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Cinco palabras que van a marcar un año (2018) que pinta muy mal
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Cinco palabras que van a marcar un año (2018) que pinta muy mal

Todo apunta que nos esperan doce meses complicados por diferentes motivos

Foto: Cartel electoral tuneado de Alternativa para Alemania en el que aparece Alice Weidel. (Reuters)
Cartel electoral tuneado de Alternativa para Alemania en el que aparece Alice Weidel. (Reuters)

El año que entra será políticamente complicado por muchas razones: varias las conocemos, otras aún no y, lo que resulta más inquietante, algunas no sabemos que las desconocemos. He intentado resumir en cinco palabras, que se han repetido en los últimos tiempos -una alemana, una inexistente, una francesa, una inglesa y una española-, lo que prevemos que más o menos irá mal estos próximos meses. No las tomen literalmente: son solo ejemplos -quizá demasiado juguetones para los males que anuncian- de alguien que empieza 2018 un poco pesimista.

Foto: Representación de las legiones romanas en plena guerra Opinión

-Kulturfremden. A principios de 2013, Alice Weidel, la líder del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania, escribió un correo, luego filtrado, en el que decía que “la razón por la que estamos inundados por personas de cultura ajena (Kulturfremden) como los árabes, los romanís, los gitanos, etcétera, es la sistemática destrucción de la sociedad civil como posible contrapeso a los enemigos de la constitución que nos gobiernan [el partido de Angela Merkel]. Estos cerdos no son más que las marionetas de los poderes victoriosos de la Segunda Guerra Mundial [Estados Unidos y Reino Unido]”. Hoy, su partido tiene 94 escaños en el parlamento alemán (es el tercero en importancia) y la idea de que las “personas de cultura ajena” no tienen lugar en Europa se extiende.

Creo que está fuera de lugar hablar de nazismo o fascismo, pero parece claro que los peores y más idiotas instintos racistas vuelven a parecer legítimos

Creo que está fuera de lugar hablar de nazismo o fascismo, pero parece claro que los peores y más idiotas instintos racistas vuelven a parecer legítimos y se generaliza, incluso entre la gente que se considera a sí misma liberal y tolerante, la noción ridícula de que a cada lugar geográfico le corresponde una cultura (normalmente, la del racista) y que las demás sobran y deben ser expulsadas. Por mucho que crezca la economía, esta idea prosperará este año. Porque el problema ya no parece ser (solo) la economía: es, de nuevo, la cultura.

-Covfefe. En mayo de 2017, en lo que parecía otro airado tweet de Trump, este escribió: “A pesar de la constante cobertura negativa de la prensa covfefe”. “Covfefe” no es una palabra en inglés, nadie sabe lo que significa y lo más probable es que fuera un simple error tipográfico del presidente. Pero, durante unas horas, mientras no borró el tuit, las bromas y especulaciones no dejaron de circular. Lo que importa, en todo caso, es el extraño poder que ha adquirido la cuenta del Tuitero en Jefe: es al mismo tiempo un espejo de su narcisismo, una manera de hacer públicas sus posturas políticas sin intermediación de los medios (ni el consejo de sus asesores y sus secretarios) y el ya verosímil escenario del principio de una guerra. Simplemente, no sabemos las consecuencias que pueden tener los tuits de Trump en la geopolítica: ¿se los toman en serio los altos cargos y los diplomáticos internacionales? ¿Son irrelevantes, puesto que vamos viendo que Trump, a fin de cuentas, no es más que un político republicano bastante convencional -un furibundo derechista en materia económica, un hipócrita en materia religiosa y un machista- que no tiene una ideología clara en materia exterior? Horas después de ese tuit, Trump lo borró y escribió en su lugar: “¿¿¿Quién sabe qué significa en realidad ‘covfefe`??? ¡Pasadlo bien!” Casi lo mismo puede decirse de su presidencia. Tendremos mucho covfefe en 2018.

placeholder Donald Trump. (Reuters)
Donald Trump. (Reuters)


-Croquignolesque. Emmanuel Macron, el presidente francés, no es particularmente conservador (aunque esto me lo pueden discutir) pero a los medios franceses les divierte su gusto por las palabras anticuadas y muy literarias que usa de vez en cuando. Esta, derivada de un personaje de cómic, Croquignol, la utilizó para referirse a las subvenciones al alquiler de la vivienda social. A su modo de ver, estas beneficiaban a los propietarios de los inmuebles tanto como a los inquilinos, lo que le parecía algo que podemos traducir como “grotesco” o “ridículo”, pero en un lenguaje más propio de un abuelo que de un hombre de cuarenta años recién cumplidos. Sea como sea, el pasado está adoptando una posición cada vez más central y atractiva en el discurso político: casi todos los movimientos que pretenden renovar la política y la cultura (y Macron, paradójicamente, es una excepción parcial) lo hacen apelando al pasado, presentando la situación actual como una catástrofe inducida por XXX (introduzca aquí su enemigo preferido), que acabó con la próspera y pacífica existencia que los ciudadanos de XXX (introduzca aquí su país) gozaban en la década de XXX (introduzca aquí el tiempo pasado que le parezca mejor que el actual). El pasado es siempre un tiempo complicado y a veces querer regresar a él puede ser humanamente comprensible, pero por desgracia es croquignolesque. No depositen mucha confianza en ello, pero los intentos retóricos serán constantes.

placeholder  Mario Draghi. (Reuters)
Mario Draghi. (Reuters)

-Backlash. En muchos sentidos, como escribí en mi anterior columna, el feminismo se ha situado en el centro del debate público acerca de cómo debemos organizarnos y distribuir el poder. Esto ha despertado numerosas respuestas de carácter ideológico: por un lado, se ha reclamado que exista una mayor conciencia sobre la persistencia de las desigualdades -en materia laboral, sexual o política- entre hombres y mujeres. Pero también se está produciendo lo que en Estados Unidos llaman un “backlash” (“respuesta negativa”, “contragolpe”) por parte de quienes opinan que la respuesta mayoritaria a la serie de escándalos de abusos y violaciones que se produjo el año pasado es un error histérico o una conjura ideológica. Para algunos sectores conservadores estadounidenses, por ejemplo, el hecho de que muchos de estos abusos se produjeran en el mundo cultural y del entretenimiento es una muestra de que este está dominado por una cultura hipersexualizada y hedonista, sin las tradicionales reglas morales de prudencia y contención, es decir, por progres sin principios. En los años sesenta, se produjo una gran revolución de los valores morales -se popularizó la píldora anticonceptiva, se generalizó el sexo extramatrimonial, se inició la lucha contemporánea por los derechos de los homosexuales-; pocos años después, la reacción de los conservadores a esos cambios dio lugar al nacimiento del neoconservadurismo, una llamada a recuperar el matrimonio y la cultura moral tradicionales para frenar lo que sus partidarios consideraban una deriva antisocial. Aunque el contexto sea aparentemente muy distinto, esperen para este 2018 un backlash parecido.

Rajoy es un hombre cuya asombrosa inteligencia política está convencida de que “inestabilidad” es todo aquello que a él no le conviene

-Inestabilidad. En tiempos políticos normales, si es que eso existe, lo que resulta atractivo es pedir y prometer progreso. No vivimos tiempos políticos normales, de modo que ahora nos conformamos con que “no se genere inestabilidad”. Es decir, que no haya novedades políticas, se produzca cierto crecimiento económico y este se redistribuya como es habitual en los últimos años, es decir, de manera injusta. No es el momento para llevar a cabo grandes innovaciones, ni la implantación de políticas revolucionarias o cambios profundos en la estructura esencial de la sociedad. (Macron quiere que esos cambios innovadores se produzcan en la Unión Europea, pero mientras en Alemania se siga acusando a Merkel de permitir que el país se llene de Kulturfremden, esta no se arriesgará a ayudarle. La aspiración del presidente francés puede acabar siendo un intento croquignolesque). En 2018, Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, Christine Lagarde, la directora del FMI, y Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, se van a quedar afónicos de tanto pedir que no haya inestabilidad. Pero no será nada comparado con la postura de Mariano Rajoy, un hombre cuya asombrosa inteligencia política está convencida de que “inestabilidad” es todo aquello que a él no le conviene. Puede que en algún sentido tenga razón. Pero en cualquier caso, prepárense para un 2018 inestable.

Feliz año nuevo.

El año que entra será políticamente complicado por muchas razones: varias las conocemos, otras aún no y, lo que resulta más inquietante, algunas no sabemos que las desconocemos. He intentado resumir en cinco palabras, que se han repetido en los últimos tiempos -una alemana, una inexistente, una francesa, una inglesa y una española-, lo que prevemos que más o menos irá mal estos próximos meses. No las tomen literalmente: son solo ejemplos -quizá demasiado juguetones para los males que anuncian- de alguien que empieza 2018 un poco pesimista.