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El final de la 'Teddycracia'
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Peio H. Riaño

Animales de compañía

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Peio H. Riaño

El final de la 'Teddycracia'

Teddy Bautista se extinguió junto con las casetes, el VHS, el Beta, las minicadenas, los radiocasetes, el Spectrum 128K, el walkman, los diskettes...

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Teddy Bautista se extinguió junto con las casetes, el VHS, el Beta, las minicadenas, los radiocasetes, el Spectrum 128K, el walkman, los diskettes, los tocadiscos y los vinilos (sí, también), los DVD y los CD. Desapareció como se extinguen todos los dinosaurios analógicos de la Edad Contemporánea, con una Transit de la Guardia Civil llena de cajas con papeles, archivos, ordenadores confiscados y un palacio modernista pastelón precintado. No son suficientes las fuerzas del orden dirigidas por el aparato judicial para borrar las largas sombras que se enquistan, hace falta que la maquinaria ejecutiva y legislativa actúen para acabar con los restos de la ignominia.

El pasado viernes -maldita ironía, día de los enamorados de 2014- el Consejo de Ministros sepultaba con la intervención de las entidades de gestión de derechos de propiedad intelectual -incluida en la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual- la Teddycracia. ¿Recuerdan? Era aquel paraíso -Sociedad General de Autores y Editores (SGAE)- organizado sin ánimo de lucro y sin control de las administraciones, del que colgaba -como muestra el registro mercantil- un entramado societario de compañías con mucho ánimo de lucro, y cuyo único objetivo era el de enriquecerse a base de facturarle servicios a la SGAE.

Si todo sale bien, asistimos al punto final del enriquecimiento de la cúpula de la entidad de gestión colectiva a costa de la recaudación de los derechos de autor de los más de cien mil socios. En el nuevo mundo que dibujan desde la Secretaría de Estado de Cultura a este periódico se acabaron las filiales convertidas en lucrativos negocios. Dicen que controlarán, vigilarán y sancionarán. Que intervendrán en su monopolio. Ni una Fundación Autor más, dedicada a obtener negocio de actividades relacionadas en nombre de la cultura: publicación y distribución de libros, discos, vídeos, programación y montaje de espectáculos…

El derrocamiento legislativo de la Teddycracia es algo más. Es el final del Estado cultural “a la francesa” que se constituyó en la Transición española para ser uno de los motores que animaron la modernización del país.

“Señorías, no tienen más que salir de casa para comprender que la cultura ya es una práctica envolvente, totalizadora, en la que se invierte mucho tiempo, que tiene una trascendencia estratégica e ideológica de primer orden y que abre posibilidades de empleo. De tal modo esto es así que nos atrevemos a hablar del Estado cultural como aspiración”, declaraba en 1986 el ideólogo de este nuevo paradigma, Javier Solana, ministro de Cultura y portavoz del Gobierno de Felipe González.

placeholder Teddy bautista, a disposición judicial por supuesta apropiación indebida

“Disponemos hoy ya de tales recursos que me atrevo a decir que es posible sustituir el hombre económico por el hombre cultural y es posible que la aspiración del Estado de bienestar sea superada por la del Estado cultural”, terminó su discurso. ¿Qué extraña cualidad tienen los discursos políticos que con los años se transforman en preciados guiones de Monty Python?

La sociedad española debía olvidar como fuera la Guerra Civil y la dictadura, había que ser modernos a toda costa. Porque en la modernidad estaba la salvación y en la política cultural la mejor estrategia de crecimiento nacional. Sí, la marca España se la inventó Glez. Las inversiones para infraestructuras culturales se dispararon: la cultura era el progreso.

“Acabaron imponiéndose quienes defendían la superación de la dialéctica política franquismo/antifranquismo, considerada ahora como antiproductiva y, sobre todo, anacrónica”, escribe Giulia Quaggio, en el ensayo La cultura en transición. Reconciliación y política cultural en España, 1976-1986, que acaba de publicar Alianza.

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La historiadora asegura que la cultura se convirtió para el PSOE en “el símbolo de una España que buscaba sorprender al mundo con una identidad atractiva e internacional”. Todos los campos de la vida pública, desde la economía a la política, quedaron dominadas por las dinámicas culturales que se entregaron a la imagen, el esteticismo y el olvido. “Para bien o para mal, se le impuso a la cultura la tarea de exorcizar la existencia de un pasado dramático y lleno de dolor, oscuro e intransigente”, apunta Quaggio.

Agotadas las dos primeras legislaturas había que iniciar las reformas que demostraran la validez de una estrategia económica liberal en el interior del socialismo. “Así como las ventajas de la industria y el capital para el bienestar general de la nación”. El Estado invertía sin control en la cultura y Rafael Sánchez Ferlosio daba cuenta de ella en noviembre de 1984 en un irónico artículo titulado La cultura, ese invento del Gobierno. “En cuanto oigo la palabra cultura extiendo un cheque en blanco al portador”, escribe sobre la política cultural del gobierno socialista, basada en una pasión desenfrenada por los actos y las actividades culturales. La “actomanía”.

El populismo ruinoso

“El prestigio de la fiesta y de lo festivo parece haberse vuelto hoy tan intocable, tan tabú, como el prestigio del pueblo y lo popular. La política cultural de este Gobierno hace lo exactamente inverso al elitismo barato de Mairena: un populismo caro; mejor dicho, carísimo, ruinoso”. Repetimos, 1984. Tres años más tarde se reforma la Ley de Propiedad Intelectual, repensada a dos bandas, entre el Gobierno y la SGAE.

En la propia web de la sociedad puede leerse en el apartado “Historia”: “Otras fechas relevantes de la historia de la Sociedad serán 1987 y 1996, en las que se llevan a cabo las grandes reformas de la LPI del siglo XX. La SGAE del siglo XXI vive un proceso de refundación impulsado por su deseo de lograr una Sociedad más democrática y transparente”. Del pilla todo lo que puedas al enséñanos las cuentas hay una tropelía que está pendiente de juicio, pero que ha provocado la toma del control de las administraciones de las entidades de gestión colectiva.

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Teddy ya estaba allí. En la junta directiva desde 1993, después como consejero delegado, presidente del Consejo de Dirección, desde 1995 hasta 2011. Momento en que, una vez más, el prototipo de éxito a la española hace crack y es acusado de un delito de apropiación indebida “de especial gravedad, por la cuantía defraudada” y de administración fraudulenta.

Cuando España era una fiesta con barra libre de cultura -también había garrafón-, él y su equipo eran el brazo ejecutor de la comparsa. El Ministerio de Cultura se conformaba con ser un mero órgano regulador. La actividad, la ola de la creatividad, la construcción de la retórica del progreso, partía de la SGAE.

En la SGAE los periodistas se enteraban de más cosas que en el Ministerio. Había dinero, había acuerdo. Era un país irreconocible, el espacio público español invirtió la moral del éxito en los tres grandes acontecimientos que consagraron y desangraron al Estado cultural español: Quinto centenario del descubrimiento de América, Expo 92 y JJOO Barcelona. El dinero no faltó tampoco durante el esplendor de la burbuja inmobiliaria de Aznar.

Un furgón y fin

Pero con los años las políticas culturales no eran suficientes para la entidad. Se quedaron cortas, había que buscar nuevos caladeros donde echar las redes... La organización y su cúpula decidió apostar a caballo ganador por las industrias culturales y por la explotación de internet. “Lo duro” de la cultura. Entonces inventan el canon digital por compensación equitativa imputado a los fabricantes de los equipos y materiales de duplicación: año 2002. Pero no fue un win-win, la prestidigitación de subirse a las nuevas tecnologías (SDAE, Microgénesis, Portal Latino…) mató al dinosaurio.

Todo era un espejismo. En la SGAE y en España. La cultura no había fraguado, porque no se articuló en un debate profundo. Todo era una operación de maquillaje y Teddy tenía las pinturas. Teddy ya no está, pelea por su indemnización, ha dejado el terreno yermo. Cuando se descubrió el pastel a la política ya no le interesaba la cultura. Aquel furgón de la Guardia Civil se llevó de la SGAE mucho más de lo que encontró en Longoria: dentro iban tres décadas de hegemonía y esplendor cultural. Y la coartada para acabar con ella. Era el camión de los Reyes Magos, que repartió regalos para los más fuertes: la política perdía el miedo a la cultura sobrealimentada y las industrias tecnológias tumbaban el canon digital, que la nueva LPI desmantela definitivamente. Hasta la sociedad española brincaba aliviada al ver al terror de las peluquerías y las bodas desautorizado.

Si la caída de la Teddycracia supone el final del Estado Cultural pervertido, ¿cuál es la siguiente pantalla?

Teddy Bautista se extinguió junto con las casetes, el VHS, el Beta, las minicadenas, los radiocasetes, el Spectrum 128K, el walkman, los diskettes, los tocadiscos y los vinilos (sí, también), los DVD y los CD. Desapareció como se extinguen todos los dinosaurios analógicos de la Edad Contemporánea, con una Transit de la Guardia Civil llena de cajas con papeles, archivos, ordenadores confiscados y un palacio modernista pastelón precintado. No son suficientes las fuerzas del orden dirigidas por el aparato judicial para borrar las largas sombras que se enquistan, hace falta que la maquinaria ejecutiva y legislativa actúen para acabar con los restos de la ignominia.

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