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Vuelta a la realidad (tul ilusión)
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Vuelta a la realidad (tul ilusión)

Ha pasado la vorágine electoral como pasa la cabalgata de Reyes, con toda su barahúnda de voces, sonrisas, papelitos de colores y músicas (la del PP

Ha pasado la vorágine electoral como pasa la cabalgata de Reyes, con toda su barahúnda de voces, sonrisas, papelitos de colores y músicas (la del PP era la misma de siempre; pero los del PSOE pusieron una cosa medio coral muy conmovedora y cursi, algo así como un Tedeum, eso tiene que haber sido Sonsoles), y la gente, o sea nosotros, volvemos a la realidad, a lo cotidiano. Hombre, quedan algunos cohetes de espoleta retardada: que si Rajoy se va, que si se queda o que si –como es costumbre– todo lo contrario. Que si le van a mover la silla don Camps o doña Cuaresma. Bah. Eso ya es, para los cansados ciudadanos, “ahítos / de tanto parchear y tanto pito”, arte menor. Que hagan lo que quieran. Los peatones hemos vuelto a nuestras preocupaciones del día a día, mucho más urgentes y apasionantes que el epílogo macbethiano del PP.

¿Y cuáles son? ¿La inflación de febrero, que se ha puesto impertinentísima? ¿La fuerza del mar, que se traga paseos marítimos en diez minutos de cabreo? ¿La huelga de funcionarios de Justicia, que ha provocado ya atascos de expedientes que heredarán nuestros nietos? ¿El paro, la inmigración, todo eso?

No. Asómense a las teles, a las calles, a los mercados, a los taxis. Pasado el escrutinio de las papeletas, el votante no ríe, el votante no siente, el votante persigue por el cielo de Oriente el desenlace de una tragedia que tiene al país sin respiración: ¿Qué va a pasar, ¡oh Cielos!, con el vestido de novia de Belén Esteban?

“No se habla de otra cosa en medios autorizados”, que habría dicho Anson en sus buenos tiempos. La verdad es que es para preocuparse. Cuesta trabajo recordar un drama semejante desde Madame Bovary. El día de la boda se acerca, el pobre novio (que no sé quién es, pero le compadezco con toda mi alma) se ve subiendo ya, pálido y convulso, las gradas del altar, hecho a la idea de no tiene remedio el asunto; de que en cualquier momento aparecerá la fiera dentona por la puerta de toriles y se abalanzará hacia él al compás de la Marcha Nupcial de Mendelssohn (¿o pondrán el Toa, te nesecito toa, del maestro Jesulín?), y, así las cosas, la Esteban no tiene quien le apañe un traje.

Uno sabe muy poco de corte y confección, pero me pongo en el lugar de los diseñadores y la verdad es que les entiendo. Técnicamente, quiero decir. Debe de ser una verdadera angustia imaginar algo que le siente bien a esta chica que mezcla la osamenta de Mohandas Gandhi con los andares de John Wayne en Río Bravo. Eso de cuello para abajo. Porque de cuello para arriba, la cara de pan de hogaza que un día encalabrinó a un torero analfabeto pero guapo se ha transformado en el rostro de la Gorgona. La mala vida, supongo; el uso y más que abuso de sustancias poco recomendables que te dejan la nariz hecha un Ecce Homo, y, esto sobre todo, la contumacia en el error quirúrgico, que ha logrado reunir, en muy poco espacio, unas ojeras de sacristán anciano con unos labios transformados, según frase feliz de Carmen Rigalt, en el reborde de una bañera. Y eso sin arreglarle esos dientes que yo diría cantábricos, porque recuerdan, en color y disposición, a los acantilados de Cabo Peñas, en Asturias.

Los diseñadores han dicho, creo yo que con sobrados motivos, que le vayan dando. El libanés Elie Saab, conocido por vestir bien a muchas actrices, se hizo humo en cuanto supo de quién se trataba. Otra especialista, Rosa Clará, se ha quitado de en medio como ha podido. La firma Pronovias, a la que recurre desde hace décadas todo bicho viviente que se quiere casar con aspecto elegante pero sin arruinarse, ha rehuido la emboscada admitiendo que el lance es superior a sus capacidades. En la planta de Novias de El Corte Inglés se oyen gemidos de desesperación. Aunque lo mejor ha sido lo de uno de los dos Victorio y Lucchino (la verdad es que no sé quién es quién), que ha contestado a la periodistina de turno con una frase insuperable: “¿Que esa mujer quiere un vestido nuestro para casarse? Pues que vaya a la tienda y que se lo compre. Tenemos puntos de venta en casi toda España”.

Plagiarrosa Quintana está destrozada, la pobre. María Eugenia Yagüe pronuncia en la tele sus admoniciones con cara de Officium Defunctorum. Telecinco en general (salvo los telediarios: hasta ahí no ha llegado, a fecha de hoy, este chapapote informativo) es un puro luto, un ay, un sinvivir solidario con su pobre traviata Esteban, pero los programas de telemierda de otra cadenas están dedicados, casi a tiempo completo, al drama, a la “catástrofe humanitaria” de esta mujer por fortuna irrepetible. En Antena 3 cunde la desolación: primero pierde Rajoy… y ahora esto.

¿Y ella? ¿Qué dice ella? Por lo que se ve en la tele, da la sensación de que este prodigio de inteligencia y educación, esta agudísima analista y abnegada madre, esta Clara Campoamor rediviva, se pasa todo el santo día entrando y saliendo de diversos portales. Sabe que las cámaras la siguen, y tiene muy claro que de eso vive y no de otra cosa, así que (imagino yo) ve a los de las teles y se mete en un portal; espera diez minutos y luego sale con aspecto de muchísima preocupación y apresuramiento, el paso rápido, el aire contrito. Se le acercan los “periodistas” del corazón y le preguntan por su traje de novia, esa tragedia. Ahí es cuando ella empieza a hacer mohínes, gestos de agobio, muecas de insoportable hartazgo; luego, sin detenerse, ensaya una de sus sonrisas mustélidas y pronuncia cansadamente la frase mágica que, sin duda, ha oído en la tele, no sé si a Hillary Clinton o a Mayte Zaldívar: “No voy a hacer ninguna declaración”. Y a renglón seguido: “Poneros en contacto”. Los periodistas no entienden nada. ¿En contacto con quién? Y la Esteban, más estupenda que nunca: “Vosotros poneros en contacto. ¿Es que no veis mi pograma? Pues ponerse en contacto”. Y, satisfecha de haber recordado entera tan elegante frase, se mete en un taxi en busca, supongo, del siguiente portal. En algún caso se despide: “Tantaluego, Diego”.

Yo creo que ahí está el problema, que diría ella. Recuerdo una anécdota del fallecido José Luis de Vilallonga, que fue, en su juventud, actor de cierto éxito por su buena planta y su educación. Rodaba en Nueva York Desayuno con diamantes, con Audrey Hepburn, y el director, Blake Edwards, se empeñó en que Vilallonga llevase en el bolsillo una pitillera de oro que costó un triunfo encontrar. El marqués actor preguntó: “¿Qué quieres que haga con ella?” Y Edwards dijo: “Nada. No la saques. Pero creo que un hombre que lleva en el bolsillo una pitillera de oro se mueve de manera diferente al resto de la gente”.

Pues ahí está. Supongo que los diseñadores de trajes de novia han renunciado a vestir a alguien que, “de suyo”, para comportarse como quien es en el momento de acercarse al altar, tendría que llevar madreñas o, colgada del brazo, una cesta de mimbre con dos gallinas vivas. Pero creo que hay una solución. Que algún modisto osado acometa la empresa y se inspire en el atuendo que llevaba el actor Ray Bolger en la inolvidable película El mago de Oz. Bolger interpretaba a “Hunk”, el espantapájaros, que no tenía cerebro. Ese traje con algo de tul ilusión puede quedarle a la Esteban como el vestidazo que el hada madrina inventó para Cenicienta.

Si no es así, no se me ocurre qué solución pueda tener este drama humano.

Vayan mis últimos pensamientos para Fran, la víctima de todo esto. O el novio, como prefieran llamarlo. Aguanta, chaval. Ánimo. Tú trinca la pasta pactada y lárgate de ahí lo antes posible. O eso, o acabarás diciendo “poneros” y “asigún”, porque está comprobado que todo se pega. Así que tú verás. Abrazos.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Ha pasado la vorágine electoral como pasa la cabalgata de Reyes, con toda su barahúnda de voces, sonrisas, papelitos de colores y músicas (la del PP era la misma de siempre; pero los del PSOE pusieron una cosa medio coral muy conmovedora y cursi, algo así como un Tedeum, eso tiene que haber sido Sonsoles), y la gente, o sea nosotros, volvemos a la realidad, a lo cotidiano. Hombre, quedan algunos cohetes de espoleta retardada: que si Rajoy se va, que si se queda o que si –como es costumbre– todo lo contrario. Que si le van a mover la silla don Camps o doña Cuaresma. Bah. Eso ya es, para los cansados ciudadanos, “ahítos / de tanto parchear y tanto pito”, arte menor. Que hagan lo que quieran. Los peatones hemos vuelto a nuestras preocupaciones del día a día, mucho más urgentes y apasionantes que el epílogo macbethiano del PP.