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La vida como espectáculo: ¿por qué nos fascinan las biografías?
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El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

La vida como espectáculo: ¿por qué nos fascinan las biografías?

No hay medio mejor para comprender las ideas que ver cómo se van formando en el transcurso de una vida

Foto: Escher - 'Drawing Hands' (1948)
Escher - 'Drawing Hands' (1948)

Es una obviedad, pero voy a empezar con ella: las ideas las tienen las personas. No hay ideas sin la gente que las tiene, las hace circular, las modifica y vuelve a ponerlas en circulación. Ninguna de las grandes y las pequeñas ideas que hacen que el mundo sea como es, o cómo imaginamos que podría ser, surgen al margen de las circunstancias de la gente que las formula.

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Ramón González Férriz

“Las ideas no son meras abstracciones. Viven […] en las mentes de los hombres y las mujeres, inspirándoles, dando forma a su vida, influyendo en sus acciones y cambiando el transcurso de la historia”, escribió Noel Annan en referencia a la obra de Isaiah Berlin, quizá el filósofo del siglo XX que más insistió en la necesidad de observar en paralelo las ideas y las vidas de quienes las tienen en la cabeza.

Por eso mismo, muchas veces, no hay medio mejor para comprender las ideas que las biografías -o, en su formato periodístico o ensayístico, los perfiles-. Ver cómo las ideas se van formando en la cabeza de un economista, una escritora, un político o una científica al mismo tiempo que se observa cómo es su vida privada, su acción pública o sus manías personales es un espectáculo más interesante que, simplemente, ver conjeturas desencarnadas, como si fueran fruto de alguna fuerza impersonal.

Foto: Dylan, durante la grabación de su disco de debut en 1962. (Cordon Press)

España: pocas y malas biografías

España ha sido tradicionalmente -por suerte, esto está cambiando- un país de pocas y malas biografías. Hay razones objetivas para explicar por qué: escribir una biografía lleva mucho tiempo, y por eso aquí solo suelen hacerlo profesores de universidad: no suele haber suficiente dinero para encargar una a un escritor free lance. Lo mismo sucede en los periódicos y revistas: los perfiles bien hechos requieren liberar a un periodista durante más tiempo del que muchas veces los medios pueden permitirse.

En parte, esto es consecuencia, como escribí hace unas semanas, de la falta de curiosidad por la realidad que suele mostrar la cultura española. Es asombrosa la falta de medios a nuestra disposición para conocer a fondo los orígenes, la personalidad o los hábitos de nuestras figuras más relevantes, pasadas o presentes (y para eso no valen sus memorias o autobiografías, que tienen su gracia, pero suelen ser embellecimientos de la propia trayectoria.)

A diferencia de lo que sucede en EE.UU, quizá aquí no creamos que existe una relación muy directa entre la virtud privada y la virtud pública

Quizá sea también por un excesivo respeto de la intimidad de la élite. A diferencia de lo que sucede en Estados Unidos, quizá aquí no creamos que existe una relación muy directa entre la virtud privada y la virtud pública, es decir, que el modo en que una persona se comporta en sus asuntos personales o familiares en realidad dice mucho de cómo son sus actividades en asuntos que afectan a todos (la obsesión de Obama por mostrar que su serena vida familiar era un indicador de que sus decisiones políticas eran sosegadas llegó a ser exasperante, por ejemplo.)

De un modo similar a España, en Francia la vida familiar de un político está, en teoría, completamente al margen de su valoración pública pero, al mismo tiempo, la vida sexual de los políticos franceses es casi un asunto social y es escudriñada por la prensa con una fascinante mezcla de seriedad y frivolidad (pensemos en los dos últimos presidentes, Sarkozy y Hollande, y sus parejas Carla Bruni y Julie Gayet, cantante y modelo la primera y actriz la segunda, con las que se unieron estando en ejercicio.)

¿Tolerancia o desidia?

Quizá seamos especialmente tolerantes. Quizá sea pura desidia. O quizá nos parezca que las vidas privadas de gente como las estrellas de los realities y las tertulias de corazón son las verdaderamente interesantes, o las que no importa vulnerar.

Pero, al mismo tiempo, cuando una biografía no es una hagiografía o un intento de destruir la reputación de alguien, puede ser el sistema más transparente de acceder al verdadero significado de sus ideas. En España, apenas tenemos pistas objetivas y exhaustivas de qué experiencia vital llevó a Ramón Areces o a Amancio Ortega a levantar emporios como El Corte Inglés o Zara; por no hablar de Emilio Botín y el Santander o Francisco González y el BBVA. Tenemos buenas (y discutibles) biografías de Franco o Juan Carlos I, pero de los presidentes democráticos, quizá solo Adolfo Suárez tenga una seria (también discutible, la de Gregorio Morán).

Cuando una biografía no es una hagiografía o un intento de destruir una reputación, permite acceder al verdadero significado de sus ideas

Las biografías de escritores y filósofos parecen no ir más allá de los muertos hace mucho tiempo: las hay estupendas de Ortega y Gasset (Jordi Gracia) o Unamuno (Jon Juaristi), pero solo estudios fragmentarios de lo que la vida y las ideas de los escritores, pensadores o políticos aún vivos han representado en la vida pública española en las últimas décadas. El miedo, además del dinero y una cultura de respeto por la intimidad, es también una explicación -muy comprensible- de por qué no hay biografías de toda la gente que podría ser susceptible de tener una.

La fascinación por las biografías podría parecer puro morbo. Algo de eso hay. Pero también es el reconocimiento de que las cosas que piensan, cómo las piensan y por qué las piensan los humanos tiene que ver con las circunstancias vitales en las que se encuentra, sus debilidades y sus odios. Y la renuencia española a utilizar las biografías y los perfiles en profundidad, más allá de los impedimentos mencionados, es una carencia de nuestra vida pública, que aunque se va solventando con cada vez más y mejores biografías de muertos ilustres, no aborda aún a fondo las vidas de los vivos.

Ajuste de cuentas

Una biografía bien hecha, en realidad, es cualquier cosa menos un ajuste de cuentas. Es el reconocimiento de las carencias humanas, de las pequeñeces en forma de avaricia o crueldad, pero también una exaltación de las virtudes. Un buen biógrafo es sobre todo un maestro del arte de la empatía, además del de la investigación. Vistos de cerca, todos tenemos taras ridículas o despreciables que no queremos que sean públicas, pero conocer al ser humano en su totalidad -y quizá, aunque no siempre, perdonarle sus defectos- es quizá el fin último de pensar, de escribir y de leer.

Todos tenemos taras ridículas o despreciables, pero conocer al ser humano en su totalidad es el fin último de pensar, de escribir y de leer

Yo no me habría interesado por la economía tal como lo hago de no ser por 'Los filósofos terrenales', de Robert Heillbroner (Alianza), un recorrido por el pensamiento de los grandes economistas acompañado de una reconstrucción de su vida privada, sus circunstancias laborales y sus rarezas personales: con ese contexto, la economía deja de parecer una cosa abstracta para erigirse, como dice el título del libro, como una “filosofía terrenal”. No entendería la filosofía como la entiendo si no fuera por Isaiah Berlin, que dedicó la mayor parte de su obra a reconstruir con inmenso respeto la vida de quienes pensaban lo contrario de él y revalorizó así un pensamiento que detestaba, pero llegó a entender: el de quienes se han opuesto a las ideas ilustradas.

La historia española pocas veces ha sido contada de una manera más adictiva que en 'Isabel II o el laberinto del poder' de Isabel Burdiel (Taurus) o la biografía de Azaña de Santos Juliá (Taurus). Podemos especular mucho sobre tecnología, pero nada dice más sobre su última evolución que la biografía de Steve Jobs de Walter Isaacson (Debate). Quizá la mejor biografía reciente de un escritor en lengua española, además de las dos mencionadas, es 'Octavio Paz. El poeta y la revolución', de Enrique Krauze (Debolsillo).

Va habiendo cada vez más, traducidas y originalmente en español. Ahora hay una muy modesta y bienvenida avalancha: 'José Antonio: realidad y mito', de Joan Maria Thomàs (Debate); 'Sabias: la otra cara de la ciencia', de Adela Muñoz Páez (Debate); se ha reeditado la de Isabel Burdiel sobre Isabel II (Taurus); 'El vacío elocuente', sobre Albert Camus, de José María Ridao (Galaxia Gutenberg)…

Pero hacen falta más: para entender nuestra historia, nuestra vida económica, nuestra tradición cultural o nuestras desventuras políticas, la biografía o sus equivalentes periodísticos pueden ser la herramienta más útil y, bien hechas, la más divulgativa. Asomarse a lo mejor y lo peor de los seres humanos puede ser incómodo, pero pocas cosas producen más placer intelectual. El problema no es la falta de talento.

Es una obviedad, pero voy a empezar con ella: las ideas las tienen las personas. No hay ideas sin la gente que las tiene, las hace circular, las modifica y vuelve a ponerlas en circulación. Ninguna de las grandes y las pequeñas ideas que hacen que el mundo sea como es, o cómo imaginamos que podría ser, surgen al margen de las circunstancias de la gente que las formula.

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