Es noticia
Al final, todo es teatro
  1. Cultura
  2. El Cultiberio
Incitatus

El Cultiberio

Por

Al final, todo es teatro

Me fui al Círculo de Bellas Artes a disfrutar de Macbeth, el drama de Shakespeare que ponen en escena (con qué atrevimiento y con qué

Me fui al Círculo de Bellas Artes a disfrutar de Macbeth, el drama de Shakespeare que ponen en escena (con qué atrevimiento y con qué calidad) los maravillosos granadinos de Histrión Teatro. Una delicia, se lo juro, pero la verdad es que yo no me enteré de mucho. O los chicos lo hacían demasiado bien, o yo tenía la cabeza como la tengo en estos días, que ahora les cuento, pero de pronto me vi contemplando las andanzas de Macduff, de Banquo, del rey Duncan, del tremendo matrimonio y (no faltaba más) de las brujas, que son mis personajes preferidos, como si no hubiera distancia entre el escenario y el patio de butacas. Como si todo fuese uno y lo mismo. No, no pongan esa cara: el montaje, tan audaz, no era lo bastante “calixtobiéitico” como para ellos dejasen de actuar, no se trataba de eso. Era más bien al revés: de pronto sentí que todos éramos actores en una comedia de locos, una comedia complicadísima que se produce simultáneamente en numerosos escenarios y en la que todos actuamos declamando un papel que no sé quién habrá escrito, pero desde luego le ha costado trabajo.

Yo veía a las brujas gritando, zumbonas, aquello de “¡Salve, Macbeth! ¡Tú serás rey!”, y el destinatario de la frasecita envenenada a veces me parecía tener la cara de Rajoy, a veces la de Zapatero, desde luego la de Espe (pero ahí las brujas deberían haber dicho: “¡Salve, oh señora condesa consorte! ¡Que más pronto que tarde seréis lideresa!”) y en menor medida la de mi querido Gallardón. En menor medida. Por ahora.

Por cierto, alcalde: De nada, hijo, ¿eh? Muy honrado, en serio te lo digo, de que uses mis ideas para meterle el dedo en el ojo a la Condesa Lideresa. Que fue lo que hiciste. Leíste aquí, en El Cultiberio (me consta que eres veterano lector de este caballo: muy agradecido te estoy), la coña de “Doña Cuaresma”, incluidos los versitos apócrifos del Arcipreste de Hita, y tiempo te faltó para usar la broma en tu discurso de clausura de los carnavales. Hiciste muy bien y yo me reí muchísimo. Espe, supongo que algo menos. Un montón de gente se dio cuenta y me llamó todo el mundo… menos tú. No me importa, ¿eh? En serio te lo digo. No digo ya un jamón, que me lo tiene prohibido el médico por lo de la gota, pero al menos las gracias sí podías haberme dado… En fin. Que muy bien. Que ya nos veremos por ahí. Que abrazos. Que “All hail, Alberto! That shalt be King hereafter!”

Verías que, en este tráfago teatral en el que se me antoja que andamos todos metidos, tu rival, la Espesa Lideresa, te siguió el apunte y, hace pocos días, le dio por declamar versos en público. Hay que decir que la pobre, sin duda por culpa del frío que pasa en casa con esos techos tan altos y tan caros de caldear, no anduvo muy fisna como rapsoda, ¿eeeh? Vamos, que el teatro se le da bien, pero el que está en prosa y es facilito; para decir el verso no ha nacido esta mujer. Pareciera que leía en gregoriano, la muy sosa. Pepe Oneto lo hizo mil veces mejor cuando leyó, de esto hace ya años, un muy divertido romance dedicado al fallecido Jaime Campmany, y dejó a Cela con los ojos a cuadros. “¡Hasta los gatos quieren zapatos!”, se “descongojaba” Camilo mirando, admirado, al gran Oneto.

A Pepe le echaron un cable para corregir aquellos cinco folios en verso, yo lo sé, pero es que la “condesosaina” de Murillo no dio un palo al agua: esos ripios tan condenadamente buenos, que se metían con el ministro Bermejo y que rieron sólo unos pocos por lo mal leídos que fueron, se los había escrito Alfonso Ussía. Pongo la mano en el fuego. Desde que Leopoldo Calvo-Sotelo dejó de escribir sonetos, no hay en este país nadie capaz de hacer poesía satírico-burlesco-política como la hace mi buen Alfonso.

Esta noche empieza la campaña electoral; quiero decir, la fase final de este insoportable coñazo que viene durando desde hace cuatro años. Y todo es escena, escena pura. A Zapatero se le escapó el otro día que, en este tramo último, iba a meterle más tensión a su personaje, iba a “dramatizar” más. Es evidente que estaba hablando de teatro, que se trataba de una forma de expresión típica de actores. Pero tiempo les ha faltado a los de enfrente, a Rajoy y sus monacillos, para cambiarse a toda prisa el vestuario y salir a escena todos vestidos de monjas clarisas y cantando el Tomad, Virgen pura. “¡Huy, por Dios!”, dicen, aflautando la voz, “¡Pero qué crispador! ¡Pero qué agresiiiivo! ¡Pero qué matón y qué malíiiisima persona es! ¡Cuidado, hermanitas, que nos pega, que nos pega ese señor tan malo y tan delincuente!”

El público, claro, se monda de risa, porque esas súbitas monjitas de la caridad son los mismos actores (bastante malos, desde luego) que, durante todo el resto de la obra, que ya digo que viene durando cuatro años, han ocupado la escena disfrazados (pero no estoy nada seguro de que fuese un disfraz) de matones, de chulos, de pandilleros de patio de colegio, de provocadores, de impresionantes mentirosos que han insultado gravísimamente a quien se les ha puesto por delante y que han tratado de convencernos a todos, mintiendo como jamás ha mentido nadie en este país desde que se murió Franco, de que las bombas del 11-M las había puesto ETA de acuerdo con Zapatero. Ver ahora a Zaplana, al siniestro Acebes, al pobre Rajoy y a toda su corte de milagreros (prefiero no pensar en Martínez Pujalte: me pongo malo) haciendo mohínes y melindres, temblando y abriendo los ojos como novicias asustadas, dando grititos, “¡Huy, que viene, que viene ese señor tan malo que nos quiere crispar! ¡A nosotras, que somos todas unas santas!”, es que da risa. Se lo juro. Pero ¿de verdad se creen que somos todos tan imbéciles? Ah, no, no es eso. Perdón. Se me olvidaba que estamos hablando de teatro, nada más que de teatro…

INUNDADOS POR ROSSINI

Y para teatro… Ay, Señor… En fin, cuando ustedes lean esto, quizá el sábado por la mañana, la cosa no tendrá ya remedio. Yo mismo, amigos queridos, llevo casi un mes metido en ensayos y vestuarios y maquillajes y escenas y monólogos… Teatro, esta vez sin disimulos. No se asusten: no soy yo quien, este sábado 23-F, a las doce del mediodía, va a subir a un escenario (el del Auditorio Ramón y Cajal de la Facultad de Medicina, en la Universidad Complutense) por primera vez en su vida para hacer de actor. Es mi amigo Algorri, de quien hemos hablado aquí varias veces ya. Yo lo quiero mucho… y tengo bastante que ver con lo que allí suceda, porque la obra la hemos escrito (vamos a decirlo así) entre los dos. A cuatro manos, o a cuatro patas, eso ya no lo sé.

Se trata de un concierto en el que la orquesta Iuventas, dirigida en esta ocasión por un amigo común (el gran Juan de Udaeta), va a interpretar cuatro célebres oberturas operísticas de Gioacchino Rossini. Pero como eso es poca música para un concierto, Luis y yo escribimos, hace ya bastante tiempo, otros tantos monólogos… en los que el propio Rossini, resucitado sólo para esta ocasión, cuenta al público numerosas y muy divertidas anécdotas sobre su vida, su música y sus aficiones gastronómicas. Creo recordar que, por entonces, yo metí en esta página la primera versión de aquel texto… haciéndolo pasar por sólo mío, porque así me lo pidió el buen Luis, que siempre será un tímido incorregible. Pero la verdad es que era de los dos.

Y ese espectáculo lo estrenó, hace ya dos años, la orquesta andaluza Arsian. El actor que interpretaba a Rossini era un jovencito muy animoso que se llama Unai Izquierdo. Algorri yo estuvimos en el estreno absoluto, en el pueblo malagueño de Álora, y doy fe de que aquello fe un exitazo de los que se ven pocas veces.

Pero es que ahora, por razones de lealtades y de amistades en las que no puedo entrar, va a ser el propio Algorri el que se ponga la levita negra, el chaleco, la leontina y la aparatosa peluca, y salga a escena a decir, delante de la orquesta y del público, esos cuatro monólogos … Que son muy difíciles, ahora me doy cuenta… Y el bueno de Luis no ha hecho eso en su puñetera vida, es la primera vez; escribe muy bien, pero como actor está “virgen y mártir”… Sobre todo, mártir… Las está pasando canutas, el probetico, tiene más miedo que vergüenza… Lo tengo alojado en casa para que trabajemos los dos el papel y, sobre todo, para que no se me tire por el Viaducto, porque éste es muy capaz. Ensayamos. Yo le digo: ahí, más énfasis. Ahí, más despacio. Vocaliza, coño, Luis, y no corras, que no se te entiende. Fuerza más el acento italiano, venga. Saca la voz…

Pues van ya cuatro veces que el pobre se me echa a llorar, desesperado. Duerme en el antiguo cuarto de mi hijo Carlitos y me despierta en mitad de la noche dando, en sueños, unos gritos terribles: “¡Treeeeche días! ¡Treeeeche días! ¡Io escribí Il Barbiere di Siviglia en treeeeche días!...” Eso es parte del texto, ya lo han adivinado ustedes. Se le han atascado los nervios en el estómago y el pobre lleva desde el miércoles sin comer. Pero lo peor de todo es que empieza a creerse que de verdad es Rossini… Habla por teléfono, o conmigo, o con la cajera del supermercado del Cortinglés, con un terrible acento siciliano (que Rossini no tenía, pero cómo le digo yo eso a este hombre); pide que le cobren el pan en antiguas liras italianas, se escandaliza de los precios (bueno, en eso tiene razón) y no se quita en todo el día la levita negra, el chaleco, los botines de botones ni la camisa de pechera almidonada que hemos alquilado en Cornejo. Ni la peluca ni las patillazas, claro.

Yo trato de serenarlo: “Tranquilo, Luisito, que va salir todo bien. Ya lo verás. Venga, tómate esto que está calentito, es valeriana. Tú cálmate, ¿eh? Cálmate… Si te lo sabes muy bien… Si estás estupendo… Si…” Y el pobre hijo se pone en pie, abre muchísimo los ojos, me mira con una ira incontenible y vuelve al texto: “Fuori della mia casa!! Assassiiiiinoooo!!...”

Y, claro, me tengo que bajar un rato al bar.

En fin, ya les contaré cómo ha ido todo. Si pueden ir a verlo, vayan: saldrá bien (cruzo los dedos). Pero qué dura es la vida del teatro, mecachis en la mar.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Me fui al Círculo de Bellas Artes a disfrutar de Macbeth, el drama de Shakespeare que ponen en escena (con qué atrevimiento y con qué calidad) los maravillosos granadinos de Histrión Teatro. Una delicia, se lo juro, pero la verdad es que yo no me enteré de mucho. O los chicos lo hacían demasiado bien, o yo tenía la cabeza como la tengo en estos días, que ahora les cuento, pero de pronto me vi contemplando las andanzas de Macduff, de Banquo, del rey Duncan, del tremendo matrimonio y (no faltaba más) de las brujas, que son mis personajes preferidos, como si no hubiera distancia entre el escenario y el patio de butacas. Como si todo fuese uno y lo mismo. No, no pongan esa cara: el montaje, tan audaz, no era lo bastante “calixtobiéitico” como para ellos dejasen de actuar, no se trataba de eso. Era más bien al revés: de pronto sentí que todos éramos actores en una comedia de locos, una comedia complicadísima que se produce simultáneamente en numerosos escenarios y en la que todos actuamos declamando un papel que no sé quién habrá escrito, pero desde luego le ha costado trabajo.