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Los días en que todo era más viejo y más lento, pero las cosas aguardaban su tiempo
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Alfonso J. Ussía

Coba fina

Por
A. J. Ussía

Los días en que todo era más viejo y más lento, pero las cosas aguardaban su tiempo

Rememoramos los tiempos del vinilo con su buena música, las noches frías de verano en moto, el pan recién horneado con productos locales y los trenes más baratos

Foto: La tecnología 5g (EFE/ Joédson Alves)
La tecnología 5g (EFE/ Joédson Alves)

Hace bien poco la vida jugaba sus cartas de una forma mucho más agresiva y directa. Y aún con esas, todo sabía mejor y más rico, algo bruto, de peso, pero vacío de todo aquello que hoy mancha la pureza de la verdad, de lo peligroso, de lo que podía costarte la vida, la cara, ese tiempo parado en silencio por una pena, un castigo, o de la vuelta a una incertidumbre que manejaban las horas, los días, la distancia, y las llamadas que esperaban a que el otro lado colgara para que no supieran lo que decías. Ya lo he cogido aquí, cuelga mamá, ya me entienden, la palanca.

El vinilo sonaba sin dejarse ningún grave, llenaba el cuarto de bajos, de bombos, matices y rasgos en las voces que jamás volveremos a escuchar de lo comprimido que te suena hoy una canción. Pero también el corte de lo que se grababa en un estudio era de calidad porque era caro. Aún puedes cambiar de aguja antes que se estropee el disco del todo. La música, entonces, también sonaba en cinta sobre el lavabo del cuarto de baño, sabiendo que en cualquier momento de solista, entre la adrenalina y bajo la ducha, un codazo podía acabar con tu vida porque el enchufe no sabía nadar y te electrocutaba. Pero ahí estabas haciendo malabares para colocar el radiocasete sobre un borde que dejaba siempre un lado bailando.

placeholder Tocadisco y vinilos. (Jon Tyson para Unsplash)
Tocadisco y vinilos. (Jon Tyson para Unsplash)

Lo mismo al salir de marcha: esa chica, ese pollo en la puerta que no se apartaba, esa mirada que buscaba un lío, no sé, te movías con cuatro ojos porque a la mínima te partían la cara y sí se te ocurría denunciar, te la partían otra vez. Y aun así la noche sabia mejor y más libre, aún sabiendo que alguna botella se llenaba con el sifón de un garaje, o que se rellenara con garrafa lo que vendían en etiqueta negra.

¿Y los atentados? ¿Acaso se les ha olvidado que de pronto explotaba un coche bomba, o una carta que al abrirla le volaba las manos al agraciado, o un disparo en la nuca, o un secuestro? ¿De verdad no recuerdan que unos hijos de puta te mataban, y que el azar formaba parte del camino que te llevaba al colegio en autobús? No es que los añore, no, pero informando así, viviendo como lo hacen en basura y mentira, en lo mezquino, lo sucio y lo yonqui, queda claro que las nuevas Barranquillas son un plató de televisión, un despacho de un medio por un malabarista de la sombra, un comisario, un presidente.

"Te sabías los trucos de los frenos de cada coche, de cada motor, de cada curva que cambiaba por la lluvia y debías coger así"

Te sabías los trucos de los frenos de cada coche, de cada motor, de cada curva que cambiaba por la lluvia y debías coger así, o de esa otra forma, para no salirte y matarte. O la manera en la que podías arrancar la moto cuesta abajo, o por muy poco que supieras de motores, si era cosa de la bujía, se compraba, se quitaba y se cambiaba. Abre ahora un híbrido si tienes narices y reza para tener batería en el móvil y poder dedicarle un rato a descargarte el software, si te coge con un buen punto wifi. Y mientras, cuenta los coches que ni siquiera miran por la ventana por si te pasa algo más grave. Antes, no había conductor que no te diera unas largas, un ¿qué ha pasado?, o que directamente se parara con familia y todo para echarte los cables por si era la batería, carretera y manta, y frío en noches de verano, tormentas de granizo de dos horas, un café para la que no tuvo techo anoche, ese buenos días, compra dos décimos y regalas uno, todo aquello que ahora falta tanto.

"El pan se hacía lento y duraba en lo que ahora reciclan tres barras por un euro"

El melocotón era sabor, los tomates se tomaban de temporada, los espárragos cuando crecían, y los pescados, si se podía, dejando al percebe en Marruecos, al grano en Ucrania, y el resto de cereales que se cortaban en julio y agosto para dejar las primeras tierras removidas ya en septiembre. El pan se hacía lento y duraba los días que ahora reciclan tres barras por un euro en oferta, con harina que traen a granel de a saber dónde, gastando un gasoil que bien paga los fichajes de los clubes de fútbol, donde maricas y adúlteras desconocen la libertad que aquí resuena en tenderos de escopeta de feria y redes sociales, cuando siempre hemos sido de todo por estos lares.

Y el viaje que se pagaba tantos meses antes, a esa ciudad que conocías en libros del tiempo que faltaba aún para llegar al aeropuerto, porque también era muy caro viajar. Por eso no te trataban como a una oveja en los establos que suponen ahora los aeropuertos. Vuelvan al tren, conozcan sus acentos y dejen que incluso se les pegue un poco si son de Madrid, como yo. Era como esa fama que tenían siempre de ir despacio los de -V- en la matrícula, claro, ¡valenciano, vete a hacer paellas! Y le adelantabas cabreado, añorando y envidiando lo bien que comía el cabrón por muy mal que condujera.

"Y aunque todo fuera un poco más viejo y más lento, las cosas aguardaban su tiempo"

Y el disco se agotaba, el libro que prestabas se perdía, teníamos cuatro estaciones al año y un mercado abierto con productos que se terminaban. Las cartas no sabíamos si llegaban del todo, sobre todo si no querían contestarnos, pero no dependíamos de ese doble check que exige atención a tiempo completo, porque ahora todo es inmediato, hasta el placer que ya ha pasado. Y si un actor de pronto le soltaba un tortazo a otro, no lloraba pidiendo perdón porque, joder, qué presión tengo encima, sufro, ¿sabes? Y aunque todo fuera un poco más viejo y más lento, las cosas aguardaban su tiempo, su plazo, y por eso tenían un valor que ahora pretendemos, se rija por cuatro, cinco y seis G, cuando toda la vida fue un punto y no una conexión.

Echo de menos todo lo que hemos perdido desde que es más fácil vivir en la falsedad, en la mentira, en la codicia, en la barbilla altiva, y en la pantalla, cuando toda la vida está pasando delante de nosotros, sin que nos demos cuenta y encima parezca que solo nos hacemos mayores. Antes la vida tenía un riesgo irreversible que ahora se empobrece en un ego incomprensible.

Hace bien poco la vida jugaba sus cartas de una forma mucho más agresiva y directa. Y aún con esas, todo sabía mejor y más rico, algo bruto, de peso, pero vacío de todo aquello que hoy mancha la pureza de la verdad, de lo peligroso, de lo que podía costarte la vida, la cara, ese tiempo parado en silencio por una pena, un castigo, o de la vuelta a una incertidumbre que manejaban las horas, los días, la distancia, y las llamadas que esperaban a que el otro lado colgara para que no supieran lo que decías. Ya lo he cogido aquí, cuelga mamá, ya me entienden, la palanca.

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