Es noticia
'Carlos Ruiz Millón'
  1. Cultura
  2. El Cultiberio
Incitatus

El Cultiberio

Por

'Carlos Ruiz Millón'

Carlos Ruiz Zafón fue la víctima inocente, no había más que verlo al pobre chaval, del impresionante espectáculo multimediático, parafernálico, hollywoplástico, guerragaláctico, tumbadespáldico, acojonántico

Carlos Ruiz Zafón fue la víctima inocente, no había más que verlo al pobre chaval, del impresionante espectáculo multimediático, parafernálico, hollywoplástico, guerragaláctico, tumbadespáldico, acojonántico e hiperesdrújulo (esto último sobre todo) que desplegó Planeta en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, que es donde el Imperio Lara suele celebrar sus fiestas mayores, para presentar la última novela del escritor, El juego del ángel. Fui cordialmente invitado. Muchas gracias, por siempre adorables “chicas Planeta” (mis dos Anas, Laura y las demás), pero, cariños míos, armasteis un pitote de los que no están en los escritos.

Sobre todo, en los escritos. Jolines. Aquello parecía un entrevero de Ben Hur, de la inolvidable escenografía que montó Herbert Wernicke (gloria haya) para el estreno en el Teatro Real del Don Quijote de Cristóbal Halffter (por cierto: ¿alguien sabe dónde están esos decorados? Yo sí: han sido destruidos, pregunten ustedes por orden de quién) y de la abadía de Westminster en día de gran ceremonia. Qué barbaridad. A Rosa Cullell, alma del Liceu durante los últimos años, debían de llevársela los demonios, porque el decorado aquel que montó Planeta para la presentación del libro de Zafón hubo de costar, así, a ojo, bastante más que el montaje de Tannhäuser que por estos días concluye allí. Dicen que 4.000 libros viejos (comprados, por cierto, al peso) derramó Planeta por el escenario para completar la espectacular escena, que figuraba una gigantesca, profundísima biblioteca en bóveda de cañón. Vamos, lo nunca visto. No es de extrañar, por tanto, que el protagonista del asunto, Ruiz Zafón, tuviese un susto en el cuerpo de los de morirse. Estaba el hombre como pez vivo en la sartén. Yo aún no sé cómo no salió corriendo.

Aunque la verdad es que a mí me parece muy bien. El resultado fue bastante brutal, pero la intención era espléndida: montar un cristo así por un libro, nada más que porque sale a la venta un libro, me hace pensar que no nos hemos terminado de volver todos idiotas, aunque tantas cosas indican que camino de ello llevamos. Casi cuatrocientos invitados, la mayoría revestidos que ni para una boda real. Centenar y medio de periodistas. Más cámaras que cuantas perseguirán jamás por la calle a Belén Esteban, que ya es decir. Comilonas, canapés, cava, plácemes y ceremonias sin tasa ni duelo. Y todo por un libro. Bien, bien.

Y las cifras grandes, las que cuentan, dan helor. Planeta ha puesto en la calle un millón de ejemplares de la primera edición de El juego del ángel. Y pudieron ser 1,2 millones. Así llaman ahora al autor “Carlos Ruiz Millón”. Que este caballo recuerde, eso no se veía en este país desde la última publicación de García Márquez, y es muy probable que la segunda edición esté en la calle antes de ocho o diez días. Antes de la edición conmemorativa de Cien años de soledad, el año pasado, esas cifras colosales ni se soñaban. Bien, bien. Muy bien.

No quiero hacer comparaciones entre Ruiz Zafón y el Nobel colombiano, desde luego, pero me hace mucha gracia que sí se parezcan algunos episodios del pasado de ambos. La venerable editorial Losada rechazó La hojarasca y recomendaron a Márquez que mejor se dedicase a la poesía. En España, una serie de malentendidos (si es que fueron malentendidos y si es que esta historia es cierta) impidieron que Carlos Barral llegase a leer siquiera el manuscrito de Cien Años, que se publicó en la Editorial Suramericana. Es decir, que la novela que, cuarenta años después, ha vendido 35 millones de ejemplares y ha cambiado la cara de toda una generación, tuvo verdaderas dificultades para ver la luz, al menos a este lado del Atlántico.

Pues dicen, yo no lo aseguro porque con estas cosas nunca se sabe, que Carlos Ruiz Zafón presentó La sombra del viento, el éxito más tremendo de las letras españolas en décadas (diez millones de ejemplares lleva vendidos), al premio Planeta. Con dos narices y toda su buena fe, pobre muchacho. Dicen también que aquel a quien entonces llamaban “el niño Lara”, por distinguirlo de su padre, la leyó y le gustó mucho. Pero que el comité de expertos de que dispone la editorial, a quienes se llama “Los Siete Infantes de Lara” a pesar de que son unos cuantos más, desaconsejó no ya que le diesen el premio sino que la publicasen siquiera. El Señor misericordioso proteja por siempre el, a la vista está, finísimo, sutil, infalible olfato literario de los Siete Infantes; que ya digo que son más, lo cual pone las cosas aún peor.

Ruiz Zafón llevaba ya algún tiempo en relaciones más o menos prematrimoniales con Planeta, así que, según cuentan, insistió en que le publicasen el libro. Insistió mucho, muchísimo, dio la vara durante un tiempo interminable, y al final logró su objetivo: Planeta puso La sombra del viento en las librerías y, repito que según cuentan algunos de dentro y muchos de fuera, hicieron por promocionarla la menor cantidad posible de esfuerzos. Por no decir ninguno.

Pero la novela, pocos años después, ha rebasado ya los diez millones de copias en unos cuarenta países. ¿Cómo se explica eso? Yo creo que es muy sencillo. Más que las presentaciones en escenarios operístico-galácticos, más que las promociones estratosféricas y agotadoras, más que los anuncios publicitarios y muchísimo más que las siempre aleatorias reseñas en Babelia o El Cultural, lo que hace que un libro se venda es que a algunos buenos lectores, por lo general anónimos, les entusiasme. Ahí echa a andar un método lento pero infalible: el boca a oreja. La gente a la que le gusta leer compra muchas cosas, pero sobre todo se fía de los amigos. Que alguien en quien confías te diga eso de “te tengo que regalar un libro que me ha fascinado” es mil veces más poderoso que cuatro mil libros viejos tirados por el suelo en plan decorado promocional y que ciento cincuenta periodistas. Porque el “boca a oreja” es contagioso. Y funciona en proporción geométrica. Y no falla jamás.

A La sombra del viento le pasaba algo que definió mejor que nadie mi profesor de Literatura de Bachillerato, el jamás olvidado Bernardino González Pérez: “Inci, es una novela en la que los personajes piensan. ¿Te das cuenta? ¡Piensan! ¿Cuántos años hace que no se ve eso?”

Ahora, para la siguiente novela de Ruiz Zafón, la misma editorial de la anterior monta un número que ni para la coronación del emperador de Austria-Hungría. Espléndido, pero ¿para qué? ¿Para venderla? Es posible, pero en Planeta saben muy bien que no hace falta. Ya tienen asegurados, como mínimo, diez millones de ejemplares, millón arriba o millón abajo. Son (mejor dicho, somos) los mismos lectores fieles que caímos deslumbrados con La sombra del viento y que no olvidaremos con facilidad las pesadillas que nos provocó el inspector Fumero, el malo malísimo mejor inventado, pues yo qué sé, a lo mejor desde el Javert de Los miserables.

¿Cómo será El juego del ángel? Pues no tengo ni idea pero me temo… lo mejor. Zafón, que escribe nada más que porque le gusta (lo que ha ganado con su novela anterior permitiría que sus biznietos viviesen todos sin dar un palo al agua), se ha ido a vivir a Los Angeles, en California. Ha hecho muy bien. Aquí le amargarían la existencia entre los envidiosos, que son legión; los aduladores, que son otros tantos, y los que le propondrían escribir cada poco en los suplementos o en las últimas páginas de los periódicos, que son los más peligrosos de todos. En América Zafón escribe, como García Márquez, sin prisas pero sin pausas. Y una cabeza capaz de inventar la monumental arquitectura de La sombra del viento tiene que ser capaz, en las condiciones en que está (lejos de la batahola hispana), de regalarnos algo al menos tan glorioso como lo que ya hemos leído.

Y sin templarios, sin griales, cátaros, brujos de guardarropía y demás parafernalia de las novelas “de moda”. Ah, y esto sobre todo: sin falsilla. Sin esquema previo de los que se usan para ganar dinero y para nada más, como hacen tantos; y eso muchas veces, la mayoría, sale mal, como no ignora algún desquiciado a quien ojalá no hubiese conocido nunca y a quien, por supuesto, no volveré a nombrar aquí.

En cuanto acabe con la deliciosa semblanza que Ignacio Merino escribió sobre Serrano Súñer, me lanzaré a jugar El juego del ángel. Supongo que como la mayoría de ustedes. Las ganas que tengo.

Ilustraciones de Julio Cebrián

Carlos Ruiz Zafón fue la víctima inocente, no había más que verlo al pobre chaval, del impresionante espectáculo multimediático, parafernálico, hollywoplástico, guerragaláctico, tumbadespáldico, acojonántico e hiperesdrújulo (esto último sobre todo) que desplegó Planeta en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, que es donde el Imperio Lara suele celebrar sus fiestas mayores, para presentar la última novela del escritor, El juego del ángel. Fui cordialmente invitado. Muchas gracias, por siempre adorables “chicas Planeta” (mis dos Anas, Laura y las demás), pero, cariños míos, armasteis un pitote de los que no están en los escritos.