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Netflix no es el mesías (ni para los espectadores ni para la televisión)
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Aloña Fernández Larrechi

Desde Melmac

Por
Aloña Fernández Larrechi

Netflix no es el mesías (ni para los espectadores ni para la televisión)

La llegada de la plataforma a España sería menos relevante de lo que muchos esperan. El lugar soñado que tienen todas las series de forma legal, completa y actualizada no existe

Foto: Foto: Netflix.
Foto: Netflix.

Cuando en el año 2011 Netflix anunció que no se iba a limitar a emitir productos audiovisuales, sino que también estaba dispuesta a apostar por la creación, los efectos que esta decisión tendría en la industria televisiva estaban aún por descubrir. La llegada de una empresa ajena a las cadenas de televisión, que hasta ese momento eran prácticamente las únicas que se ocupaban de las series, añadía un nuevo competidor al mercado y un inédito rival a las entregas de premios. Pero pocos podían imaginar que el papel de la plataforma llegaría más lejos.

Cuatro años después, la empresa comandada por Reed Hastings, que ya venía de reinventarse cuando cambió el alquiler de DVDpor una plataforma digital, presenta unos números envidiables. Con más de 57 millones de suscriptores en 50 países, Netflix aspira a completar su plan de internacionalización en los próximos dos años. Y raro es el mes en el que no se escribe sobre su posible llegadaa España. Cuando esto sucede, parece obligatorio que los aficionados a las series de televisión tengamos que sentir una inmensa alegría por la llegada del “mesías del entretenimiento”. Pero ¿realmente lo es? ¿La posible llegada de Netflix a España mejoraría las vidas de los consumidores de ficción audiovisual? Si es así, ¿cuánto?

La gran esperanza seriéfila

Desde que se comenzó a especular con la posible llegada de la plataforma a España, y se justificaba el retraso aludiendo al manido pirateo que para algunos forma parte ya de la Marca España, Netflix es para muchos esa plataforma que ha puesto a disposición de los usuarios estadounidenses contenido audiovisual de ensueño para cualquier cinéfilo, seriéfiloo simple amante del entretenimiento audiovisual. La tierra prometida para aquellos que estarían dispuestos a pagar por un contenido de calidad a un precio asequible.

Pero pocos se han parado a pensar que Netflixy su alabado catálogo se ven beneficiados por el idioma que habla una de las industrias audiovisuales más potentes del mundo, la norteamericana. Ni tampoco se habrán acordado de los derechos de emisión de una serie o película, que pueden estar vendidos a otras plataformas, y por lo tanto hacen imposible que sea emitida en Netflix. Estas dos variables reducen ostensiblemente el número de producciones que los socios de Netflix en otros países tienen a su disposición. Si nos fijamos en el ejemplo australiano, con un número de producciones mucho más reducido que el estadounidense a pesar de ser ambas angloparlantes, resulta obvio que en el funcionamiento de Netflix juegan un papel muy importante aspectos ajenos a la propia empresa. Y en España también será determinante a la hora de conformar el catálogo de series a emitir, el número de acuerdos que empresas como Movistar Series o Canal+ alcancen con productoras y estudios, ya que se convertirán en las propietarias únicas del producto.

En Netflix la disponibilidad de series de otras cadenas no es inmediata: los usuarios deben esperar, normalmente una temporada

O lo que es lo mismo, Netflix tampoco es la “plataforma total”. Porque el lugar soñado por el espectador más exigente, ese que le permitiría disfrutar de un listado de series de televisión legal, completo, actualizado y a la altura del seriéfilo más exigente, no existe. Aquí también resulta determinante el matiz de la actualización, ya que lejos de lo que podríamos pensar, en Netflix la disponibilidad de series en emisión en otras cadenas no es inmediata, y los usuarios deben esperar, normalmente una temporada, para que estén disponibles.

Comunicación y series “rotas”

Pero esos no son los únicos inconvenientes la plataforma de streaming y, a pesar de su irreprochable éxito, a Netflix se le pueden poner unas cuantas pegas, especialmente en lo que respecta al modelo de emisión de sus propias series. Al tratarse de una plataforma digital, Netflix no está restringida por unos horarios de emisión, por lo que pone a disposición de sus clientes los capítulos que conforman la temporada completa de una serie. Algo muy llamativo y muy apetecible para el espectador que, a la larga, puede no ser beneficioso ni para él ni para la propia empresa.

En este último caso y al igual que las cadenas convencionales, Netflix vive del ruido mediático que generen sus producciones, tanto antes como después de su estreno. Y tras el lanzamiento inicial es necesario que, semana tras semana, la serie continúe estando en la conversaciónpara despertar así el interés de aquellos que aún no la conocen. Y es aquí donde dónde Netflix se ve perjudicada por su particular modelo de emisión. Porque mientras las series de emisión tradicional regresan semanalmente a la conversación, por lo menos durante un par de meses, las producciones de Netflix ven como su relevancia social se reduce con el paso de los días paulatinamente.

Y esto sólo sucede en el caso de grandes producciones, como la galardonada House Of CardsuOrange Is The New Black. Otras como Hemlock Grove o Marco Polo, con campañas mediáticas tan discretas como sus repartos, apenas llegan a los oídos del público medio. Y luego está el caso de Daredevil, la primera apuesta de Netflix por un héroe de cómic, que se vio ensombrecida en las redes y los medios de comunicación por el estreno, en el mismo fin de semana, de la última temporada de Juego de Tronos. Un grave error que, sin embargo,no evitó que la serie fuese la más pirateada en la semana de su estreno y la producción propia más vista de la plataforma en lo que va de año.

En lo que se refiere al espectador, y aunque las tardes de manta y sofá encadenando capítulos no son un invento de Netflix, la plataforma ha contribuido a introducir importantes cambios a la hora de ver una serie. En primer lugar, no es casual que la empresa de Hastings programe sus estrenos en viernes, momento en el que la mayoría de sus usuarios tienen todo un fin de semana por delante.Porque gente para ver trece episodios de una hora de duración en tres días hay. Y lo que para muchos era hasta un “atracón televisivo”, en Estados Unidos ha sido bautizado con el nombre de binge-watching gracias, en buena parte a la infinita oferta Netflix. Un fenómeno que ha dado lugar a que varios estudios universitarios señalen que el consumo compulsivo de series está provocado por comportamientos depresivos y contribuye al aislamiento social del espectador.

Un consumo que no perjudica únicamente al espectador, sino que también arruina la concepción propia de la serie. Son pocos los que se atreverían a ir al cine, incluso con barra libre de palomitas, para ver una película de cuatro horas. Pero son muchos los que pasan una tarde entera viendo capítulos de una misma producción. Cuando un creador se atreve a desarrollar una serie, es perfectamente consciente de la necesidad de introducir los giros de guion y el suspense necesario para que el espectador sienta la necesidad de continuar frente al televisor en el próximo episodio.Cuando la respuesta a las incógnitas generadas se encuentra tras el botón del mando a distancia, el peso del misterio se reduce ostensiblemente y con ello la intención primaria de la serie y una parte importante de su encanto.

El último inconveniente del modelo de emisión de Netflix es su involuntaria contribución al aumento del temor de los espectadores a que, en un descuido, cualquier conocido destripe la serie que desean ver. Porque no todo el mundo puede disfrutar una producción al mismo ritmo, al igual que son muchos los que se resisten a guardarse durante unas semanas su opinión sobre una trama o un capítulo. Y así las redes sociales se convierten, durante los grandes estrenos, en interminables campos de minas en los que cualquier palabra de más puede elevar la tensión, mientras que otros casi tienen que pedir disculpas por no correr a ver la serie de marras.

Así que la posible llegada de nuestro país a Netflix no cambiará radicalmente un panorama audiovisual que ya comienza a asumir la fuerza de los contenidos más allá de la pequeña pantalla. Tampoco acercará a los espectadores un número inabarcable de series con los que satisfacer todos los gustos. Y tendrán además que lidiar con problemas como los spoilers o los atracones. Todo ello después de decidir si quieren pagar por ver series en una plataforma, dejarse el sueldo en todas, o combinar pirateo y pago, en un intento de abarcar más de lo que cualquier ser humano puede ver. Nada nuevo bajo el sol, aun con la llegada del (supuesto) mesías.

Cuando en el año 2011 Netflix anunció que no se iba a limitar a emitir productos audiovisuales, sino que también estaba dispuesta a apostar por la creación, los efectos que esta decisión tendría en la industria televisiva estaban aún por descubrir. La llegada de una empresa ajena a las cadenas de televisión, que hasta ese momento eran prácticamente las únicas que se ocupaban de las series, añadía un nuevo competidor al mercado y un inédito rival a las entregas de premios. Pero pocos podían imaginar que el papel de la plataforma llegaría más lejos.