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La crisis de los 40: ¿el peor momento de tu vida?
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

La crisis de los 40: ¿el peor momento de tu vida?

Kieran Setiya viaja al fondo de la crisis de la mediana edad en un ensayo

Foto: La crisis de los 40
La crisis de los 40

Según han demostrado numerosos estudios, el desarrollo temporal de la felicidad de los seres humanos tiene forma de U. La mayoría de nosotros somos felices durante la niñez y la juventud, pero esa felicidad va disminuyendo hasta que alcanza su punto más bajo (la base de la U) en lo que llamamos la mediana edad, alrededor de los 40 años. Una década o dos más tarde, entre los 50 y los 60 años, el bienestar aumenta poco a poco y en la vejez se recupera el grado de felicidad que se tenía de joven.

Por supuesto, no siempre ocurre así, y hay estudiosos que discrepan, pero parece que la tendencia es clara. Durante la juventud somos fuertes, estamos sanos y, por encima de todo, tenemos ante nosotros una gran cantidad de posibilidades: aún podemos elegir una carrera, rectificar si nos equivocamos, probar relaciones con distintas personas y cambiar de pareja; los más favorecidos cuentan con apoyo económico familiar. Pero a medida que pasa el tiempo eso cambia: el cuerpo no es el de antes, hemos dejado atrás los estudios, el ámbito en el que desarrollaremos nuestra actividad profesional está bastante definido (y es difícil cambiar drásticamente de profesión) y lo más probable es que no hayamos triunfado como soñábamos y, en todo caso, suframos mucho estrés. Quizá ya estemos emparejados, aunque no resulte tan satisfactorio como esperábamos, y si tenemos hijos su cuidado, aunque compense, puede ser una verdadera lata, por no hablar de las obligaciones económicas. En la vejez, la situación se revierte de nuevo: los hijos se marchan de casa, hay renta disponible si la carrera profesional ha sido medianamente exitosa, el cuerpo está más viejo pero tampoco apetecen grandes juergas ni proezas sexuales, y los matrimonios que persisten han aprendido a hacer funcionar la relación o han ajustado sus expectativas; una parte importante del tiempo se dedica al ocio.

Cúmulo de infelicidades

Pero volvamos a la mediana edad y su cúmulo de infelicidades, y con ella a un libro erudito y franco, titulado en inglés 'Midlife. A Philosophical Guide' ('La mediana edad. Una guía filosófica'), recién aparecido y que aún no se ha traducido al castellano. Su autor, Kieran Setiya, es un hombre con una vida fructífera, cuenta él mismo: a sus 41 años, es profesor titular de filosofía en el Massachusetts Institute of Technology, una prestigiosa universidad estadounidense, ha publicado varios libros sobre su especialidad, está felizmente casado, tiene un hijo al que adora y siente una razonable tranquilidad económica. Sin embargo, en los últimos años empezó a sentir una “desconcertante mezcla de nostalgia, arrepentimiento, claustrofobia, vacío y miedo”. Pensaba todo el tiempo en la “pérdida”, “el éxito y el fracaso”, “la mortalidad y la finitud”. A él, que estaba satisfecho con su vida, esto le parecía raro, y decidió utilizar su profesión, la filosofía -pero también los estudios de psicología, la economía y la literatura-, para intentar descubrir qué demonios significaba todo eso.

Miro hacia atrás y echo de menos a mi yo más joven

Y la respuesta, cuenta en el libro, es que en la mediana edad descubrimos que el tiempo es irreversible. A veces no nos gusta nuestra vida, pero aunque sí lo haga sentimos que ya no hay tiempo para darle un giro radical. Quizá lamentemos no haber seguido nuestra vocación real, y ahora nos veamos atrapados en una existencia mediocre y gris: si somos afortunados, con dinero para llegar a fin de mes, pero con nuestra pretendida creatividad aplastada por la rutina y la burocracia laboral. Puede que no sólo no hayamos conseguido lo que deseábamos, sino que vemos cómo otros sí lo han hecho y eso nos causa un dolor vergonzoso. Tal vez nuestra relación de pareja funcione, pero ¿no habríamos sido más felices con aquella persona a la que nunca le declaramos nuestro amor? Probablemente no moriremos pronto, pero la muerte propia -o de los padres, o de algún amigo- ya no es algo disparatadamente remoto. Todo se reduce a una cosa, que Setiya resume con simplicidad precisa: “Miro hacia atrás y echo de menos a mi yo más joven”. Lo que añoramos no es tanto no haber tomado un camino distinto en la vida, como el hecho de que, cuando éramos jóvenes, teníamos ante nosotros una multitud de opciones para escoger. Y, por supuesto, echamos de menos no tener miedo a la muerte.

Esto no es raro. De hecho, es casi una constante, como explica Setiya recurriendo a filósofos como Platón, Aristóteles, Schopenhauer o Simone de Beauvoir, a economistas como John Stuart Mill -que tuvo una crisis de la mediana edad de caballo- o a escritores como Virginia Woolf o Martin Amis. Pero esta normalidad no parece aliviar una angustia que, si nos va bien en la vida, no parece muy razonable. (El librito, que es muy admirable, tiene dos pequeños problemas: creo que, aunque el autor haga grandes y valiosos esfuerzos para salirse de su caso biográfico, se dirige sobre todo a gente de mediana edad sin graves problemas económicos o de otra índole y es esencialmente una reflexión masculina. Esta columna probablemente adolece de esos dos mismos problemas).

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Portada del libro

Para calmar esa angustia, Setiya propone soluciones que son, al mismo tiempo, puro sentido común y filosofía de la más profunda. Por estresante que sea nuestra vida, quizá debemos dejar de pensar en esta como una sucesión de proyectos difíciles -encontrar a la pareja ideal, acabar el informe que tenemos entre manos, avanzar en nuestra carrera profesional o aumentar nuestros ingresos- y verla más como una especie de flujo: no se trata tanto de llegar a los sitios como de relajarse paseando. La felicidad en la mediana edad, dice, quizá pueda alcanzarse si nos olvidamos de nosotros mismos y pensamos en los demás; quizá leer poesía sea una idea ridícula para un inversor de 45 años, pero ¿por qué no intentarlo? Y no, por lo general comprarse un coche deportivo y buscarse un ligue joven no soluciona nada: cuando hayas puesto el coche a 200 y tu pareja quince años menor te aburra como te aburría tu ex pareja de tu edad, necesitarás un coche aún más rápido y una pareja aún más joven, y eso es una carrera sin fondo.

El libro de Setiya, que en ocasiones es densamente filosófico, resulta valioso porque se toma en serio la crisis de la mediana edad y, al mismo tiempo, no oculta su lado ridículo y narcisista. A veces nos arrepentimos en serio de malas decisiones tomadas en el pasado, o del fracaso de ciertos planes que emprendimos -y, sin embargo, es casi imposible haber llegado a la mediana edad sin errores ni fracasos-, pero con frecuencia nuestra nostalgia se debe a que nunca lograremos las aspiraciones de nuestra juventud. Todo lo que tengo está bien, pensamos los que somos afortunados pero estamos sumidos en esa crisis, pero me doy cuenta de que las cosas que nunca conseguiré son muchas más, infinitas.

Lo mejor del libro de Setiya es que es útil. Sí, en la crisis de la mediana edad se tienen ideas estúpidas, se magnifica el dolor por los caminos no recorridos y a veces uno olvida el valor de lo que posee de una manera más o menos segura para refugiarse en fantasías improbables. Pero es normal, y hay que darle la importancia justa: no es una broma, pero tampoco una condena. Con suerte llegaremos a viejos y todo se calmará. Claro que, para entonces, quizá ya no existan las pensiones, y a ver quién remonta la última fase de la U sin dinero.

Según han demostrado numerosos estudios, el desarrollo temporal de la felicidad de los seres humanos tiene forma de U. La mayoría de nosotros somos felices durante la niñez y la juventud, pero esa felicidad va disminuyendo hasta que alcanza su punto más bajo (la base de la U) en lo que llamamos la mediana edad, alrededor de los 40 años. Una década o dos más tarde, entre los 50 y los 60 años, el bienestar aumenta poco a poco y en la vejez se recupera el grado de felicidad que se tenía de joven.

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