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Màxim Huerta, el ministro con más papeletas para ser odiado
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Carlos Prieto

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Màxim Huerta, el ministro con más papeletas para ser odiado

A simple vista parece la elección más banal de Pedro Sánchez, pero daría para un curso universitario de dos años: lo tiene todo para ser analizado y también para ser odiado

Foto: Màxim Huerta jura su cargo como ministro de Cultura y Deportes | Reuters
Màxim Huerta jura su cargo como ministro de Cultura y Deportes | Reuters

Hace unos días, vi a un periodista curtido en mil batallas desmoronarse estrepitosamente. "Soy absolutamente incapaz de seguir el ritmo de la actualidad política española", me dijo el plumilla con los ojos inyectados en sangre, mientras trataba de asimilar (en vano) que la cabeza del inmortal Mariano Rajoy había rodado por unas escaleras, que el varias veces dado por muerto Pedro Sánchez se convertía en presidente del Gobierno, que Monedero trataba a la vicepresidenta Soraya como a una enana de circo, que España, en definitiva, había entrado en una espiral informativa fuera de control.

Pues bien: la cosa no había hecho más que empezar...

En esas llegó el nuevo presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y anunció que Màxim Huerta sería el nuevo ministro de Cultura y Deportes. Y se abrieron los cielos tuiteros, y apareció una lengua de fuego en el horizonte, que el Señor de la Semiótica nos ampare.

Foto: El periodista Màxim Huerta. (GTRES)

En las universidades anglosajonas hay un objeto de investigación llamado Estudios Culturales: cursos de posgrado sobre los temas pop más variopintos que se pueda usted imaginar, de las letras de Beyoncé al efecto de la marihuana sobre el inconsciente colectivo.

Pues bien: Màxim Huerta sería el nuevo ministro socialista más indicado como Estudio Cultural: a simple vista parece la elección más banal de Pedro Sánchez, pero daría para un curso universitario de dos años: el ministro 'celebrity', el ministro tertuliano de Ana Rosa, el ministro escritor de superventas, el ministro gay.

Máxim Huerta, ministro de Cultura y Deporte

El hombre lo tiene todo para ser analizado y lo tiene todo, ¡ay!, para ser odiado. Odiado por los que envidian a los que tienen éxito y por los que tienen manía tanto a los progres como a los gais.

Pero odiado también por un sector de la cultura que puede ser más afín ideológicamente al socialismo, pero que ha recibido a Huerta con la escopeta cargada: le ven más como a un tertuliano de Ana Rosa que como a un escritor, más como a una 'celebrity' televisiva que como a un intelectual —como si Huerta hubiera venido a banalizar la alta cultura (sí, medio siglo después, aún estamos en esa discusión)—.

Reaccionarios y esnobs contra Màxim Huerta. Oleada de prejucios; pero también la sospecha desde el primer minuto —justa o injusta— de que estamos ante la primera gran ocurrencia/ideaca de Pedro Sánchez.

Súmenle a eso la larga tradición quemaministros de Cultura —parece un ministerio blanco, pero suele ser más bien casa de follones, conflictos y ministros achicharrados— y uno no puede evitar pensar que la operación Màxim Huerta es un todo o nada: o sale a hombros o acaba como el rosario de la aurora. Tendrá su mérito si sale airoso. ¿Quién dijo que la política no era algo divertido?

Hace unos días, vi a un periodista curtido en mil batallas desmoronarse estrepitosamente. "Soy absolutamente incapaz de seguir el ritmo de la actualidad política española", me dijo el plumilla con los ojos inyectados en sangre, mientras trataba de asimilar (en vano) que la cabeza del inmortal Mariano Rajoy había rodado por unas escaleras, que el varias veces dado por muerto Pedro Sánchez se convertía en presidente del Gobierno, que Monedero trataba a la vicepresidenta Soraya como a una enana de circo, que España, en definitiva, había entrado en una espiral informativa fuera de control.

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