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Penes de pana y verbo femenino
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Marta Sanz

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Penes de pana y verbo femenino

Hoy la cosa va de búsquedas y reconocimientos de mujeres que practican distintos géneros literarios y artísticos. De la toma de conciencia de ese límite que

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Hoy la cosa va de búsquedas y reconocimientos de mujeres que practican distintos géneros literarios y artísticos. De la toma de conciencia de ese límite que nos define y termina silueteando el cuerpo de cada quien: la costarricense Ana Istarú escribe poemas; Blanca Riestra nos entrega una peculiar novela autobiográfica; y la dibujante francesa Julie Maroh una novela gráfica que sirve de punto de partida a Abdellatif Kechiche, para filmar su espléndida La vida de Adèle.

También el actor Guillaume Gallienne ha dirigido Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!, que es una hilarante y a ratos patética –en el buen sentido de la palabra- aproximación a las ambiguas definiciones de una opción sexual perversamente marcada por presiones sociales y culturales: en la película de Gallienne no esperen encontrar una mirada tópica sobre el asunto. Más bien, todo resulta bastante imprevisible…

Nido entre la grieta

La joven filóloga Alejandra Aventín ha preparado para la editorial Amargord una antología y un interesante estudio crítico de la obra poética de Ana Istarú. El libro se titula –la metáfora es muy gráfica- Nido entre la grieta. Antología poética y puede servir a los lectores para empezar a conocer la obra de esta poeta transgresora y al mismo tiempo muy representativa dentro del contexto de la literatura costarricense.

Los penes dejan de ser espadas fulgurantes y adquieren la textura, cariñosa e irregular, de la pana

Destaca el impulso vital de autoconocimiento, la elementalidad y fuerza de los poemas de los quince años. En Poemas para un día cualquiera (1975), a través de la ciudad, el amor y la familia, Istarú acota el concepto solidario del yo en los otros: son poemas con interlocutor escritos con imágenes sencillas y hermosas desde la conciencia de la colectividad. Poco a poco en el proyecto poético de Ana Istarú va cobrando protagonismo el sexo como construcción cultural y necesidad de subrayar el propio nombre frente a la lacra de la historia.

Escribe la poeta en Poemas abiertos y otros amaneceres (1980): “No hay eclipse más dulce que tu cuerpo y mi cuerpo”. Pero si Istarú tiene un libro emblemático ése es La estación de la fiebre  (1983), cascada de imágenes en torno a una sexualidad de la mujer que, paradójicamente, se normaliza y limpia a través de su mitificación simbólica. La autora habla de ovarios y, al mismo tiempo, suaviza la agresividad de las metáforas fálicas habituales: los penes dejan de ser espadas fulgurantes y adquieren la textura, cariñosa e irregular, de la pana.

En Verbo madre (1995): el descubrimiento de la geografía del embarazo y la muerte de la madre propician la reconciliación de la voz poemática con su cuerpo de mujer. Y el cuerpo es una epifanía. El sesgo social de la obra de Istarú se hace obvio en La muerte y otros efímeros agravios (1988): “Esto lo escribo en Costa Rica/ estamos en septiembre del ochenta y cinco”.

Se subraya el contexto de “un país que está en el sueño”, un país sin conciencia e inconsciente que parece mirar a su entorno por encima del hombro. Istarú repasa capítulos de muerte y hambre, y allí encuentra las razones de su posicionamiento ideológico: “No soy en balde comunista y eso se aprende a fuerza de amar hasta romperse”.  

Caperucita ya no anda sola por el bosque

Blanca Riestra ha escrito una de las propuestas autobiográficas más valientes de los últimos años: Pregúntale al bosque (Pre-textos), ganadora del premio de novela breve Ciudad de Barbastro. El bosque es metáfora, pero también masa oscura, húmeda y tangible. Esa doble perspectiva literaria y vital está presente en casi todos los libros de Blanca Riestra: una reflexión implícita y explícita sobre el lenguaje que en esta novela se manifiesta nada más empezar con una alusión a la memoria lingüística.

Blanca Riestra se mueve sobre el filo delicado y paradójico, sobre el temblor, de esos escritores que se hacen preguntas sobre ellos mismos y sobre su oficio

El lector se pregunta si el lenguaje transforma la memoria o es la memoria, siempre proustiana, la que tiñe el lenguaje de la magnífica sensualidad de Pregúntale al bosque. Blanca Riestra dice que escribe porque no entiende nada, pero con la intuición de que sirve para algo y también dice que hasta la mierda puede convertirse en un objeto valioso por obra y gracia de la literatura. Tiene esa visión trascendente del proceso de comunicación literaria que dejó de estar de moda durante muchos años: durante la pseudo-líquida posmodernidad, los escritores tomaban la palabra aparentemente sin ninguna pretensión más allá de la de entretener.

Blanca Riestra se mueve sobre el filo delicado y paradójico, sobre el temblor, de esos escritores que se hacen preguntas sobre ellos mismos y sobre su oficio –su pulsión- y algunas veces piensan que la palabra de la literatura es lente de aumento, mientras que otras ven el lenguaje literario como un tupido velo que lo emborrona todo. Riestra habla del texto como figura geométrica y en su escritura son más importantes las sombras, el rastro del objeto olvidado, que los hitos y las fechas señaladas en rojo.

En su modo de escribir están Blanchot, el psicoanálisis y los cuadros acuchillados de Lucio Fontana: aproximaciones, intensamente poéticas –ya sea en el ámbito de la filosofía, la psiquiatría o la narración- donde tiene importancia lo que se dice sin decirse y lo que diciéndose no se dice.

Las caperucitas aprenden en su aventura por el bosque: al repensarnos, más allá de los cuarenta, nos percatamos de la ingenuidad de nuestras fantasías de igualitarismo –cuando pensábamos que de verdad el mundo nos trataba del mismo modo a hombres y mujeres- y empezamos a sentir las desventajas como un dolor del que somos responsables. Por nuestro colaboracionismo y nuestra ceguera.

Pregúntale al bosque esboza un relato intimista de la Transición ligado a la mirada de una mujer. El despertar de la sexualidad de las nacidas a finales de los sesenta y principios de los setenta coincide con la pubertad de un país que pasó de la niñez tutelada y represiva al descubrimiento de las libertades. Hay una sintonía entre la metamorfosis biológica y la histórica, y una indagación sobre cómo se relaciona la realidad con sus representaciones. 

Pregúntale al bosque esboza un relato intimista de la Transición ligado a la mirada de una mujer. El despertar de la sexualidad de las nacidas a finales de los sesenta y principios de los setenta coincide con la pubertad de un país que pasó de la niñez tutelada y represiva al descubrimiento de las libertades. Hay una sintonía entre la metamorfosis biológica y la histórica, y una indagación sobre cómo se relaciona la realidad con sus representaciones. Cómo o por qué Blanca o yo o cualquiera de ustedes somos lo que somos, porque crecimos con modelos como el de Susana Estrada, la Bombi, las “marujas”, modelos que asumimos o contra los que nos construimos…

placeholder Anuncio de una clínica abortista en la Ruta 66 (Corbis)

Riestra alude a “la semilla negra”, al beso de Blancanieves o de la bella durmiente, que tanto daño han hecho y que a lo largo del libro se concretan en la negación sistemática de una feminidad canónica: resistencia al matrimonio, a la maternidad, huida de las marcas de género y del pasar por el aro… Cuando la protagonista decide abortar, sus palabras son elocuentes: “No me atraparéis”. Frente a las sangrientas representaciones del cine y la literatura, Riestra opta por una descripción del aborto que no es traumática ni aleccionadora: es una acción de resistencia. 

El pudor de la autobiografía en Pregúntale al bosque se concreta en tres asuntos: la tercera persona para abordar la construcción del yo –muy deleuziano-; la elipsis que refleja el balanceo de la memoria y la usurpación interesada del relato de la memoria; y, sobre todo, el modo de aproximarse a la pareja: el dato concreto, nombre, edad, se travisten y lo que queda es la fidelidad de la impresión.

En los textos autobiográficos casi siempre es significativo el tono elegíaco, la presencia de la muerte y la idea de que la felicidad nunca es presente

Enlazando con la idea del pudor en las novelas autobiográficas, algunos fragmentos de ésta se sostienen bajo la estructura subterránea de una conversación entre amigas. Esa opción estilística desdibuja el límite entre lo propio y lo ajeno. Se busca la franja intermedia de lo compartido… En ese juego polifónico no sólo se desdibuja el límite que separa lo individual y lo colectivo, sino también el que separa lo escrito de lo oral. 

En los textos autobiográficos casi siempre es significativo el tono elegíaco, la presencia de la muerte y la idea de que la felicidad nunca es presente: “Siempre deseando la vida de los otros”. Como en Los otros son más felices (Destino) de Laura Freixas. Algunas frases de Pregúntale al bosque no se pueden escribir mejor: “No haber visto morir a nadie da mucha fuerza, una fuerza salvaje, llena de virginidad y de cojones”. La relación con el dinero, el trabajo, el concepto de alienación, el modo especialísimo en el que la escritora se acerca a la figura del mendigo, las marcas de clase expulsan la autobiografía de la ingenuidad y la transforman en discurso insurrecto.

Enamorarse de personas

Al hablar del libro de Blanca Riestra, he destacado el modo en que narra la eclosión sexual de una adolescente heterosexual. Parece que no hay épica en la narración de esos despertares. No son despertares de una sexualidad militante. O quizá a veces sí: porque sólo el sexo heterosexual de los hombres se ha visto libre y desprejuiciadamente. Y no en todos los casos.

La limpieza caligráfica y el color melifluo, la estilización no siempre hacia lo bello, de Maroh se transforman en la versión cinematográfica en estética –y también ética- naturalista donde la luz de la fotografía y de las actrices constituye un elemento fundamental. Abdellatif Kechiche transforma a Clementine en Adèle y consigue llevar al terreno político el relato del despertar lésbico de Adèle, su entrada en un nuevo mundo donde no solo la sexualidad o el modo de hacer el amor son diferentes, sino también el contenido de las cenas, las conversaciones sobre asuntos culturales, las casas, el papel que cada uno adopta en una fiesta, quién sirve y quién es servido, quién instruye y quién aprende, quién necesita porque ama y quién ama porque necesita, quién cela, quién guarda las llaves de la casa, quién decide, quién es vulnerable y quién tiene antipáticamente la sartén por el mango.

La comprensión y aceptación de ciertas conductas eróticas acaba teniendo, como casi todo, un componente de clase. ¿Se acuerdan de A touch of class (1972), la película de Melvin Frank, protagonizada por George Segal y Glenda Jackson? El título funciona como oportuna metáfora, aunque en este caso las películas no tengan nada que ver.

Hoy la cosa va de búsquedas y reconocimientos de mujeres que practican distintos géneros literarios y artísticos. De la toma de conciencia de ese límite que nos define y termina silueteando el cuerpo de cada quien: la costarricense Ana Istarú escribe poemas; Blanca Riestra nos entrega una peculiar novela autobiográfica; y la dibujante francesa Julie Maroh una novela gráfica que sirve de punto de partida a Abdellatif Kechiche, para filmar su espléndida La vida de Adèle.

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