, cooperativas o similar) y tienen más dificultad para trabajar en entornos de mayores calidades y personalización de la oferta. No hay cuadrillas, y las pocas existentes saltan de una constructora a otra inflando precios y alargando plazos.

De hecho, a día de hoy, es el mayor hándicap al que se enfrenta la industria. No en vano, entre la compra de un suelo y la entrega de la vivienda, pueden pasar entre 18 y 24 meses y ahora se están viviendo ya subidas de precio en apenas seis meses del 20% en determinados oficios. Algo que está obligando a las promotoras a incrementar el margen, con la consecuente repercusión en el precio final. Más coste del terreno, más coste de la ejecución, más margen para proteger el negocio equivalen a mayor precio final, lo que afectará poco al producto más exclusivo pero sí dañará al destinado al 'mid-market' con implicaciones, sin duda, para una demanda que apenas empieza a asomar la patita.

Gran parte de la apuesta educativa central y regional se ha enfocado en el ámbito universitario y se ha descuidado la Formación Profesional

Resulta paradójico que, en un país como el nuestro, con el nivel de desempleo estructural existente y la enorme masa de trabajadores en paro que ha dejado la crisis, esto sea un problema. Gran parte de la apuesta educativa central y regional se ha enfocado en el ámbito universitario y se ha descuidado, de este modo, la Formación Profesional. Hay más universidades que alumnos y escasean las apuestas decididas por los gremios. Un desequilibrio que resulta aún más sangrante en un Estado como España, que sufre una de las mayores tasas de abandono escolar en la educación secundaria del mundo desarrollado. Y que afecta no solo al ámbito del ladrillo sino a la mayoría de las tareas manuales especializadas. Miren, si no, lo que ocurre en la carnicería. Ni sombra de paro para sus profesionales.

La solución no es fácil. Preparar a alguien en un oficio lleva su tiempo y uno tiene la impresión, además, de que los jóvenes de hoy no están preparados para las exigencias de unos desempeños como estos, aunque puedo estar equivocado. Antes, la necesidad agudizaba el ingenio. Ahora lleva a pedir subvenciones y ayudas en la creencia de que el dinero público todo lo puede. Cosas de la nueva política. Por otra parte, los que vinieron en su día de fuera o se reciclaron o volvieron a sus naciones de origen siendo malos embajadores de los riesgos de sujetarse al ciclo inmobiliario. Será difícil, aunque no imposible, que volvamos a vivir un flujo migratorio como el de finales de los noventa.

¿Entonces?

Se abre el turno de propuestas.

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