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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

La última oportunidad de Lassalle

El Secretario de Estado de Cultura ha perdido todas las batallas. La pelea de José María Lassalle no es con la oposición. ¿Oposición? El fino corredor

Foto: José María Lassalle, secretario de Estado de Cultura
José María Lassalle, secretario de Estado de Cultura

El Secretario de Estado de Cultura no ha ganado todavía ninguna batalla. La pelea de José María Lassalle no es con la oposición. ¿Oposición? El fino corredor de fondo, que atemorizaba a los atribulados mandatos de los dos últimos ministros de cultura que tuvo este país -con sus preguntas y sus propuestas culturales revolucionarias- libra, desde que dejó la zona de ataque en el Congreso de los Diputados, la más complicada de las carreras en las que se ha inscrito: hacer ver a Mariano Rajoy que prescindir de la cultura, en estos momentos, supone la consolidación de la barbarie.

Es al Gobierno para el que trabaja y el partido en el que milita a quienes debe enseñar que “lo suyo” no muerde, que la cultura debe ser atendida como una necesidad “que impide que el hombre se barbarice víctima de sus propias debilidades y frustraciones”. Las comillas son del propio Lassalle, extraídas de un artículo del último número de Letras Libres. En la revista asegura que sólo ella nos ayudará a repensar los motivos más profundos que nos han conducido hasta esta crisis. Nuestro no ministro del ramo entiende la cultura como un medio –al menos, la legitima como tal ante sus bárbaros-, pero la industria en bloque se define a sí misma como un fin, como un negocio que necesita que le levanten la condena para volver a respirar. Y que lo haga ya.

La mayor equivocación de Lassalle en estos dos años ha sido actuar como si a su Presidente –ex ministro de su órbita- estuviese interesado en sus problemas, planes y soluciones. Una estrategia inexplicable, porque él mismo sufrió en sus carnes la falta de intención cultural cuando le cambiaron la cartera ministril por otra de rango inferior. Nombrado y avalado por la vicepresidenta y amiga, Soraya Sáenz de Santamaría, se encuentra desde entonces en su puesto sin la confianza de José Ignacio Wert, el ministro. Primer enemigo en casa.

placeholder José María Lassalle toma posesión como Secretario de Estado de Cultura. (Efe)
José María Lassalle toma posesión como Secretario de Estado de Cultura. (Efe)

El próximo 17 de enero José María Lassalle tiene una cita con la que puede ser su última oportunidad. Ese día está previsto, según ha podido saber este periódico, que llegue la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual (LPI) al Consejo de Ministros. Por si no lo saben, es esa ley que el Consejo de Estado –máximo órgano consultivo del Gobierno- calificó en su anteproyecto de chapucero y lo tumbó porque incumplirá la ley europea, que sale del horno en los próximos meses.

Mientras Lassalle monta reuniones exprés con las sociedades de gestión de derechos de autor para escuchar los reproches y alegaciones a un texto que tampoco aceptan, José Ignacio Wert, ese ministro que a veces atiende a la cultura, sacaba pecho para disimular y hacer ver que el Consejo de Estado no opinaba mal de una reforma que deja a la cultura a cero y a las operadoras y tecnológicas a cien.

Si no cambia nada, en dos semanas sabremos si los ministerios implicados en la LPI han atendido las peticiones del sector o han hecho un avión de papel con ellas. Las sociedades gestoras de derechos con las que ha podido hablar El Confidencial avisan de un cambio de tono (del modoso-empalagoso al indignado) si Lassalle no logra colar sus reclamaciones en el anteproyecto que debe ser aprobado por el Congreso.

A las puertas de la crisis de Gobierno, que se prevé con las Elecciones al Parlamento Europeo de mayo, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte cuenta con todas las papeletas para ser saneado. La amistad que une a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría con José María Lassalle podría acercar al diputado del PP a un papel en el que esté más cómodo, como un gabinete de ideas y discursos.

Imagen de Lassalle como profesor de Filosofía de Derecho. Año 2000. (Diario Montañés)Quién sabe. Ese podría ser un lugar perfecto para el político que no ha dejado de ser el profesor de Filosofía de Derecho de la Universidad de Cantabria (entre 1996 y 2001). Sería un buen momento para colgar las ropas de gestor y cambiarlas por las de demiurgo, en busca de un paraíso en el que la realidad no estropea las teorías. Allí donde no se cuestiona si la hipótesis es descubridora o parloteo.

El último defensor

El fiel caballero ilustrado, guerrero salvador de ese zombie desorientado, que busca una fuente de financiación y responde al nombre de “cultura”, no tardó en levantar un nuevo contrincante en su equipo, el ministro de todo: Cristóbal Montoro. Lassalle mantiene su hoja de ruta y comete el mayor de los errores: desmonta un modelo de financiación sin tener garantizado el recambio. ¿Consecuencia? Deja a la industria desasistida, a la espera de la cacareada reforma de la Ley de Mecenazgo. Beneficios fiscales con sabor a miel para todas las empresas que quieran invertir en el desarrollo de la cohesión social de este país (no sólo cultural). Pero nada.

Él caminó sin tener el sí de la niña y cuando reclamó a Montoro lo suyo, la memoria del ministro de todo hizo boom y aparecieron en cadena los de la ceja, el no a la guerra, los Animalario en los Goya, los Bardem y Almodóvar, aquellos malditos titiriteros tocando las narices cuando trabajaba con Aznar, se frotó las manos y le despidió con un “vuelva usted mañana”. “Y, por cierto, llévese este 21 % puesto y se lo va explicando a sus amigos ilustrados”. ¡Blam!

El primer abucheo lo recibe Lassalle al año de tomar el cargo, en el auditorio principal del Museo Reina Sofía. Abarrotado de gestores que acudían al IV Foro de Industrial Culturales, organizado por la Fundación Santillana y la Fundación Alternativas. El ambiente en la sala está muy caliente, a pesar de que la única crónica periodística que se publicó entonces sobre el encuentro no escuchó los gritos desde el patio de butacas, ni las quejas que otros conferenciantes habían lanzado por el abandono en el que se encontraba el sector.

placeholder Con sus compañeros candidatos a las Elecciones Generales, en 2004. Entre ellos está, arriba, Luis Bárcenas.

Llegaba, además de su mochila cargada de buenas palabras y filósofos alemanes, con la ejecución de sus primeros presupuestos generales, en los que el Gobierno había decidido ejecutar un recorte del 15,1% (con un 35% menos para las ayudas al cine, por ejemplo). Es la primera vez que se escucha –al año de su mandato- que la reforma de la Ley de Mecenazgo no la veremos cerrar en esta legislatura, que los recortes en cultura se han hecho de manera nefasta y sin un plan, que éste es el sector que destruye empleo más rápidamente, que se ha cerrado el modelo de las subvenciones sin ley de financiación, que “si el Gobierno quiere cargarse la cultura va por el buen camino”.

Un guion sin acción

Después de que el subdirector general de Promoción de Industrias Culturales y de Fundaciones y Mecenazgo de la Secretaría de Estado de Cultura, Faustino Díaz Fortuny, rociara de gasolina al respetable al advertir que “la cultura popular gratuita es algo que tampoco va a volver” y que los directores de las instituciones culturales “no están siendo transparentes en sus labores porque no dicen cómo invierten el dinero público”, la mesa de José María Lassalle ardía. Claro que él tampoco se preocupó de sofocarla.

Citó a sus habituales pensadores de cabecera –Walter Benjamin, Aby Warburg, Ernst Cassirer, Immanuel Kant, Goethe- para desmigar las razones del Gobierno para acabar con lo que Lassalle consideró “una dependencia insostenible” de la cultura con el Estado. Alguien del patio interrumpió el discurso y le pidió una fecha para la Ley. “Es una lucha lenta que implica un cambio de cosmovisión”. Y al pronunciar “cosmovisión” lenguas de fuego rabioso subieron por el escenario y explotaron en sus narices.

A los ocho meses de aquella experiencia, es Lassalle quien reconoce –en el Museo del Prado- que la reforma se está demorando “extraordinariamente” y está dejando a nuestro país “en una anormalidad legal e institucional difícilmente explicable”. Ya no puede seguir justificando el no de Montoro. De hecho, reconoce abiertamente la batalla. Entre una trinchera y la otra, en medio del fuego cruzado, la cultura y la industria cultural levanta un pañuelo blanco y pide tregua.

El Secretario de Estado de Cultura no ha ganado todavía ninguna batalla. La pelea de José María Lassalle no es con la oposición. ¿Oposición? El fino corredor de fondo, que atemorizaba a los atribulados mandatos de los dos últimos ministros de cultura que tuvo este país -con sus preguntas y sus propuestas culturales revolucionarias- libra, desde que dejó la zona de ataque en el Congreso de los Diputados, la más complicada de las carreras en las que se ha inscrito: hacer ver a Mariano Rajoy que prescindir de la cultura, en estos momentos, supone la consolidación de la barbarie.