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¿Son especiales los trabajadores culturales? Arrogancia, irritación y falta de ideas
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

¿Son especiales los trabajadores culturales? Arrogancia, irritación y falta de ideas

Hay algo profundamente irritante en el convencimiento, entre la gente del mundo de la cultura, de que ellos son tribunos del pueblo en mayor medida que quienes desempeñan otras profesiones

Foto: El ministro de Educación, Cultura y Deportes y Portavoz, Íñigo Méndez de Vigo (EFE Juan Carlos Hidalgo)
El ministro de Educación, Cultura y Deportes y Portavoz, Íñigo Méndez de Vigo (EFE Juan Carlos Hidalgo)

A juzgar por los casi tres meses transcurridos desde la investidura de Mariano Rajoy como presidente, parece claro que para su gobierno la cultura es, simplemente, un sector industrial. Representa un 3,4 por ciento del PIB (datos para 2014; por comparar, ese mismo año la industria automovilística representaba un 10 por ciento), lo cual hace que sea una actividad económica bastante importante que debe ser, sin duda, atendida y cuidada.

Foto: Comparecencia de Íñigo Méndez de Vigo en la comisión de Cultura del Congreso el pasado 29 de noviembre. Foto: EFE/J.J. Guillén

Hasta el momento, los temas que han dominado el discurso del ministro Méndez de Vigo, en su comparecencia ante la comisión de cultura del Congreso, y de su secretario de Estado Fernando Benzo, en algunas de las entrevistas que ha concedido, han sido el IVA cultural, el estatuto del creador -y la posibilidad de que los autores sigan cobrando por sus obras al mismo tiempo que reciben una pensión de jubilación-, la piratería y el regreso del canon digital o la ley de mecenazgo.

Todo esto está bien, y en algunos casos muy bien, pero no parecen razón suficiente para la existencia de un ministerio con la cultura en la descripción de sus atribuciones. Según esta concepción de la cultura, su cometido podría estar adscrito al ministerio de industria, como un departamento más, como lo son la energía o el turismo. Desde ahí, sus responsables podrían pelear con los de hacienda y trabajo para conseguir las mejores condiciones fiscales y laborales para los empresarios y trabajadores del sector, porque en realidad su política solo parece interesada en el marco económico en el que se desarrolla la producción cultural, no en la cultura en sí.

Foto: Comparecencia de Íñigo Méndez de Vigo en la comisión de Cultura del Congreso el pasado 29 de noviembre. Foto: EFE/J.J. Guillén

Lo cual, de nuevo, podría estar muy bien. El posible que los responsables de cultura españoles consideren que su trabajo no consiste en interferir en la cultura que se crea y se consume, en sus contenidos y su orientación, sino solo en hacer leyes y regulaciones idóneas para que los creadores hagan su trabajo, sean protegidos de las trabas y reciban una compensación razonable. Sería un punto de vista neutral, que en principio yo podría compartir.

Sin visiones de futuro

Pero también es un poco raro. Los ministros en general, pero en particular los que tienen atribuciones culturales, suelen tener grandes visiones de futuro. Consideran que un asunto u otro de su negociado es clave para el porvenir de su país y para la mejora, no solo material, de las condiciones de vida de sus ciudadanos.

En el caso de la cultura, suelen creer que ésta, además de ser un importante sector económico, tiene una trascendencia particular en la sociedad, pues es la que le proporciona ideas, gustos y claves para interpretar lo que sucede. Entonces, el gobierno no puede ser un espectador neutral y debe fomentar aquello que cree que es bueno: apostar por la lectura, o por el conocimiento de la tradición pictórica o filmográfica, o por la internacionalización de la cultura del país como emblema de sus valores, o por el refuerzo del acceso a la cultura de los más desfavorecidos.

El gobierno no puede ser un espectador neutral y debe fomentar aquello que cree que es bueno: apostar por algo, por lo que sea

Por algo. Casi por lo que sea. Pero algo que implique una visión más allá de la gestión meramente burocrática.

Pero también puede ser que no (como ven, en este artículo no hay más que dudas). Se puede pensar que la cultura es solo un sector industrial que no debe tener un relieve particular en la agenda de un gobierno, al menos no más que cualquier otro con un peso semejante. El gobierno, según esta visión, fortalece la cultura para que cree puestos de trabajo, proporciona unos servicios mínimos para que nadie pueda excusar su ignorancia con la inacción pública -bibliotecas, museos, filmotecas, festivales de música-, tranquiliza al sector como se tranquiliza a cualquier lobby, haciéndole algunos favores económicos en el ámbito fiscal o de las subvenciones, y reparte premios con dotación económica. De hecho, es revelador que el gobierno mencione constantemente a los creadores, pero nunca al público de sus creaciones.

Los trabajadores de la cultura creen que el suyo es un sector especial que ha sido particularmente maltratado. (Lo mismo piensan los funcionarios, los taxistas o los contratistas de los ayuntamientos, por cierto.) Se quejan de la existencia de impuestos elevados para actividades, como el teatro o el cine, que les parecen cruciales para la sociedad, pero el IVA del teatro o el cine es el mismo que el de otros sectores que parecen también cruciales, como los servicios funerarios, buena parte de la asistencia sanitaria y dental o que te corten el pelo en una peluquería: todos pagan el 21 por ciento. Y reivindican para sí un estatuto especial, herencia de una concepción romántica de la tarea del artista que lo situaba en un plano parecido al de los sacerdotes, una especie de intermediarios entre la verdad y la gente.

¿Libros o calcetines?

Creo que la cultura es un sector peculiar dentro de la economía de mercado. Y, al mismo tiempo, que los creadores han actuado con arrogancia ante los gobiernos, y también ante la sociedad, como si merecieran un trato más delicado por el mero hecho de hacer películas o libros y no, por ejemplo, calcetines o tomate en conserva. No se trata solo de discutir sobre las subvenciones al sector cultural: probablemente sería aberrante subvencionar solo las ferias de arte o las películas, pero el hecho es que en España reciben también cuantiosas ayudas públicas la iglesia, la industria del automóvil o todo lo relacionado con el turismo, por lo que las críticas a las subvenciones a la cultura son un poco absurdas si no se les da contexto.

Es absurdo otorgar a un actor o a un cantante una voz autorizada sobre complejísimos problemas políticos que casi ninguno comprendemos

Pero, al mismo tiempo -y esto no es un rasgo exclusivo de España, sucede en todos los países desarrollados-, hay algo profundamente irritante en el convencimiento, entre mucha gente del mundo de la cultura, de que ellos son tribunos del pueblo en mayor medida que quienes desempeñan otras profesiones, que ellos tienen claves políticas que los demás desconocen, que atacarles a ellos es atacar al mundo de las ideas y del progreso. Hay algo absurdo en la idea, muy generalizada en la izquierda, que otorga a un actor o a un cantante una voz autorizada sobre complejísimos problemas políticos que casi ninguno comprendemos. Y en su convicción de que merece un trato privilegiado por ello.

La cultura es peculiar y particularmente importante. Y, al mismo tiempo, debe resignarse a ser uno más de los muchos sectores que luchan por la atención -y el dinero- del público y los recursos del gobierno. Sin embargo, el aparente liberalismo del gobierno del PP en asuntos de cultura no deja de ser una forma refinada de desidia y burocratismo. En parte -como traté de explicar en una columna anterior-, porque la derecha española parece haberse desentendido de los valores culturales, incluso de los conservadores que uno pensaría que debe defender. Pero también por otras razones igualmente lamentables: porque sabe que la cultura no le va a dar votos nuevos y se ha resignado a que esto sea así, y porque cree que cierta oposición al mundo de la cultura puede reforzar el voto de quienes ya son sus votantes.

El gobierno no es el único culpable de esta situación: el mundo de la cultura ha cometido el error de creer que esta es un monopolio de la izquierda, y que por ello el pensamiento, la crítica y, en última instancia, la verdad son solo suyas. Pero el gobierno es el gobierno y en el reparto de culpas, lo quiera o no, es el primero. El enfoque puramente burocrático del ministro Méndez Vigo y el secretario de estado Benzo es pulcro y cordial. Pero con eso no basta. No hacen falta grandes visiones, pero sí, quizá, alguna idea.

A juzgar por los casi tres meses transcurridos desde la investidura de Mariano Rajoy como presidente, parece claro que para su gobierno la cultura es, simplemente, un sector industrial. Representa un 3,4 por ciento del PIB (datos para 2014; por comparar, ese mismo año la industria automovilística representaba un 10 por ciento), lo cual hace que sea una actividad económica bastante importante que debe ser, sin duda, atendida y cuidada.

Íñigo Méndez de Vigo
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