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El cambio climático es el tema europeo

A día de hoy, además de la revolución digital, creo que no hay reto más importante para la humanidad que la lucha contra el cambio climático

Protestas de Greenpeace en Berlín contra el cambio climático. (EFE)

La campaña europea llega a su fin. Cuando esta columna vea la luz, quedarán apenas cinco días para que ustedes, yo y otros 400 millones de europeos acudamos a las urnas a depositar nuestro voto. De allí habrán de salir las 751 mujeres y hombres sobre quienes recaerá el peso de la construcción europea en uno de los momentos más difíciles de su historia. No sobre todos, afortunadamente. Pero esperemos que sobre una mayoría europeísta formada por populares, social-demócratas, verdes y liberales. Una mayoría que haga patente nuestra voluntad de afrontar unidos y con determinación los problemas de Europa.

Muchas veces les he hablado del que creo que es el mayor enemigo del proyecto comunitario, el nacional-populismo. Pero no quiero que mi última conversación con ustedes antes de las elecciones sea sobre ellos. Si no sobre las cosas que realmente importan, las que determinarán el futuro de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Y a día de hoy, además de la revolución digital, creo que no hay reto más importante para la humanidad que la lucha contra el cambio climático.

El cambio climático es un asunto que requiere algo más que compromisos vagos y palabras bonitas

Cierto es que tardamos demasiado en asumirlo. Pasaron décadas desde que empezamos a oír aquello de la subida de la temperatura y del deshielo en los polos hasta que comenzamos a tomárnoslo en serio. No se sientan culpables, porque yo también tardé lo mío. Creo que todos los hicimos. Pero en la rectificación suele estar el acierto. Y hoy albergo pocas dudas de que el cambio climático es un asunto que requiere de nosotros algo más que compromisos vagos y palabras bonitas. Estaremos definiendo, por acción u omisión, la faz del planeta de los próximos siglos. Es mucho lo que está en juego.

Ya saben eso que dicen por aquí de que los árboles no nos impidan ver el bosque. Pero lo cierto es que nos estamos quedando sin árboles y sin bosque. Y sin agua. Y sin especies animales. Y, de paso, estamos haciendo del planeta una sauna finlandesa.

Para que se hagan una idea, según la organización mundial de meteorología, nuestro mundo está en la actualidad un grado centígrado más caliente que antes de la industrialización. Y de no cambiar la cosa, en el año 2100 estaremos entre los 4,5 y los cinco grados centígrados por encima. Probablemente ustedes y yo no lo veremos. Pero sí nuestros hijos y nietos. Lo que sí ya podemos ver y cuantificar son los más de siete millones de muertes prematuras que se producen al año por afectaciones relacionadas con la contaminación atmosférica.

El retroceso de los mantos de hielo provoca año tras año subidas del nivel del mar, que en 2018 volvió a batir un nuevo récord, al situarse 3,7 milímetros por encima de lo marcado en 2017. Desde 1901 hasta 2010, el nivel medio mundial ascendió 19 cm. Probablemente estas cifras les digan poca cosa. En ese caso, les propongo que cojan un metro y marquen 19 centímetros de altura en la pared del salón de su casa. Y ahora imagínenselo lleno de agua. El chiste ya no lo parece tanto. Pero no es lo peor que escucharán, porque el último informe de la ONU al respecto sitúa ese aumento entre 24 y 30 centímetros para 2065 y entre 40 a 63 centímetros para 2100.

El consenso científico dice que la temperatura del planeta debe mantenerse, como mínimo, por debajo de los dos grados centígrados de incremento antes de final de siglo si queremos evitar el desastre: inundaciones catastróficas, incremento de la acidez de los océanos, costas sumergidas, islas desaparecidas y nuestra capacidad para sembrar y cultivar la tierra en peligro, con la consecuente amenaza a la producción de alimentos.

Si ya de por sí visualizar este escenario es espeluznante, imagínense todas las derivadas. Según el Banco Mundial, que no es precisamente una organización radical y ecologista, el cambio climático podría empujar a 100 millones de personas a la pobreza y haría aumentar las migraciones climáticas a razón de 143 millones de personas para 2050.

Viendo todos estos datos y escenarios, ya no sé qué más necesitamos para concienciarnos. Es cierto que todas las predicciones contienen errores y seguramente muchas de ellas están mal. Pero debería ser suficiente con pensar que una sola de ellas sea correcta para que nos echásemos a temblar.

Luchar contra el cambio climático es ya de hecho una necesidad vital. Y para Europa, liderar esa lucha debe ser una prioridad. Es cierto que son Estados Unidos y China quienes representan el 40% de las emisiones de carbono, pero es Europa quien está abanderando la acción internacional contra el calentamiento global. Desde el protocolo de Kioto de 1995 hasta el Acuerdo de París en 2015, justo dos décadas después.

Un tratado, todo hay que decirlo, que no hubiese salido adelante sin el impulso de la Comisión Europea y en particular de su comisario responsable, mi compañero y amigo Miguel Arias. No solo aportó conocimiento y experiencia, sino también liderazgo. El mundo nos miró y nosotros respondimos. Supimos estar a la altura. Y ese es mi objetivo para los próximos cinco años. Estar a la altura del reto al que nos enfrentamos.

Pese a lo conseguido este tiempo, desde los acuerdos internacionales hasta la regulación de las emisiones de vehículos, es mucho lo que queda por lograr para hacer realidad una transición energética ordenada y responsable. Una transición que nos conduzca hacia una economía circular y sostenible. Una transición que funcione para las generaciones presentes y las futuras. Una transición que no se haga a costa de la industria sino de la mano con ella, y en la que la clase trabajadora no sea, una vez más, la gran perjudicada sino la gran beneficiada.

Lo trágico del cambio climático es que, al igual que tardamos décadas en ver sus consecuencias, la mayoría de los efectos persistirán durante siglos

Lo trágico del cambio climático es que, al igual que tardamos décadas en ver sus consecuencias, la mayoría de los efectos del cambio climático persistirán durante muchos siglos, incluso deteniendo las emisiones.

Lo que todavía justificaría más emplearse a fondo en una política industrial moderna, que favorezca la innovación y que sea medioambientalmente responsable, y sobre todo que sea capaz de generar empleo y crecimiento al mismo tiempo que mejora el bienestar y la salud de los europeos. Si me permiten el símil, al igual que nos cuidamos de tener limpias nuestras casas, cuidémonos también de evitar que nuestro planeta acabe siendo el mayor vertedero del universo.

Mi compromiso con ustedes, pero también con mis hijos y con los suyos, es seguir trabajando por aquello que realmente importa y que nos afecta, como el cambio climático. Sin dogmatismos, con sensatez, moderación y sentido de la responsabilidad, que es como creo que siempre deben hacerse las cosas.

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