Animales de compañía
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Las 46 muertes cómicas de Woody Allen
El director neoyorquino vuelve a los cines tras medio siglo de películas marcado por la hilaridad que provocan sus angustias metafísicas
Woody Allen (Nueva York, 1935) estrenó Balas sobre Broadway (1994) poco antes de cumplir sesenta años. En contra de lo que era habitual hasta entonces, el cineasta neoyorquino no participó como actor en el filme. Fue una de las primeras veces que se habló sobre su avanzada edad y su progresiva retirada como actor y director.
Un debate que quizás se abrió un poco precipitadamente, dado que Allen ha dirigido veinte películas desde entonces, incluida Magic in the Moonlight, que aún no ha llegado a los cines. En efecto, este fin de semana se ha estrenado en España su último filme, Blue Jasmine, y a Allen, que en dos semanas cumplirá 78 años, ya le ha dado tiempo a rodar otro...
Desde que debutó como director con What's up, Tiger Lily? (1965), hace 48 años, Allen ha dirigido 46 películas. Más allá de las explicaciones del artista sobre su incapacidad para vivir sin rodar, este frenesí creativo también tiene una explicación técnica: a Allen, que escribe sus propias películas, le salen las ideas por las orejas. Literalmente.
En Woody Allen: A Documentary (Robert B. Weide, 2011), película sobre su vida y obra, el director explicaba las causas de su diarrea creativa mostrando decenas de hojas garabateadas con ideas para futuros filmes, como se ve en las siguientes imágenes:
Tantas y tantas ideas desordenadas que quizás no sea consciente de que ha repetido muchas de ellas en varios filmes. En efecto, Woody Allen también es un icono del autoplagio. Algo que no parece preocupar a sus fans. El culto europeo a Allen es uno de los fenómenos culturales más estables de las últimas décadas. Allen tiene ahora mucha más relevancia cultural en España que en EEUU.
Angustia vital cómica
Pero volvamos a sus ideas. ¿Por qué nos siguen haciendo tanta gracia? Posible explicación: su humor se resiste a pasarse de moda porque gira sobre un tema que difícilmente puede pasarse de moda. La muerte.
Allen, de hecho, lleva mucho tiempo tratando de explicar que la muerte no tiene ninguna gracia y que él es más un cenizo que un cómico, pero lo único que consigue es que la gente se parta de risa cada vez que suelta alguna declaración angustiada.
Ejemplo: Si durante una celebración familiar alguien soltara la siguiente frase de Allen le tomaríamos por un siniestro aguafiestas: "La vida no tiene ningún sentido. Todos nos morimos y el universo acabará por desaparecer". Pero cuando la dice el director neoyorquino, nos meamos de risa.
Es un intelectual judío tan enclenque, torpe, neurótico e hipocondriaco que resulta una presa fácil en cuanto estalla el más mínimo conflicto
Lo que convierte a Allen en un Kierkegaard humorístico es el personaje que ha creado a su alrededor. Un intelectual judío tan enclenque, torpe, neurótico e hipocondriaco que resulta una presa fácil en cuanto estalla el más mínimo conflicto, ya sea sentimental, sexual, psicológico o metafísico. "El germen de la destrucción reside en uno mismo", dijo sobre su personaje tipo en Conversaciones con Woody Allen (Eric Lax, Mondadori,2008).
Puede que Woody Allen sea el actor más encasillado de todos los tiempos, pero quizá sea ese uno de los factores que expliquen su popularidad humorística. "Nunca voy a escribir una historia donde tenga que hacer, por ejemplo, de un sheriff sureño. Sólo soy creíble en ciertos papeles, como el de un urbanita cretino con pinta de intelectual de mi edad. No sería creíble, por ejemplo, en el papel de un héroe de los marines. Puedo encarnar versiones variadas de lo que soy, es decir, un personaje típicamente neoyorquino. Y eso no me deja mucho margen de maniobra. El público aceptará que represente ciertos momentos serios dentro de una comedia, pero no una película seria. Nunca podría interpretar un personaje realmente serio. Quedaría ridículo", explicaba en el libro. Conclusión: nadie le toma en serio por muy serio que se ponga.
Breve infancia feliz
El director también desvelaba en el libro otra de las claves de su humor metafísico: decir las palabras justas. "Cuando uno cuenta o escribe un chiste, el factor de la concisión es fundamental, como ocurre con la poesía. En muy pocas palabras condensas un sentimiento y todo depende de lo bien equilibradas que estén. Por ejemplo: 'No tengo miedo a morir. Simplemente no quiero estar presente cuando eso suceda' es una frase que expresa algo de forma sucinta y si se emplea una sola palabra de más o menos pierde fuerza".
En el documental de Weide, Allen aseguraba que vivió una infancia feliz hasta que cumplió seis años. Entonces sufrió su primer brote de angustia metafísica al hacerse consciente de la mortalidad humana. ¿Quién puede jugar tranquilo sabiendo que tiene los días contados?, se preguntaba. Si lo piensan, es terrible. De hecho, desde entonces, Allen no ha levantado cabeza. Eso sí, cuanto más angustiado parece, más hilaridad provoca en el espectador. Una tragicomedia en toda regla.
Una comedia de la vida y de la muerte que el director neoyorquino resumió una vez así: "Mi relación con la muerte no cambió durante los años, es la misma de siempre, estoy totalmente en contra de ella". Genio y figura hasta la, ejem, sepultura.
Woody Allen (Nueva York, 1935) estrenó Balas sobre Broadway (1994) poco antes de cumplir sesenta años. En contra de lo que era habitual hasta entonces, el cineasta neoyorquino no participó como actor en el filme. Fue una de las primeras veces que se habló sobre su avanzada edad y su progresiva retirada como actor y director.
- Ana Mato, una musa para Woody Allen Javier Zurro