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Larga vida a las 'Anacletas'
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Larga vida a las 'Anacletas'

En los periódicos y en las webs lo repiten a carcajada limpia. La periodista que retransmitía para TVE la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín,

En los periódicos y en las webs lo repiten a carcajada limpia. La periodista que retransmitía para TVE la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, María Escario, estaba sin duda admirada por la aparición en el estadio de varios miles de chinos que portaban unas tablillas y que se movían muy armoniosamente. Según ella, la escena representaba a las Anacletas del filósofo Confucio.

Vamos a ver. Ignoro, claro está, si María Escario se ha leído las Analectas, esos bellísimos diálogos que Confucio mantenía con sus discípulos quinientos años antes de la Era cristiana y que son, desde entonces, una de las bases de la filosofía oriental. Admitamos que confundir, en medio de una retransmisión en directo, Analectas con Anacletas no pasa de ser un gazapo como hay tantos, un baile de letras, una confusión buena para hacer un chiste y ya está. Pero tiendo a pensar que la Escario jamás supo de la existencia de ese libro, porque es que lo dijo dos veces, se oyó con toda nitidez: Anacletas. Y en, al menos, dos telediarios de las horas siguientes, otros compañeros suyos de TVE (esto es lo que pasa cuando se prejubila a los que saben algo más que hacer la o con un canuto) repitieron el hallazgo y comentaron, con asombro y complacencia, lo bien que había quedado la escena aquella de las Anacletas.

Lo cual permite deducir que no estamos ante un error, qué va, sino ante un nuevo género literario. De pie, señores: han nacido las Anacletas.

Pongámonos algo gramáticos. Las burradas, tanto en los políticos como en los medios de comunicación, pueden clasificarse en tres categorías. Una es la de los simples errores, siempre disculpables por más divertidos que sean. Otra es la de los gazapos, que pueden ser veniales y mortales. Y ahora, gracias a María Escario y a sus sapientísimos compañeros periodistas de televisión, el mundo recibe con alborozo la nueva categoría de las Anacletas, que son algo así como los monumentos nacionales del patinazo, las pirámides de Egipto de la metedura de pata, las Nueve Sinfonías de la costalada verbal. La Anacleta se distingue de los errores y de los gazapos, más que nada, en el tamaño, pero –se ha visto en el caso al que aludimos– también en la pertinacia. Es lo que decía el padre Marbán, que nos daba Ciencias a Rajoy y a mí en los Jesuitas de León, hace cua-renta años: “Lo suyo, Olmedo, no es ignorancia: es contumacia en el error”.

Pongamos algunos ejemplos

Cuando el diario El Norte de Castilla informaba, hace ya tiempo, que los Tribunales habían absuelto a cierto médico acusado de negligencia, a pesar de que la acusación particular pedía para él “un año de cáncer y una indemnización de 12.020 euros”, estamos ante una errata y nada más. Gloriosa, ciertamente, pero errata. Cuando otro diario, esta vez de Sevilla, explicaba que “quienes los han contado dicen que en España existen 2.208 millones de funcionarios”, lo cual parecía al periodista argumento suficiente para no subirles el sueldo a todos a la vez, es claro que nos hallamos ante una empanada mental de proporciones siderales o ante un caso evidente de ingesta desmedida de gintonic de Larios en horas de trabajo. De otro modo no se explican ni el entusiasmo demográfico del plumilla ni su desmedida aversión a la función pública. Es un gazapo. De los de campeonato, pero gazapo al fin.

Los hay automáticos, consuetudinarios e irreflexivos, como el del locutor de Onda Cero: “Son las seis y seis. Cinco y cinco en Canarias”. Pero los más bonitos son los que tienen motivación. El diario El País contaba hace pocas semanas –y destacaba la frase en un sumario– que cierto satélite iba a ser puesto en órbita por un “misil soviético”. Bien, este gazapo pertenece al subgénero becarius estivalis fortiter atque nocturnitate currans, porque no cabe en cabeza humana que un periodista de cierta edad, cierta experiencia y las correspondientes lecturas ignore que la Unión Soviética alcanzó la paz del Señor hace ya diecisiete años.

Luego los hay con mala leche, no me digan que no. La noticia de que la periodista Patricia Gaztañaga celebraba sus “500 años en antena” sólo puede haber sido redactada por un ex novio de esa señorita. Es lo que podría llamarse gazapo intencional, malintencionado, alevoso, y con claro animus tocapelotandi, que diría un jurista. Lo mismo que la célebre nota aclaratoria de un diario de Badajoz: “En la esquela publicada ayer, a nombre de D. Antonio Tal, apareció, por error, ‘sucio fundador de Ambulancias COPA’, cuando en realidad debió aparecer ‘socio fundador’”. Lo mejor, desde luego, habría sido que no apareciese nada, porque así nadie se estaría haciendo preguntas sobre las razones del tremendo, indisimulable rencor del redactor de esa “rectificación” contra Ambulancias COPA y contra el fundador fallecido. El enigma aún no ha sido resuelto.

Todos estos casos son, ya digo, de gazapos, simples o complejos, involuntarios o envenenados, activos, pasivos o perifrásticos.

Ahora bien, otra cosa son las Anacletas, cuya eclosión para la Preceptiva el mundo debe, queda dicho, a María Escario, esa gran lectora. El día en que P. José R. Codina, director del diario El Mundo, hizo incluir en primera página el siguiente titular: “La SER denuncia que el nieto de la hermana de la madre del suegro de Zaplana tiene un restaurante”, no estaba incurriendo en gazapo. Lo hizo aposta. Aquí Ramírez se comportó como lo que Camilo José Cela habría llamado un bizcotur, tipo que, “sobre ser bisojo y mal encarado, mira con aviesa intención”, porque lo que intenta es escarnecer a la cadena SER, de eso no cabe duda, pero el resultado es el titular más desternillante de la prensa española en los últimos cien años. De qué pasaba con Zaplana y los negocios de su familia nadie se acuerda ya, pero esa primera página está en la historia del periodismo. O sea: una Anacleta como la copa de un pino. Comparable nada más (que yo recuerde ahora) a otra legendaria, la del titular a toda página de un diario colombiano, hace décadas: “Hoy se corre la polla del señor presidente”, y más abajo se explicaba que esa tarde se celebraba una carrera de caballos patrocinada por el primer mandatario.

Cuando Carmen Sevilla reconoce: “Soy mayor, pero no tanto como para ser del Parque Jurídico”, estamos ante una Anacleta en estado puro. Lo mismo que cuando, en televisión, un crío le dice su nombre, Manolito, y ella le pregunta, solícita y amorosa, si es niño o niña. O la vez en que, en directo, charlaba con un señor que iba en silla de ruedas y ella preguntaba: “Y usted, ¿qué es?” “Tetrapléjico, señora”, respondió el hombre. Y ella, insuperable: “Ooooy, ¡qué profesión tan bonita!”

Anacletas monumentales son, por ejemplo, las de Sofía Mazagatos (“Me encanta cómo escribe Vargas Llosa; no he leído nada suyo, pero le sigo” o esta otra: “Todavía no he encontrado la hormona de mi zapato”); las de Raquel Mosquera (“En la luna de miel hemos estado en Roma, en Venecia y en otras islas griegas”), esta genial del ex alcalde de Madrid Álvarez del Manzano (“En Madrid no hay atascos, hay tráfico más o menos fluido”) y, desde luego, dos de mis preferidas. Una, de Terelu Campos: “No te imaginas lo que duele un cólico frenético”. Y la otra, no podía ser menos, de mi adorada Belén Esteban, cabreadísima –es su estado habitual– en el programa de Plagiarrosa Quintana: “¡A ti nadie te ha dado entierro en esta vela!”, voceaba la chica, equiparándose una vez más, y con bastante desventaja intelectual, a la burra de Balam.

Doña Cuaresma Aguirre es productora de algunas de las más excelsas Anacletas de la historia contemporánea. Ahora profiere menos, quizá por la vejera, pero ha dado tantas al mundo, y tan gloriosas, que ya no hacía falta que las inventara ella y algunas son apócrifas: nunca dijo que “Sara Mago” fuese una de sus pintoras preferidas, pero sí es auténtica la de la Universidad Autónoma de Madrid. La entonces ministra de Cultura visitaba el campus y el rector le iba presentando, uno por uno, al claustro de profesores. Dice el rector: “Señora ministra, éste es el vicerrector de Acceso a la Universidad”. Y doña Cuaresma, transfigurada: “¡Ay! ¡Qué bien! ¡A usted quería yo felicitarle muy especialmente, porque hay que ver lo limpio y bien dispuesto que lo tienen todo aquí!”

El muerto es un vivo

Para segregar Anacletas debe uno ser, ya lo han adivinado ustedes, algo friki, palabro de uso reciente que viene del inglés freak: monstruo, fenómeno, tipo raro. Uno de los más notables frikis que conozco es el malagueño Luis Melero; ya saben ustedes, ese pobre señor que fue escritor y que padece (sin reconocerlo ni tratarse por ello) una demencia agresiva y progresiva que le hace ponerse más en ridículo cada día que pasa, vía correo electrónico. Hace unas semanas contábamos aquí que anunciaba, urbi et orbi, su suicidio, motivado porque, según él, el resto de la humanidad le odia, todos somos unos hijos de puta (menos él, claro) y, sobre todo, porque la editora que tuvo la generosidad de publicarle una buena novela y tres sandeces colaterales le roba y le estafa, lo cual es absolutamente falso, pero él ya no está en condiciones mentales de darse cuenta de eso. Tampoco hay forma de hacerle entender que sus novelas no se venden porque, salvo La Desbandá, son malas, están mal escritas y no interesan al público. El “e-mail” en que anunciaba architeatralmente su suicidio es una de las Anacletas más largas, cómicas y, en ciertos pasajes, abochornantes que este caballo se ha tropezado nunca.

Claro está que no se suicidó. Je. Menudo es el pájaro. A los dos días estaba otra vez, como si nada, enviando a todo quisque correos repletos de las peores calumnias. Tiene por ahí un blog que es como él: todo vanidad y más cursi que un guante, y que prácticamente nadie lee. El primer comentario que tuvo a sus post fue este: “Pero ¿tú no te habías suicidado el otro día, gilipollas?”

Pero no hay cuidado. Como dice el poeta malagueño Manuel Alcántara, que lo conoce bien, “Melero se suicida los lunes, miércoles y viernes”. Y ahí sigue el pelmazo, injuriando a todos los que le han ayudado y, espero, preparándose para una demanda judicial que se presentará en septiembre y que le vendrá muy bien, porque es de suponer que el juez hará lo que parece más razonable: ordenar el ingreso de este pobre hombre en una institución para ancianos sin recursos y sin capacidad mental de valerse solos.

No lo tomen ustedes como crueldad (a mí lo que me da este pobre desquiciado es pena), pero no me resisto a copiarles un soneto feroz que algunos de ustedes me han hecho llegar y que circula, me dicen, por los foros de internet:

“Costal de vanidad, loco ridículo, / saco de ingratitud, soberbia y cuento, / odre sin una gota de talento, / canasto de cultura de fascículo, / la ruindad le pudre en su cubículo: / a quienes le apoyaron con aliento, / ‘bolleras’ llama hoy este elemento / que ansía que le den por el versículo. / ‘¡Que me mato!’, vocea el día entero / para hacerse notar. ¿Quién crees que eres, / espejo, ejemplo y luz de fantasmones? / ¡Pues mátate, si es eso lo que quieres, / archienvidioso, fatuo, Vil Melero, / y deja de tocarnos los cojones!”.

En los periódicos y en las webs lo repiten a carcajada limpia. La periodista que retransmitía para TVE la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, María Escario, estaba sin duda admirada por la aparición en el estadio de varios miles de chinos que portaban unas tablillas y que se movían muy armoniosamente. Según ella, la escena representaba a las Anacletas del filósofo Confucio.