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Ay, la pobre ‘Nenuca’
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Ay, la pobre ‘Nenuca’

El que tendría que haber sido el libro de memorias más importante en muchos años: Franco, mi padre. Testimonio de Carmen Franco, tiene cuatro protagonistas. Los

El que tendría que haber sido el libro de memorias más importante en muchos años: Franco, mi padre. Testimonio de Carmen Franco, tiene cuatro protagonistas. Los primeros son los verdaderos autores: Jesús Palacios, que es un periodista e historiador intachablemente honrado, y Stanley G. Payne, que lo fue durante muchos años, hasta que decidió hacer suya la máxima maquiavélico-losántica, ya saben, “es lícito mentir en bien de la Causa”. La tercera es Ymelda Navajo, timonel de La Esfera de los Libros, que ha vuelto a demostrar su impecable olfato de editora  con esta publicación. Y la cuarta es, claro está, la propia Nenuca, que es como llamaba el dictador a su hija. Entre los cuatro han puesto en la calle el libro-sensación de estas navidades.

 

Vamos a ver, seamos serios. Esto había que publicarlo. Eso no se discute. Los recuerdos de la hija de Franco podrían haber sido un documento del tamaño histórico del Don Juan de Anson o del legendario Mis conversaciones privadas con Franco, del teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, o sea Pacón, primo del “caudillo” y su mano derecha durante toda la vida. Pero el lector concluye la lectura con la incómoda sensación de que le han tomado el pelo a conciencia. Quizá no podía ser de otro modo.

El testimonio de Nenuca, impecablemente transcrito y apoyado con citas y correcciones, abre el libro y ocupa apenas 142 de las casi 800 páginas que tiene el volumen. Lo demás es un análisis histórico muy prolijo y no falto de interés, pero de esos hay muchos: lo que el lector quería leer es lo del principio. Y de la lectura de esas conversaciones brotan algunas conclusiones, la verdad, poco agradables.

La primera es que a esta mujer, que tiene hoy casi la misma edad que tenía su padre cuando se murió, le falla mucho la cabeza. Confunde nombres y fechas, tiene una memoria muy neblinosa de lo que vio y oyó. Algo frecuente en las personas de su edad: quizá habría que haber escrito este libro hace diez años. Quizá los autores lo intentaron y ella no quiso colaborar. Quién sabe.

La segunda conclusión es que Nenuca, en realidad, tiene muy poco que contar. Aquella niña que se refiere al palacio de El Pardo como “mi casa” no se enteraba de nada. La frase más repetida es “papá de eso no hablaba”, con su variante “quizá lo comentaba con mi madre, pero no delante de nosotros”. Total, que el testimonio de la hoy duquesa de Franco se basa en las percepciones personales que pudo obtener de los inmensos silencios del dictador… y en los curiosos análisis que ella hace hoy de todo aquello, o sea de lo que no le dijeron, de lo que no vio ni oyó. O a lo mejor sí pescó algo, pero, siendo ella como es, no le dio mayor importancia.

Porque ahí está lo peor. Se sabía desde siempre, pero nunca había quedado tan descarnadamente claro como con este libro que luces, lo que se dice luces, esta mujer tiene muy poquitas. La pobre Nenuca no oculta su intención de dejar lo mejor posible la figura de su padre –qué otra cosa podía esperarse–, pero es que, comparada con ella, hasta su madre, Carmen Polo, parece sir Winston Churchill.

 

Tienen verdadera gracia algunas anécdotas. La del Santísimo, por ejemplo. Cuenta Nenuca que cuando su padre fue a Hendaya para entrevistarse con Hitler, doña Carmen, preocupadísima, hizo exponer el Santísimo Sacramento en el oratorio de El Pardo durante dos días y dos noches, y los tuvo a todos rezando allí como fieras para “ayudar”. Este tipo de cosas eran las que movían a Hitler, que era un psicópata pero de ninguna manera un tonto, a pensar que el “caudillo” era un perfecto merluzo con el que no se podía contar para nada; llegó a prohibir que se hablase de Franco en su presencia.

Pero hay muy poco más. Eso sí, sonrojante. La pobre Nenuca sostiene que la devastación de Guernica por los aviones alemanes de la Legión Cóndor fue un caso de exceso de celo, por así decir; que los aviadores nazis venían de bombardear objetivos militares y que, como les sobraron una bombas (¿?), pues, oye, pues las echaron allí; qué iban a hacer, si no, con ellas, ¿verdad? Y que eso al “caudillo” le pareció bastante mal.

Dice la pobre Nenuca que Franco estaba en contra que los militares se metiesen a gobernar, y que él pensaba que lo suyo sería como lo de Primo de Rivera: un “paréntesis”. Algo que el propio Franco le contó a su primo Pacón, pero diciéndole exactamente lo contrario: “Yo no voy a cometer el error de Primo, yo no dimitiré nunca: de aquí [de El Pardo] sólo me sacan con los pies por delante”. Cuenta la pobre Nenuca, que no se enteraba de nada, que su padre era “muy, muy, muy monárquico” y que estaba deseando restaurar la Corona en la persona de Don Juan, que le caía simpatiquísimo; lo que pasa es que no encontró la oportunidad. Que hay que ver qué olfato, qué perspicacia, qué percepción de la realidad y qué luces las de Nenuca, ¿eh?

Asegura esta mujer, sin despeinarse ni nada, que su padre hizo cuanto pudo por liberar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante. Ahí queda eso. Y hasta se hace un lío con la Iglesia. Sostiene que al cardenal primado, Isidro Gomá y Tomás, lo nombró él, Franco, y no el Papa; lo mismo que al cardenal de Sevilla, Pedro Segura, un hombre que le caía muy bien aunque era “un poco pintoresco”. La realidad es que Segura provocó en Franco algunas de sus más terribles cóleras y que estuvo a punto de expulsarlo de España.

Ah, y lo de Mussolini. Dice esta mujer que Hitler, al “caudillo”, le caía más bien raro, “pero a papá Mussolini siempre le resultaba más familiar, más parecido a los españoles. Eso pasa con los amigos”.

En fin. La pobre Nenuca queda, en este libro, no ya como una señora mayor que tiene la cabeza algo inestable, sino como una tonta de solemnidad que vio pasar la historia ante sus narices y no se dio cuenta de nada. No produce ternura, como suele suceder con los ancianos. Produce nada más que lástima.

Y el libro… Pues eso. Ustedes mismos.

FELIZ AÑO NUEVO A CASI TODOS

Termina este siniestro 2008 y comienza el que amenaza con ser uno de los peores años de nuestra vida. Tendremos que reunir ánimos para lidiar con él, que tan negro se presenta. Inci les desea, con todo su corazón, un 2009 no ya feliz (eso sería lo mejor, pero parece muy difícil) sino, al menos, soportable. Leamos buenos libros, escuchemos buena música y conservemos nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra familia y nuestros amigos. Hagamos el esfuerzo de pensar por nosotros mismos y tratemos evitar el fanatismo, la ignorancia y la tiranía.

Les deseo, pues, lo mejor a todos ustedes… menos a uno. Hay un pobre loco amargado y malnacido que últimamente se dedica a añadir comentarios injuriosos al pie de esta página. Trata de esconderse –mal– bajo diversos nicks, como “jetendo”, “xli” y otros. Pero le delatan su estilo de tarasca decimonónica y cursi, sus características faltas de ortografía… y su dirección de correo. Está en su derecho de insultarme, claro está, pero es que no se trata de un lector corriente que pasaba por aquí; si así fuese, no verían ustedes aquí estas líneas. Es Luis Melero, uno que trató de hacerse pasar por escritor, que luego se dedicó (con ningún éxito) al chantaje para con la editora que cometió el error de publicar sus libros y que, ahora, intenta vender por Internet los dibujos pornográficos que hace, siempre de hombres desnudos, que hay que ver. A esta ladilla tan difícil de eliminar no le deseo exactamente un feliz 2009. Le deseo que, en este año que empieza, las cosas le vayan tan bien y tenga tanto éxito como en 2008. Es lo que se merece.

Y a todos los demás… Ánimo, mucho ánimo. Nos veremos el año próximo.

El que tendría que haber sido el libro de memorias más importante en muchos años: Franco, mi padre. Testimonio de Carmen Franco, tiene cuatro protagonistas. Los primeros son los verdaderos autores: Jesús Palacios, que es un periodista e historiador intachablemente honrado, y Stanley G. Payne, que lo fue durante muchos años, hasta que decidió hacer suya la máxima maquiavélico-losántica, ya saben, “es lícito mentir en bien de la Causa”. La tercera es Ymelda Navajo, timonel de La Esfera de los Libros, que ha vuelto a demostrar su impecable olfato de editora  con esta publicación. Y la cuarta es, claro está, la propia Nenuca, que es como llamaba el dictador a su hija. Entre los cuatro han puesto en la calle el libro-sensación de estas navidades.