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B Vocal: que me lleven los gitanos
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B Vocal: que me lleven los gitanos

No puedo recordar ahora qué novela de mi juventud comenzaba con que la protagonista, una niña, veía pasar por el pueblo el carromato de los

No puedo recordar ahora qué novela de mi juventud comenzaba con que la protagonista, una niña, veía pasar por el pueblo el carromato de los gitanos que hacían volatines y tragaban fuego; y, al verlos partir, la cría se moría de ganas de que la raptasen y la llevasen con ellos para siempre.

Eso mismo me pasa a mí hoy. Acabo de salir del teatro Bellas Artes de Madrid y, se lo juro por lo que más quiero, ganas me dan de mandarlo todo al cuerno y largarme a hacer vida con estos cinco “gitanos” geniales, cuatro de Zaragoza y uno –el más golfo de todos– de Córdoba, que conforman el grupo musical B Vocal y que, con su espectáculo Comicapela, me han hecho pasar la hora y media más deliciosa que recuerdo en todo este año que hoy se cumple (hoy hace 365 días que te fuiste, amor a quien ya no amo y a quien no he vuelto a ver: que te vaya bien y no como te mereces).

Estos locos celestiales de B Vocal hacen un espectáculo construido, a partes exactamente iguales, de música y humor. “Vaya, hombre, como Les Luthiers”, dirán ustedes. Pues sí, en algo se parecen. Supongo que los mozos de B Vocal estarán hasta el gorro de aguantar la comparación, pero es inevitable. También son cinco, también en otro tiempo fueron seis, van vestidos de oscuro (éstos más informales) y también son unos insuperables, perfectos, altísimos gamberros. Este caballo, admitámoslo, ha detectado lazos más o menos incestuosos que unen a B Vocal con los legendarios King’s Singers, con la Capella de Ministrers, con los momentos más sinvergüenzas de Hespèrion XX (que los tienen), desde luego con The Scholars y, por qué no, con la comicidad de Tricicle. De los monjes de Silos mejor ni hablamos porque eso sólo viene en los discos (me he traído, pues sólo faltaba, la colección completa del grupo) y no en el show.

Pero hay diferencias. B Vocal usa sólo y exclusivamente sus voces. No hay instrumentos. No se hacen ustedes idea de lo que estos golfos son capaces de hacer tan sólo con la garganta, los labios, los resonadores y un uso asombroso del diafragma. Hemos oído esta noche, créanme, trompetas con y sin sordina, saxos, tubas, ¡guitarras eléctricas de rock duro!, mandolinas, contrabajos y, esto sobre todo, la gama casi completa de los instrumentos de percusión, yo creo que sólo han faltado el xilófono y la marimba, pero ni siquiera de eso estoy seguro. Todo hecho con la voz y nada más que con la voz, bien es verdad que auxiliada por un sapientísimo uso de micrófonos y amplificadores.

El asunto va de menos a más, como es lógico en estos espectáculos. Al principio, aparecen por el pasillo del patio de butacas dos o tres trogloditas que van buscando alimenticios piojos en la cabeza de los espectadores, y luego, ya en el escenario, descubren el sonido de la voz humana cuando uno de ellos le atiza a otro un golpe en un dedo con un jamón (el tipo grita, claro). Ahí el público se ríe. Después, los cinco cantan una versión asombrosa de Labios de fresa, aquella cursiladita del grupo Danza Invisible; y están sonando todos los instrumentos, y entonces la gente no sólo se ríe mucho más sino que empieza a darse cuenta de las dimensiones artísticas, cómicas y vocales de lo que tiene delante.

Luego la cosa baja un poco: Alberto Marco, a solas, exhibe su increíble registro de contratenor en una versión del Lascia ch’io pianga mia cruda sorte (del Rinaldo, de Haendel) “adornada” con un humor algo tocinero y homófobo que a mí no me gustó, salvo en los cuatro segundos en que imita a Raphael y el público se retuerce de risa. Luego sale el bajo del grupo, el cordobés Juan Luis García, cantando un Tuba mirum del Requiem de Mozart que no se sabe bien qué pinta allí ni qué gracia tiene, pero a renglón seguido los cinco nos atizan un Devórame otra vez (repito: ¡sólo con las voces!) que parte al personal por el espinazo y a partir de ahí ya es el no parar. No se lo puedo contar todo porque no acabaríamos nunca, pero es imposible no mencionar la recreación Elvis Presley, hecha por un Augusto González que ya se puede morir tranquilo después de eso; la descacharrante, ¡pero es que descacharrante!, resurrección de Los Pecos con aquellas cancionzuelas para adolestontos en las que, de nuevo Alberto Marco (creo que era él, no estoy seguro), metido dentro de una peluca rubia monísima de la muerte, imita con salvaje perfección la voz atiplada y nasal del rubio de aquel dúo, Javier creo que se llamaba, que parecía que cantaba con una pinza en la nariz.

Ahora bien, a mí se me saltaron las lágrimas de risa con Massiel. Mejor dicho, no era Massiel sino un Festival de Eurovisión que se celebró, presuntamente, a mediados del siglo XVI. Los gamberros de B Vocal cantan una versión insuperable del La, la, la ¡armonizada para cinco voces!, y, cuando llega el estribillo famoso, arman un fragmento contrapuntístico que no se lo salta un gitano; y, en vez de La, la, la, cantan Fa-la-la, o sea, el inevitable estribillo que tenían tantos madrigales ingleses del Renacimiento, comenzando por Thomas Morley, siguiendo por Weelkes, Byrd, Campion y así hasta John Dowland que estás en los cielos. Yo no había visto cosa igual desde la Cantata Laxatón de Les Luthiers. Qué sutileza, que inteligencia, qué gracia. Y qué voces.

La coña musical sobre los Bee Gees es inolvidable. Lo de Just a gigolo, con todas las trompetas por allí sonando, es igual o mejor, y ahí la increíble vis cómica de Juan Luis García no tiene comparación con nada que uno recuerde; el maestro Rabinovich, a su lado, es un gordito que sobreactúa. A mí me conmovió Granada porque la hacen igual que la hacíamos nosotros en el Coro Universitario de León: en las cenas, todos ya medio borrachos, Samuel cantaba la letra con su vozarrón (aquí es Fermín Polo, que es clavadito a José Luis Uribarri pero en mejor rematao) mientras nosotros imitábamos, con las voces, los trémolos de las guitarras. Lo mismo que ellos.

El tango sobre Drácula no tiene nombre y, al final, los cinco cantan una canción más… sin micrófonos. “A pelo”, como ellos dicen. Y ahí demuestran que su trabajo es cualquier cosa menos laboratorio de sonido, que sus voces son verdaderamente prodigiosas y que su trabajo de conjunto, su empaste, es… En fin, para qué seguir.

Pero hay algo que sería imperdonable dejar de decir. Estos cinco chiflados disfrutan cantando y haciendo reír. Eso es importantísimo. Son aún jóvenes y todavía no les ha ganado la rutina, la esclerotización profesional, el cansancio de pasarse toda la vida arrancando risas, que es lo más difícil y lo más agotador que hay en el mundo; conservan toda la magia, toda la gracia y toda la vitalidad, algo que ya es difícil ver en sus referentes inevitables, los ya sexagenarios Les Luthiers. Improvisan con una puntería infalible, lo mismo cuando el “profesor Rimbombant” (de nuevo Juan Luis García) se refiere a los miembros “y miembras” del grupo, y ahí estallan las carcajadas, que cuando confiesa que, en realidad, los componentes de B Vocal se llevan fatal entre ellos, que no se pueden ni ver, que están siempre en crisis… “Perdón: en desaceleración”, agrega, y el público se troncha.

Que sigan así, por favor, muchos años, muchísimos. La calidad ya la tienen, y también la gracia, y un extenuante trabajo de ensayos, pero que no se les pase la complicidad con el público, la emoción de gustar, el vértigo del patio de butacas puesto en pie secándose con los puños la risa de los ojos. Que no crezcan, que no se acostumbren, que lo que hacen no se convierta en nada más que un trabajo o un negocio. Son lo mejor, lo más refrescante y lo más inteligente que ha visto el teatro musical de este país en décadas. Que sigan saliendo al vestíbulo del teatro (lo mismo hace Tricicle) a firmar sus discos y a recibir, cansados y hasta tímidos, los abrazos y los besos de la gente, que se muere por felicitarles y que se pega por sus discos y DVD. Que jamás dejen de pedirnos a los espectadores que, si nos ha gustado su espectáculo, hagamos funcionar el boca a boca, “no ahora y entre ustedes, no; luego, fuera, cuando hablen con sus amigos”. Que nunca necesiten un psiquiatra para cada uno y otro para sosegar a todo el grupo, como llegó a sucederles a los maestros argentinos. Que continúen queriéndose y haciéndose querer. Que nunca dejen (les ocurre y les ha ocurrido a tantos) de pasarlo bien con lo que hacen, que es el único método infalible para lograr que la gente sea feliz con ellos.

Y que sigan provocando entre quienes ya nunca podremos dejar de adorarles, y encima teníamos algo de voz cuando andábamos por su edad, las ganas irresistibles de mandarlo todo a hacer puñetas e irse tras ellos, con ellos, igual que la niña de la novela soñaba con que la raptasen los gitanos.

Y ustedes ¿qué hacen ahí sentados, leyendo esto? Por Dios, ¡corran ahora mismo a por las entradas! ¡Que estos cinco genios sólo están en Madrid hasta el 13 de julio! ¡Y este genial Comicapela sí que no se lo pueden perder!

Ilustraciones de Julio Cebrián

No puedo recordar ahora qué novela de mi juventud comenzaba con que la protagonista, una niña, veía pasar por el pueblo el carromato de los gitanos que hacían volatines y tragaban fuego; y, al verlos partir, la cría se moría de ganas de que la raptasen y la llevasen con ellos para siempre.