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Doña Esperanza K.
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El Cultiberio

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Doña Esperanza K.

Celébranse en estos días, oh conciudadanos, las fiestas de Carnaval, aquellas que Juan Ruiz, arcipreste de Hita, relataba hace seis siglos como las de la eterna

Celébranse en estos días, oh conciudadanos, las fiestas de Carnaval, aquellas que Juan Ruiz, arcipreste de Hita, relataba hace seis siglos como las de la eterna disputa entre Gallardón y doña Cuaresma. A ver, un momento. ¿Decía “Gallardón” el Arcipreste en el Libro de Buen Amor? Caramba, no estoy seguro. Lo mismo eran don Carnal y doña Esperanza. Bueno, es lo mismo. Ustedes me entienden, ¿verdad? Pues eso es lo que importa.

Relataba el buen Juan Ruiz el célebre combate entre el placer y el pecado, entre el color y el blanco y negro, entre las calzas ajustadas y las tocas monjiles, entre la imaginación y el catecismo, entre el fuego y la ceniza. Hay tantas ediciones de esa obra… De la justeza y exactitud de algunas no estoy muy seguro, ¿eh? Es lo que pasa con los libros viejos y grandes, que nunca falta un listo que meta la mano y ponga de su cosecha lo que no estaba allí escrito. Más o menos eso fue lo que le pasó a Cervantes con El Quijote, que se le cruzó un “Avellaneda” –dicen que era Tirso de Molina– y le amargó la vida. Pues con el Arcipreste ocurre igual. Tengo yo una edición reciente de la que no me fío mucho, igual tiene entreveros non sanctos, pero no me resisto a copiarles unos versos de arte mayor que a lo mejor les gustan. Son estos:

Llegó doña Cuaresma con su santo rosario
al banquete invitada por grandes empresarios;
premios habían darse justos y necesarios
a los más avezados del arte pecuniario.
Sentado que se habían ante mesa y mantel,
servida la pitanza y el vino moscatel,
agitáronse todos en tumulto y tropel,
pues que en la sala entraba un apuesto doncel.
En pie lo recibieron con honra y devoción,
batieron todos palmas de gran satisfacción;
las damas murmuraban al paso del garzón:
“¡Qué buena pierna tiene! ¡Es lindo y gallardón!”
De ver tanto agasajo de nobles y escuderos,
muerde doña Cuaresma seis veces el salero,
de envidia se perece y se la llevan, fieros,
los siete mil demonios de don Pedro Botero.
Doña Cuaresma, pálida, escupe la merluza,
que le devuelvan pide su manto y caperuza
y deja la compaña de tan mala gentuza
maullando maldiciones como una micifuza.

El poema sigue, pero cambia de tema y repito que no me fío mucho de este mester de Clerecía; algo me hace sospechar que es inventado. Entre otras cosas: no estoy nada seguro de que en el siglo XIV sirvieran merluza en los banquetes cortesanos. Pero hay algo de lo que no me cabe ninguna duda: la envidia y el rencor llevaban ya muchos siglos funcionando cuando el Arcipreste se puso a escribir.

BAUTISMO REGIO

Sea como fuere, hay que felicitar a doña Cuaresma. No todos los días aparece un Rey y le concede a uno un nombre o apellido nuevo. Parece cosa de la Edad Media, ¿verdad? Seguramente lo es, pero ya decía el zorro sabio de Le petit prince, la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry, que “los ritos son importantes”. Es sabido que la historia, o sea la memoria de las gentes, solía bautizar a los reyes con un apodo que resumía su vida, sus obras o el juicio que merecían, y así les dejaba clavados en los libros: Pipino El Breve. Juan Sin Tierra. Felipe El Hermoso. Por ahí seguido. Pero no es tan frecuente que sean los reyes quienes bautizan a un ciudadano con un apelativo que les ha de acompañar, puede que para siempre.

Pues eso es lo que ha sucedido. Cuenta la periodista Lucía Méndez en la página 262 de su espléndido libro Duelo de titanes (lo publica Espasa y, cuando ustedes lean esto, ya estará a la venta), que, en cierto famoso almuerzo que tuvo lugar el pasado 11 de octubre, doña Cuaresma Aguirre, con esa gracia natural y ese don de la oportunidad que Dios le dio, se empeñó en incordiar a don Juan Carlos pidiéndole que tratase mejor a cierto zascandil que, desde los micrófonos de la cadena de radio de los obispos, llevaba meses faltándole al respeto, inventándole cómplice de sabe Dios qué perrerías y pidiendo su abdicación. El Rey, a quien los años están dotando de una locuacidad asombrosa (bien lo sabe el fantoche venezolano Hugo Chávez, quien, por cierto, sigue sin callarse), se cabreó notablemente, dijo que llevaba toda la vida dando el mismo trato afable y cordial a todo el mundo y que, llegado el caso, era él quien merecía un trato más sensato y más respetuoso por parte del zascandil. Y no al revés.

Doña Cuaresma Aguirre, que cuando se pone estupenda tiene más peligro que Farruquito en los coches de choque, dio en insistir y repitió ¡por tres veces! que no, que era el Rey el que debía ofrecer cariño, mimos y caricias al insultador. Y pasó lo que tenía que pasar. Que el Rey se enfadó de verdad y, según el primero que contó aquella escena –el periodista Ernesto Ekaizer–, dirigió “tres palabras duras” a la abnegada defensora de la causa de los humildes y los oprimidos.

¿Cuáles fueron aquellas tres palabras? Mucho se ha especulado y más se ha inventado, pero nada se ha sabido a ciencia cierta hasta ahora. Bien, pues eso es lo que cuenta Lucía Méndez en su libro. Las tres palabras que don Juan Carlos lanzó a doña Cuaresma Aguirre fueron, parece ser, éstas: “Que te den”.

(Pausa para respirar).

(Otra pausa para respirar).

Bien, vamos a ver. Yo diría que hay un error de transcripción. Sin duda. Creo firmemente que don Juan Carlos, hombre pulido, exquisito y prudente donde los haya, es por completo incapaz de una grosería así. Incluso ante una pelma como doña Cuaresma. Una cosa es que nuestro Rey sea el mejor imitador que haya existido jamás de Chiquito de la Calzada –que lo es: yo lo he visto– y muy otra que se permita un exabrupto escatológico de semejante calibre. Una cosa es el inolvidable “¿Por qué no te callas?” y otra muy distinta desearle a doña Cuaresma, al fin y al cabo presidenta de una Comunidad Autónoma, “lideresa” de su partido y lady Macbeth de Mariano Rajoy, que amplíe tan específicamente el repertorio de sus artes afectivas. Eso el Rey no lo hace, hombre.

Yo imagino la escena de otro modo. Doña Cuaresma, lanzada como iba, se dedica a meterle el dedo en el ojo a Su Majestad, eso es hecho probado. Pero quiero creer que éste, en vez de cabrearse como haría cualquiera, alza la cabeza, cierra los ojos, se ensueña y recuerda a sus antepasados. Por ejemplo a Carlos el Calvo, rey de los francos que, en el siglo IX, mojó cuatro dedos de su mano en la sangre que manaba de la herida del conde Wifredo el Velloso, aliado suyo en la lucha contra los normandos; los pasó por el escudo dorado del noble herido y, según dice la leyenda, así nacieron las cuatro barras del escudo de Cataluña. Pues imagino que don Juan Carlos, en vez de cuatro dedos, alza uno solo, el corazón de la mano derecha; mira a la impertinente, sonríe con esa grandeza que sólo saben usar los reyes en los momentos solemnes y dice: “Katahdin”, que, como todos ustedes saben perfectamente, es el nombre del monte más alto del bellísimo estado de Maine (EE UU), y también el nombre de una raza de borregas de apreciadísima y abundante lana. Lo que pasa es que Su Majestad, como sabemos bien cuantos seguimos con atención sus discursos públicos, tiene algunos problemas con la pronunciación. Y se oyó… lo que se oyó. O algo parecido.

En resumidas cuentas: que el Rey, puede ser que con el íntimo deseo de que aquella pesada se fuese a balar y a pacer sosegadamente en los abundantes y jugosos pastos de Nueva Inglaterra, concedió a doña Cuaresma con toda amabilidad, por ancestral prerrogativa regia, un sobrenombre o apellido de gran belleza y sonoridad; y que, la verdad sea dicha, le viene al pelo. Miren qué bien suena: Esperanza Aguirre Gil de Biedma y Kathadin (pronúnciese como se quiera), condesa consorte de Murillo y Dama Comandante del Imperio Británico por gracia de S. M. I. Isabel II de Inglaterra.

Mola, ¿eh? Claro que, para los amigos, “Esperanza K.”

¿Ves, Lucía Méndez? ¿Ven ustedes? No siempre hay que pensar mal, caramba.

Pues nada. Tengan todos muy buenos días.

P. S.- Señor: no dirá Vuestra Majestad que no nos lo curramos, ¿eeeh? Han sido dos horas y media de internet, de Atlas Geográfico Universal y de Historia Medieval de Cataluña hasta encontrar al j… Velloso, la p… montañita y la oveja de los c… De nada, Señor, de nada: para eso estamos. Pero, por lo que más quiera: serénese V. M. la próxima vez. Que no hay en el planeta ninguna aldea perdida cuyo nombre suene, ni remotamente, como “cagüentupadre”.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Celébranse en estos días, oh conciudadanos, las fiestas de Carnaval, aquellas que Juan Ruiz, arcipreste de Hita, relataba hace seis siglos como las de la eterna disputa entre Gallardón y doña Cuaresma. A ver, un momento. ¿Decía “Gallardón” el Arcipreste en el Libro de Buen Amor? Caramba, no estoy seguro. Lo mismo eran don Carnal y doña Esperanza. Bueno, es lo mismo. Ustedes me entienden, ¿verdad? Pues eso es lo que importa.