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'Narcos': llega Pablo Escobar, patrón de la narcocultura
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Aloña Fernández Larrechi

Desde Melmac

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Aloña Fernández Larrechi

'Narcos': llega Pablo Escobar, patrón de la narcocultura

Junto a la serie que estrena Netflix, el narcotráfico ha sido fuente de inspiración de numerosos títulos como 'Blow', 'Escobar, el patrón del mal', 'Rosario Tijeras' o 'Sin tetas no hay paraíso'

Foto: 'Narcos', la serie que relata la vida de Pablo Escobar
'Narcos', la serie que relata la vida de Pablo Escobar

Una noche, sentado en la heladería La Iguana, el lugar de reunión habitual con sus amigos, Pablo Escobar dijo: “Si a los treinta años no he conseguido un millón de pesos me suicido”. Ni los más optimistas del lugar imaginaron entonces que a aquel hombre bajito, que acostumbraba a cortarse él mismo el pelo y sólo se ponía camisas cuyo último botón le quedaban a mitad del pecho, le sobrarían cuatro años para alcanzar, con creces, su sueño. Porque el joven Pablo, hijo de una maestra y un campesino, había fracasado en todos sus intentos de tener una vida mejor, siempre por medios ilícitos. Falsificar diplomas del Liceo o vender exámenes a los alumnos, robar revistas que luego alquilaba a sus vecinos, o asaltar camiones repletos de mercancía que posteriormente revendía, fueron algunas de sus empresas fallidas cuando apenas sobrepasaba los veinte años.

Pablo continuó fracasando meses después de su valiente desafío al destino, ya que en 1974 la policía le detuvo en el Renault 4 que acababa de robar en un almacén. Sin embargo ese pequeño fallo, que le llevó a pasar dos meses en prisión, terminaría siendo clave en su futuro. Y no tuvo que esperar demasiado para comprobarlo.

En 1975 se reunió con algunos de sus amigos y les pidió que le acompañasen al banco. Iban a depositar un cheque de cien millones de pesos. Los primeros de una fortuna que le convertirían en uno de los hombres más ricos del mundo en los noventa. También en uno de los más peligrosos, ya que para alcanzar su sueño Escobar decidió dedicarse en cuerpo y alma a ese polvo blanco con el que traficaba El Padrino, su compañero de celda. La cocaína. Una carrera tan meteórica como sangrienta que, a pesar de que sólo terminó hace un par de décadas, ha sido fuente de inspiración para escritores, guionistas y compositores de todo el mundo. Una larga lista de creaciones que mañana, cuando Netflix estrene su última producción, contará con un nuevo título, Narcos.

La DEA que persiguió a Escobar

La serie escrita por Chris Brancato, y cuyos dos primeros episodios dirige José Padilha (Tropa de élite, RoboCop), comienza en los primeros años del cartel de Medellín, fundado y dirigido por Escobar. La historia la cuenta, al más puro estilo Uno de los nuestros, Steve Murphy, agente de la DEA desplazado a Colombia para investigar a Escobar. Junto a su compañero, el agente mexicano Javier Peña, Murphy sigue los pasos de Escobar, un narcoterrorista cuyo poder de alcance en el tráfico de drogas preocupaba a las autoridades estadounidenses a comienzos de los años ochenta.

Para crear esta historia Brancato, que lleva dos décadas en la industria y ha trabajado en producciones tan dispares como Hannibal y Sensación de Vivir, ha contado con los testimonios de sus protagonistas, los agentes Steve Murphy y Javier Peña. Ambos trabajan en la actualidad asesorando en temas de seguridad y narcotráfico, narrando sus propias experiencias y compartiendo sus conocimientos sobre organizaciones criminales. En 2013 el agente Murphy, autor (y protagonista, con polo rojo) de las fotografías que dieron la vuelta al mundo en las que Escobar yacía muerto sobre el tejado de una casa, recibió la llamada del productor ejecutivo Eric Newman. “Nunca hemos tenido la oportunidad de contar nuestra versión de los hechos”, comenta el ex agente tras dos años de entrevistas y reuniones, trabajando como consultor técnico de Narcos.

Compuesta por diez episodios la producción cuenta con un reparto internacional formado por actores de siete nacionalidades. Entre ellos se encuentran el estadounidense Boyd Holbrook (Gone Girl), que encarna al agente Murphy, y el chileno Pedro Pascal, Oberyn en Juego de Tronos, como su compañero Javier Peña. Por su parte Wagner Moura, brasileño que ya trabajó a las órdenes de Padilha, interpreta al temido Escobar. Un retrato más de una figura polémica que espantaba a aquellos que se convertían en su objetivo, y era objeto de admiración por parte de quienes se beneficiaban de su generosidad.

Escobar, fuente de inspiración

Ocho años después de la muerte de Escobar, Nick Cassavetes y David McKenna llevaron a la gran pantalla al traficante colombiano en Blow. A pesar de que la película se centraba en George Jung, el contacto del cártel de Medellín en el sur de Estados Unidos, si revisamos la filmografía sobre la figura del colombiano parece evidente que la producción marcó el inicio de una moda que continuaron documentales, peliculas de factura estadounidense y latina y series de televisión.

Una de las más recientes y exitosas es la producción de Caracol Televisión Escobar, el patrón del mal. Inspirada en el libro La parábola de Pablo, del periodista y exalcalde de Medellín Alonso Salazar, la serie de 113 episodios y un elenco formado por más de un millar de actores, congregó en su estreno a más de once millones de espectadores, un hito en la historia de la televisión colombiana. Producciones similares como El cartel de los sapos o Tres caínes también contaron con Pablo Escobar como personaje, pero no alcanzaron el éxito de la serie protagonizada por Andrés Parra, que gracias a su interpretación recibió multitud de galardones.

El libro de Salazar no ha sido el único que ha llegado a las estanterías de las librerías para plasmar los más diversos puntos de vista, leyendas e historias acerca de Escobar. La periodista Virginia Vallejo relató en el bestseller Amando a Pablo, odiando a Escobar la relación sentimental que mantuvo con él, mientras que uno de sus hombres de confianza, el sicario conocido como Popeye, narró sus vivencias en El verdadero Pablo: sangre, traición y muerte. Roberto Escobar contó su punto de vista en la biografía titulada Mi hermano Pablo, una obra sobre la que no tiene muy buena opinión su sobrino Juan Pablo Escobar, hijo del poderoso narcotraficante. Para dejarlo claro Juan Pablo escribió Pablo Escobar, mi padre, libro publicado hace unos meses en nuestro país, y en el que recorre los hechos que marcaron su vida antes y después de la muerte de su padre. Su versión de unos hechos que ya utilizó en 1997 Gabriel García Márquez en su obra Noticia de un secuestro y que también han sido inmortalizados en canciones o en cuadros como los pintados por Fernando Botero.

La cultura del narcotráfico

Todos ellos han contribuído en las últimas décadas a dar forma al fenómeno conocido como narcocultura, un conjunto de comportamientos y valores surgidos en torno al tráfico de drogas. Una subcultura que cuenta con un argot y unos códigos propios que, en Colombia y México especialmente, ya forman parte de la sociedad. Allí son muchos los ciudadanos que llevan décadas conviviendo con el narcotráfico, viendo como sus propios vecinos pasan a formar parte de las noticias gracias a sus comportamientos delictivos. Los medios, lejos de limitarse a narrar la noticia, zambullen al ciudadano en la vida del traficante, que acostumbra a conducir potentes vehículos, vivir en lujosas casas y tener por esposas a mujeres siliconadas. Y el lector, lejos de espantarse ve como el traficante es ese ser que nunca ha tenido que madrugar para trabajar y disfruta de posesiones con las que él sólo puede soñar.

La vida del narco se convierte así en una fuente de inspiración para todo tipo de creadores aunque, tal y como señala Alexander Prieto Osorno en Las aventuras del prefijo narco, los compositores de corridos mexicanos pueden considerarse los primeros en cantar “las aventuras y desventuras en los márgenes de la ley”. Asimismo, el periodista y escritor colombiano afirma que del éxito de lo que posteriormente se conoció como los narcocorridos deriva que el prefijo acompañe ahora expresiones artísticas como la literatura, la pintura o el cine. Y que en su intento de plasmar una realidad, homenajear una figura o reescribir una historia, todos ellos contribuyan voluntaria o involuntariamente a seguir ensalzando unos personajes que han alcanzado la fama a un precio desorbitado tanto social como económicamente.

Rosario Tijeras, La virgen de los sicarios, La reina del sur, Balas de plata o Sin tetas no hay paraíso son algunas de esas creaciones en las que el espectador o el lector encuentran un personaje corrupto y de moral criticable, pero cuyas motivaciones pueden llegar a comprender e incluso admirar. Algo similar a lo que sucede, desde hace algunos años, con los antihéroes que protagonizan numerosas series de televisión, que acaban encontrando la complicidad del espectador aunque por el camino dejen cadáveres y acaben con sus propias familias. Con el estreno de Narcos llega a la pequeña pantalla internacional Pablo Escobar, una de las figuras más reconocidas de la narcocultura. El personaje ideal para un medio que todavía echa de menos a la última figura televisiva que mereció un narcocorrido, Heisenberg.

Una noche, sentado en la heladería La Iguana, el lugar de reunión habitual con sus amigos, Pablo Escobar dijo: “Si a los treinta años no he conseguido un millón de pesos me suicido”. Ni los más optimistas del lugar imaginaron entonces que a aquel hombre bajito, que acostumbraba a cortarse él mismo el pelo y sólo se ponía camisas cuyo último botón le quedaban a mitad del pecho, le sobrarían cuatro años para alcanzar, con creces, su sueño. Porque el joven Pablo, hijo de una maestra y un campesino, había fracasado en todos sus intentos de tener una vida mejor, siempre por medios ilícitos. Falsificar diplomas del Liceo o vender exámenes a los alumnos, robar revistas que luego alquilaba a sus vecinos, o asaltar camiones repletos de mercancía que posteriormente revendía, fueron algunas de sus empresas fallidas cuando apenas sobrepasaba los veinte años.

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