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¿Por qué Antonio López no ha terminado su retrato de la familia real en 20 años?
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Peio H. Riaño

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Peio H. Riaño

¿Por qué Antonio López no ha terminado su retrato de la familia real en 20 años?

Una obra muere cuando deja de tener interés para el pintor. Es la muerte natural de la pintura. El final del orgasmo

Foto: Antonio López. (Foto: Enrique Villarino)
Antonio López. (Foto: Enrique Villarino)

Una obra muere cuando deja de tener interés para el pintor. Es la muerte natural de la pintura. El final del orgasmo, como espetó Pollock al periodista de Life Magazine, que le preguntó cómo llegaba a la conclusión de que había terminado una de sus pinturas drapeadas. “¿Cómo sabe usted que ha terminado de hacer el amor?”. Pues eso, ¿por qué no termina Antonio López su retrato de la familia real? Es sencillo, porque sus pinturas no tienen fin.

¿Por qué no acaban nunca? Antonio López suele hablar del “ensimismamiento”, algo parecido a un hechizo (sin conjuros) que le mantiene atento al cuadro. Por eso tiene tanto miedo a perderlo, a soltarlo, a que le interrumpan y le distraigan. Estos días se enfada ante la avalancha de preguntas, se revuelve contra las presiones que quieren saber qué pasa con el mítico retrato de la familia de Juan Carlos I, ahora que ha decidido abdicar.

“Es mi oficio y no tengo prisa”, cuenta a este periódico días atrás. “Trato de aislarme de lo que se dice estos días de mí y seguir trabajando en el cuadro”. El pintor llega al mediodía a Palacio Real a continuar sus labores, tratando de deshacerse de los alrededores y las burocracias de la pintura. Dice que lo entregará a finales de verano y que ha renunciado a los talleres que imparte desde hace años. Es el ultimátum de Patrimonio Nacional, que le encargó el cuadro en el año 1994.

José Luis Díez, director del Museo de las Colecciones Reales y responsable de la dirección científica y técnica de Patrimonio Nacional, explica a este periódico que, tras la abdicación del rey, “la lectura institucional del cuadro ha cambiado”: “Ahora es el retrato de la familia de Juan Carlos I, ya no es el retrato de la familia real. Ha pasado a la dimensión histórica. Ese es uno de los sellos del pintor, sus obras están en ejecución continua. De hecho, tampoco pasaría nada si una vez colgado el cuadro él desea seguir pintando. Lo descolgaríamos. Aunque parezca cursi, él retrata el tiempo”, cuenta Díez a El Confidencial.

Sea como sea, esté como esté, López entregará el cuadro este verano, porque “será presentado a finales de año en la exposición del retrato cortesano en las Colecciones Reales”. Desde los Austria a los Borbones, desde Juan de Flandes a Antonio López, desde un retrato de Isabel la Católica a la familia de Juan Carlos I.

La pintura, material incontrolable

Y si decide volver a meterle mano al cuadro, no sería la primera vez que retoma una pintura del pasado. Así hizo con la vista de la terraza del antiguo apartamento de Lucio Muñoz, donde en 1962 pinto el rosal que trepaba por la pared, la acumulación de chimeneas, los edificios recortados sobre un cielo amable y una luz rasa. Pasó dos primaveras en aquel rincón al aire libre de su amigo el pintor abstracto.

Creía que había finalizado el cuadro hasta que 30 años más tarde regresó a la terraza para retocarlo, en la que ya no vivía su amigo. Todo había cambiado mucho. España había superado una dictadura y sus calles volvían a ser democráticas. Quizá su mirada tampoco era la misma. Reformó La terraza de Lucio por completo: añade por arriba y por abajo, por la izquierda…

La pintura de Antonio López es un ser vivo y, como tal, material incontrolable e indefinido que puede despertarse en cualquier momento y reclamar atención

No es la única vez que le pasa, la pintura de Antonio López es un ser vivo y, como tal, material incontrolable e indefinido que puede despertarse en cualquier momento y reclamar atención. López se niega a dar la pintura por muerta. Reconoce desconocer cuándo acaba un cuadro, porque el presente -su obsesión- sigue avanzando y no se atreve a decirle que espere.

Por eso dice que le gustaría ser como su tío Antonio López Torres, porque “él no se acordaba de nadie cuando pintaba”. Y hacerse isla. Y entretenerse con la misma urbe treinta, cuarenta años, los que hicieran falta. Simplemente por la verdad. No quiere hacer trampas. Echa de menos más verdad y menos mentira. Dice que el hombre se ha convertido en un falso animal de tanto como miente, y la humanidad dice del pintor que es un inadaptado. La tensión entre su idea de perfección y la de la sociedad es insostenible. Un campo de exigencias.

La verdad o la muerte

La verdad es la perfección, la imperfección la mentira. La verdad es la única escala. La perfección, le ha dicho a este periodista en alguna ocasión, es “que la parra dé uvas y que tú seas tú”, que el trigo es perfecto y que los artistas lo son cuando son auténticos. Por eso la verdad está hecha para los valientes, para los que no llega a los fines sin tener que dar cuentas.

Por eso Antonio López se parece tanto a Leonardo da Vinci, otro repudiado porque nunca entregaba sus encargos. “Leonardo se abrió a nuevos lenguajes, no los sistematizó nunca. Era una persona que tardaba en concebir su trabajo, porque prefería buscar la manera de expresarlo para abarcarlo como él quería”, dice López como si se refiriese a él.

Sin embargo, es consciente de las limitaciones de su vida. Hay que comer. Hay necesidades que atender y que obligan a distraerse de los objetivos. Trata de convivir, unas veces valiente otras negocia. “Leonardo va al límite, incluso en contra de sus propios intereses y de una manera que asusta porque le crea muchos problemas. A mí me puede pasar eso -reconocía en uno de los encuentros con este periodista-. Leonardo busca la perfección y acaba encontrando el límite de la forma de expresar el máximo talento que puede tener el ser humano”. Es la guerra: comer o alimentarse; cuánto esfuerzo dedicarle a la comida, cuánto al alimento.

Un pintor con problemas

La posición de Leonardo en Roma quedó en entredicho tras la muerte de su protector, Giuliano de Medici, el papa León X hace público la relación tirante que mantiene con el maestro. Sencillamente, le exaspera. Cuenta Vasari que en una ocasión el Papa le encargó una obra y el artista se puso a trabajar sobre los óleos para elaborar el barniz. El pontífice exclamó: “Ay de mí, este no sirve para hacer nada, pues empieza a pensar en el final antes de dar comienzo a la obra”.

Un pintor cerca de la naturaleza, que trabaja con la luz, que actúa contra el tiempo, sin fórmulas, es un pintor en construcción. Un pintor de verdad es un pintor con problemas. “La gente quiere que, si has dicho que vas a tardar cuatro años, tardes cuatro años. Ni uno más. La gente no quiere problemas y no quiere que su vida cambie porque tu trabajo lleve un ritmo que ni siquiera Leonardo conocía”, contó hace un año en el último encuentro. Antonio López, un pintor sin prisa en una sociedad sin paciencia. Y una monarquía que cambia de manos.

Una obra muere cuando deja de tener interés para el pintor. Es la muerte natural de la pintura. El final del orgasmo, como espetó Pollock al periodista de Life Magazine, que le preguntó cómo llegaba a la conclusión de que había terminado una de sus pinturas drapeadas. “¿Cómo sabe usted que ha terminado de hacer el amor?”. Pues eso, ¿por qué no termina Antonio López su retrato de la familia real? Es sencillo, porque sus pinturas no tienen fin.

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