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Peio H. Riaño

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Peio H. Riaño

Fernando Villalonga, el Atila de la cultura

Protegido por una amistad inquebrantable con los Aznar, el exdelegado de Las Artes de Madrid regresa a Exteriores y deja los peores recuerdos entre sus colaboradores

Foto: Fernando Villalonga
Fernando Villalonga

Protegido por una amistad inquebrantable con los Aznar, el exdelegado de Las Artes de Madrid regresa a Exteriores y deja los peores recuerdos entre sus colaboradores y un panorama cultural devastado, en menos de dos años de actuación. Sólo el Tribunal Constitucional, primero, y su ambición política, más tarde, han apartado a la pajarita de este valenciano de 53 años del futuro cultural de la capital.

El pasado lleva su nombre grabado en la lápida de la polémica: Fernando Villalonga. Es difícil encontrar en la historia de la lampiña democracia española un gestor de lo público dedicado a lo cultural que haya generado unas condiciones similares entre los equipos bajo su responsabilidad.

Para entender en toda su dimensión al personaje ha sido necesario acudir al referente de la psiquiatría y psicología contemporánea, y miembro de la Real Academia Española hasta su muerte, Carlos Castilla del Pino (Cádiz, 1922-Córdoba, 2009), que dejó resumido su aprendizaje vital en el contundente Aflorismos (Tusquets), un itinerario por sus pensamientos póstumos.

UNO.“Vivimos de la imagen que se tiene de nosotros. Viviremos en los demás del recuerdo de la imagen que se tuvo de nosotros”, escribe Carlos Castilla del Pino sobre la importancia de la imagen en tiempo real y “en diferido”. Villalonga, diplomático de carrera, relevó a Alicia Moreno -cuando Gallardón cedió a Botella la alcaldía- al frente de Las Artes –a pesar de no tener acta de concejal- y desde la primera rueda de prensa pudimos comprobar el cambio de talante: si Moreno anulaba el perfil político en cada una de las presentaciones de las actividades que se repartían por toda la ciudad, Villalonga ha creído en su presencia como aval de las iniciativas y en la importancia de trabajar de cara a la galería.

Puertas adentro su imagen no mejora: quien ha tenido la oportunidad de trabajar con él, y han logrado mantener su cargo en estos años, le definen como una persona “irascible”, “arbitraria” y “conflictiva”. Rescatamos otro aforismo del académico para cerrar este apartado: “No te exhibas. Que los demás te descubran”.

DOS. “El carisma es un don de la naturaleza. Y una gran suerte para quien lo posee. Sin esfuerzo, todos se hacen suyos”. La primera decisión que tomó Fernando Villalonga al frente de uno de los presupuestos más altos de la cultura en este país (en 2014 será de 86 millones de euros) fue la de acusar al director del Teatro Español con su predecesora, Mario Gas, de corrupto y decidió sustituirlo por Natalio Grueso, imputado por sus cuentas al frente del Centro Niemeyer en Avilés. Entre tanto ajetreo debió olvidar la redacción del plan estratégico para la cultura, con el que se presentó ante todos.

Tampoco ha ayudado a su potestas (él es más de auctoritas en el liderazgo) el conflicto que ha mantenido con los trabajadores de la empresa que gestiona la cultura municipal (Macsa) y que él mismo dirigía. No pudo ejecutar el ERE de 75 trabajadores ni fulminar a los nueve que subieron al escenario del teatro Fernán Gómez a leer un manifiesto antes de la función como protesta sindical (autorizada). La propia Ana Botella rompió el despido-venganza firmado por Villalonga.

TRES. “No ser esclavos, sino dueños de nuestras ideas”. Del Pino lo sabía de lo que hablaba cuando pasó a negro sobre blanco este fogonazo. Los afectados por el nuevo “modelo” impuesto por Villalonga explican que “ha arrasado con todo”, que ha dejado la cultura de Madrid convertida en un “desierto”. En su segundo año como responsable de Las Artes ya había dejado a 17 instituciones culturales que recibían el apoyo del consistorio en tres: el Teatro Real, la Real Fábrica de Tapices y el Museo ABC. Dos públicas y una privada. Del resto, como el Ateneo de Madrid o el Círculo de Bellas Artes –al borde de la desaparición, si el nuevo equipo dirigido por Pedro Corral no pone remedio- han quedado anuladas de las ayudas.

Y las que todavía conservan algo de presupuesto, como del Circo Price, han quedado para gestionar paredes y buscar empresas que alquilen los espacios para presentar sus productos o la pista del circo para montar sus conciertos. La programación es la mínima expresión, la cultura pública también.

La oposición en bloque le ha acusado de ejecutar un modelo mercantilista en la cultura pública, donde ya sólo se realizan actividades que generen un ingreso equivalente a su coste. El modelo de empresa pública de Villalonga es más empresa que pública, y sus gestores explotadores de espacios. La sangrante desaparición del Festival de Jazz, con tres décadas de tradición, por falta de apoyo municipal, quedará en lo más alto de su epitafio como gestor.

CUATRO. “Forja el talento en el silencio, incluso en la oscuridad. Con los otros, el talento corre el riesgo de convertirse en cháchara”. Entre los grandes éxitos de la intervención en las arcas públicas de Fernando Villalonga destacamos su propuesta para poner el nombre de Margaret Thatcher a una calle de Madrid o la genial idea a favor de la austeridad de insinuar que los bibliotecarios dejaran sus puestos y sus empleos para que los ocuparan voluntarios. Pero, al parecer, Madrid no supo entender lo que el excónsul de Nueva York proponía en realidad.

Tampoco supieron ver los madrileños el hecho de que se adelantaran 170.000 euros a la Casa de Alba para montar la exposición en Cibeles CentroCentro –dirigido por su acólito Tono Martínez- y no dejar ni un minuto gratis a los ciudadanos que tuvieron que pagar 10 euros por entrar en su “casa” –pero con precio de turista extranjero- a ver los tesoros de la distinguida familia, que se llevó una buena tajada de beneficio.

Esta es otra de las características del “modelo Villalonga”: el dinero público para el negocio privado convierte al ciudadano contribuyente en cliente después de la inauguración. Así, los bienes públicos –como el Teatro Fernán Gómez y el Centro Cultural Conde Duque- ya están preparados para la externalización. Prohibido decir “privatización”, es preferible llamarlo “racionalización de los recursos”, como apuntó nuestro personaje en su última rueda de prensa.

El ejemplo ya está ensayado: Teatro Galileo, inscrito en un centro cultural gestionado por la Junta Municipal, está “externalizada” (o privatizada) su programación y gestión, con precios públicos que acepta la empresa, que paga un canon anual al Consistorio. La deshidratación de las responsabilidades públicas como uno de los grandes logros de estos dos últimos años en Las Artes madrileñas.

CINCO. “Lo peor del pelma no es que nos haga perder nuestro tiempo. Es que nos lo hace perder a su manera”. El recién premiado con el Príncipe de Asturias de Las Letras, Antonio Muñoz Molina, denuncia en el libro Todo lo que era sólido cómo la política en este país ha logrado, en apenas tres décadas, librarse de los controles de la Administración sobre sus actuaciones, para actuar sin vigilancia y a sus anchas. Durante este periodo, los gestores han perfeccionado sus habilidades escapistas y oscurantistas, prodigándose en el caciquismo y el clientelismo a favor de su propia persona.

El fiasco de Madrid 2020, donde Fernando Villalonga era el comisionado para la candidatura olímpica, le dejó sin competencias y en el Ayuntamiento, al frente de Macsa, ya no quedaba nada desde el inicio de su andadura. En 2012 el Ayuntamiento ejecutó un recorte del 33% en su presupuesto. Las bibliotecas perdieron 6,5%, los museos el 37%, las actividades culturales el 12%, las infraestructuras el 66,5%, los proyectos culturales el 99,7%... Para 2014, tras la absorción de Macsa por Madrid Destino –una nueva entidad pública que aglutinará al Área de las Artes, a la de Turismo y a la de Espacios y Congresos-, la partida vuelve a recortarse en un 6%. Gestionará 86 millones para la cultura madrileña con un objetivo: “Reducir las subvenciones y que queden en menos del 50%”, sin que haya “merma alguna en los servicios gestionados”. Imposible no acudir de nuevo al profesor Castilla del Pino: “La decencia no se proclama; se practica. Y que los demás la deduzcan”.

Protegido por una amistad inquebrantable con los Aznar, el exdelegado de Las Artes de Madrid regresa a Exteriores y deja los peores recuerdos entre sus colaboradores y un panorama cultural devastado, en menos de dos años de actuación. Sólo el Tribunal Constitucional, primero, y su ambición política, más tarde, han apartado a la pajarita de este valenciano de 53 años del futuro cultural de la capital.

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