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Religión, comunismo, liberalismo... La utopía es el diablo de las mil caras
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Religión, comunismo, liberalismo... La utopía es el diablo de las mil caras

ohn Gray, nacido en Inglaterra en 1948, es uno de los filósofos más importantes del momento. Se ha movido mucho por el espectro político

Foto: 'Misa negra'.
'Misa negra'.

Tradicionalmente, cuenta John Gray en la reedición de su libro 'Misa negra' (Sexto Piso), las utopías eran cosa de las religiones y la izquierda. A lo largo de la historia, fueron surgiendo infinidad de escisiones cristianas que soñaban un mundo ideal del que se hubiera expulsado toda forma de maldad, y después, sobre todo a partir del siglo XIX, los pensadores comunistas y anarquistas hicieron lo mismo, pero poniendo énfasis en el fin de la propiedad privada, del trabajo y de la perturbación sexual. Estos movimientos pretendían lo imposible, crear sociedades sin conflictos, y por eso todos fracasaban y, por el camino, incurrían muchas veces en tremendas represiones, como fue el caso del comunismo soviético.

La novedad, dice Gray, es que ahora los utópicos son de derechas. Y están convencidos de que implementando la democracia capitalista en todos los rincones del planeta, ni que sea a punta de pistola (la edición original del libro es de 2007, cuando George W. Bush aún era presidente de Estados Unidos), se conseguirá, si no una sociedad sin conflictos, sí al menos una manera ideal de resolverlos: elecciones y competición de mercado. (Es interesante que, en la misma línea, en su reciente libro 'Contra el populismo', Jose María Lassalle no identifique el nacimiento del populismo contemporáneo con los movimientos de izquierda que surgieron a finales de la década de los 2000 para responder a la crisis financiera, sino con el neoconservadurismo, que presentó, como todos los populistas, la política en términos del bien contra el mal y la dialéctica amigo/enemigo).

Foto: David Rieff. (EFE)

John Gray, nacido en Inglaterra en 1948, es uno de los filósofos más importantes del momento. Se ha movido mucho por el espectro político: en distintos momentos de su vida ha defendido el laborismo tradicional, la liberalización y globalización thatcheristas, el nuevo laborismo y el ecologismo, y siempre ha tenido una relación incómoda con el liberalismo. Para Gray, tanto la barbarie comunista como el fallido optimismo capitalista son hijos fracasados del proyecto ilustrado, sueños de la razón descarrilados por una simple idea: “Para la mente utópica —dice en 'Misa negra'—, los defectos de las sociedades conocidas no son señales de las carencias de la naturaleza humana”. Los utópicos siempre creen que todo lo que va mal es producto del sistema político en que vivimos, sea el que sea, y no fruto de que el ser humano es imperfecto por naturaleza. Por eso mismo, piensan que la utopía es posible: “La historia es una pesadilla de la que debemos despertar, y cuando lo hagamos, descubriremos que las posibilidades del ser humano no tienen límites”.

placeholder 'Misa negra', de John Gray.
'Misa negra', de John Gray.

Pero no solo se trata de las utopías. Esta manera de concebir el mundo —que Gray atribuye por igual a sistemas como el islamismo, el comunismo, algunas sectas cristianas, el nazismo y el liberalismo— procede de una raíz común: el pensamiento religioso. Las sociedades modernas, dice Gray, simulan que la religión ya no es importante en su funcionamiento, sino solo una herencia histórica que más o menos pertenece a la esfera privada y que ha sido, en buena medida, sustituida por equivalentes laicos, las ideologías, que no tienen en sí mismas elementos sobrenaturales. Pero eso no es cierto: las ideologías modernas son una forma de dogma, y muchas de nuestras creencias más arraigadas son simplemente religiosas.

Las ideologías modernas son una forma de dogma, y muchas de nuestras creencias más arraigadas son simplemente religiosas

Una de ellas, afirma Gray en libros como 'La comisión para la inmortalización' y 'El silencio de los animales' (ambos también en Sexto Piso), es la de progreso. Nuestra ideología está imbuida de esa noción, que puede parecer perfectamente racional. Pero si se considera que el progreso es un proceso acumulativo, según el cual las cosas que vamos mejorando son la base para los avances siguientes, y así sucesivamente, este puede existir en ámbitos como la tecnología o la ciencia, pero no en otros como la política o la moral. Sin duda, podemos celebrar progresos evidentes en esos campos, como la prohibición de la esclavitud, la de la tortura, o la legalización del matrimonio homosexual, pero una simple mirada a la historia nos demuestra que una gran parte de cosas que consideramos progresos civilizatorios, por así decirlo, más tarde suelen ser eliminadas por una revolución o, simplemente, a través de la política democrática. Creíamos haber dejado atrás los campos de concentración o los interrogatorios con técnicas violentas, pero ¿qué fueron Guantánamo o Abu Ghraib sino una vuelta al pasado, la supresión de determinados progresos? El progreso, pues, es un mito, y nuestra creencia en él solo puede deberse a que creemos en él como se cree en las religiones.

Liberales biempensantes

Las tesis de Gray, como se ve, son muy discutibles, pero sirven para poner nerviosos de vez en cuando a los liberales biempensantes como yo. Gray no pretende destruir el orden democrático occidental —de hecho, reconoce las virtudes de nuestro sistema y considera que es mejor que la mayoría—, sino recordarnos que muchas de nuestras ideas morales, económicas y políticas, aparentemente racionales, que asumimos con normalidad, están basadas, ni que sea en parte, en mecanismos religiosos, muchas veces utópicos. Lo único que queremos es darle un sentido a nuestra vida, y eso solo puede hacerse desde la religión. Si Bush decidió invadir Irak, no fue por oscuros motivos imperialistas y de control del petróleo, sino porque sincera y estúpidamente creía que era lo correcto en términos casi trascendentes. Si los seres humanos estamos buscando formas de vivir más tiempo o incluso de ser inmortales por medio de la ciencia y la tecnología, es solo por causas religiosas que nos hacen anhelar una u otra forma de eternidad. Si uno ve el funcionamiento del nacionalismo, una ideología que parece prometer una especie de salvación redentora, acompañada de todas las riquezas materiales, es difícil pensar que no tenga más elementos religiosos utópicos que racionales. Hasta el ateísmo activo es, para Gray, una forma de religión.

Si Bush decidió invadir Irak no fue por oscuros motivos imperialistas, sino porque sincera y estúpidamente creía que era lo correcto

No hace falta estar de acuerdo con Gray —yo no lo estoy en media docena de las cosas que he glosado hasta aquí— para disfrutar incomodándose con su lectura. Su desdén por todas las formas de utopía, incluso las que nos parece que no lo son, es refrescante. Y también lo es su intento de, con un poco de provocación, alterar las reglas según las cuales analizamos las ideas políticas. Si quieren una introducción brillante a su pensamiento, además de los libros citados, acérquense a 'Anatomía de Gray' (Paidós), una antología de sus textos de pensamiento político. Es probable que por un rato le detesten. Y también que al día siguiente se sorprendan utilizando un argumento suyo en una discusión política.

Tradicionalmente, cuenta John Gray en la reedición de su libro 'Misa negra' (Sexto Piso), las utopías eran cosa de las religiones y la izquierda. A lo largo de la historia, fueron surgiendo infinidad de escisiones cristianas que soñaban un mundo ideal del que se hubiera expulsado toda forma de maldad, y después, sobre todo a partir del siglo XIX, los pensadores comunistas y anarquistas hicieron lo mismo, pero poniendo énfasis en el fin de la propiedad privada, del trabajo y de la perturbación sexual. Estos movimientos pretendían lo imposible, crear sociedades sin conflictos, y por eso todos fracasaban y, por el camino, incurrían muchas veces en tremendas represiones, como fue el caso del comunismo soviético.

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