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De Sabina a Krahe, el sueño del confort
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

De Sabina a Krahe, el sueño del confort

Sabina y Krahe estrenaron libertades con la Constitución, fundaron la cultura de la Transición y se alejaron ante la llamada de la prosperidad

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Joaquín Sabina luce melancolía con batín de seda, en calcetines y pijama a rayas, rodeado de libros en un agradable salón, en el que se echa en falta una chimenea calentando los sueños más confortables de la vieja gloria. Está recostado en una chaise longue, mientras se abraza a sus piernas recogidas y deja caer para atrás su melena. Ojos cerrados. Estamos en un espacio íntimo del cantautor.

Tanta intimidad sólo podría servir para ilustrar la portada del libro con el que Planeta quiere sacarle todo el brillo a las bolas de Navidad. La editorial, con muy buen ojo, acaba de publicar los dibujos de Sabina. Bendito príncipe renacentista. Muy personal se titula y tiene hechuras de libro de arte. Pero el Marqués de la Malavita no puede permitirse una bola tan brillante, capaz de descomponer su imagen de crápula y se pinta un cigarrillo humeante. Un recuerdo a sus viejos vicios, en medio de tanta prosperidad.

Sabina es una máquina de arquetipos paródicos que él mismo alimenta, en este caso, desde la portada a la última de las láminas, donde el cantante reserva su autorretrato con bombín, de espaldas, y una peineta –como las de Bárcenas- para despedirse del lector, al que había recibido entre los algodones del mismo ripio de siempre: “Piedad para este torpe dibujante/ que no siquiera supo ser cantante/ que rompe las cadenas del buen gusto/ con un trazo cabrón fugaz injusto”.

Él no es grey

La publicación de los secretos del mito coincide con el nuevo disco de Javier Krahe, Las diez de últimas, que se vende junto con una edición del libro El derecho a la pereza, escrito por el yerno de Karl Marx, Paul Lafargue. Una de las diez es Fuera de la grey, en la que utiliza toda su intuición corrosiva contra Jesús y las masas: “El señor no es mi pastor/ yo no soy un borrego./ Me aleje de toda fe/ ¿sabes por qué?/ Por ser un mujeriego”. No es la primera vez, ya lo hizo en Los caminos del señor: “Yo qué siento por Jesús,/ yo qué siento por Jesús/ repelús”.

Joaquín Sabina y Javier Krahe estrenaron juntos las libertades de la Constitución, fundaron las claves de la cultura de la Transición y alejaron sus propuestas ante la llamada de la prosperidad. Tres décadas más tarde, uno es menta poleo, el otro cazalla áspera. Uno cree que una canción cuanto más cursi mejor, y si desconsolada y hortera, ya insuperable; el otro agria los sonetos al amor con mala leche.

Portada del libro de Sabina.Ambos llegaron para llevarse la vida por delante y Sabina ha terminado lanzando piropos al país evitando el "Arriba España"(Máster España) y Krahe defendiendo su inocencia en los tribunales por tratar de resucitar a Cristo de un crucifijo cocinado en su horno, en un vídeo casero. Sus enemigos ven al primero agradable, seductor y simpático; y al otro molesto, irritante e inoportuno. Uno llena estadios de fútbol aquí y allá, el otro sigue en los cuchitriles de provincias.

Transición al silencio

Krahe es el único heredero en activo de la sátira política de Chicho Sánchez Ferlosio. No en vano, fue éste quien le animó a actuar en locales como La Aurora, donde conoció a Sabina y Alberto Pérez, con quienes cuajó una fructífera relación en el café madrileño La Mandrágora. Destacar a Chicho en este repaso a la distante evolución de los dos cantautores podría bastar como capricho, pero cuando en 1981 se publican las canciones grabadas en el local de la cava baja madrileña, el modelo cultural que se impone en la Transición da sus primeros pasos, eliminando cualquier posibilidad de meterse en política y atacar a los fundamentos del Estado.

Algo impensable en la generación precedente, la de Chicho, protagonista del documental de Fernando Trueba, Mientras el cuerpo aguante (en 1982, al año del disco de La Mandrágora), con el que el cineasta –en su segunda filme- muestra a un exótico espécimen del antifranquismo, que archiva y supera, para aplaudir la bienvenida a la cultura consensual y despolitizada.

Cese de las hostilidades

Sabina, que mamó los años del hambre, el mundo feo, insolidario y triste de la posguerra; sobrevivió a la dictadura en el exilio; y triunfó con canciones para meterse mano mientras se baila. Krahe, un chico del barrio de Salamanca, educado en el Colegio del Pilar y estudiante de ciencias empresariales. Fue con la mítica actuación de 1986, en la que juntos cantan Cuervo ingenuo, contra la Otan y las maldades ambiguas de Felipe, censurada por TVE, cuando sus caminos se separan.

Krahe, ataviado con pluma india, cantaba y Sabina acompañaba a la guitarra: “Tú detener por diez días/ en negras comisarías/ donde el maltrato es frecuente/ ahí tú no ser radical,/ no poner punto final/ ahí tú también ser paciente”. Un estribillo insuperable, que debería haber pasado como himno de la perenne mentira del político español: “Hombre blanco hablar/ con lengua de serpiente”.

Sabina suspende todas las hostilidades y se abraza al terreno lúdico del juego amoroso del deseo y desesperación por las mujeres. Levanta el mito del licenciado en madrugadas desabridas y se convierte en el Paulo Coelho de la canción. El mercado le ofrece el oro y el moro por su malditismo, que ahora viste con tapa dura. Regalazo navideño.

Joaquín Sabina luce melancolía con batín de seda, en calcetines y pijama a rayas, rodeado de libros en un agradable salón, en el que se echa en falta una chimenea calentando los sueños más confortables de la vieja gloria. Está recostado en una chaise longue, mientras se abraza a sus piernas recogidas y deja caer para atrás su melena. Ojos cerrados. Estamos en un espacio íntimo del cantautor.

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