El erizo y el zorro
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Un libro extraordinario sobre la amistad que forjó el pensamiento moderno
'El infiel y el profesor', recién publicado en español, cuenta la gran excepción de compañerismo entre filósofos que puso los fundamentos del capitalismo contemporáneo
Los filósofos han hablado de la amistad durante milenios. Aristóteles sostenía que había tres tipos: la motivada por el interés -que establecemos porque queremos algo del otro-, la basada en el placer -porque la compañía del otro nos entretiene y produce diversión- y, finalmente, la que se apoya en la virtud: la amistad duradera, fundamentada en el conocimiento y el intercambio de afectos e ideas, que puede llevar a la excelencia. Esta última forma de amistad es la que uno esperaría encontrar entre filósofos, pero en realidad, cuenta Dennis C. Rasmussen, no es tan habitual. En 'El infiel y el profesor. David Hume y Adam Smith, la amistad que forjó el pensamiento moderno' (Arpa), un libro extraordinario recién publicado en español, cuenta esta gran excepción, que si no llegó por sí misma a forjar el pensamiento moderno, sí puso los fundamentos del capitalismo contemporáneo.
Hume y Smith coincidieron en un momento extraordinario de la historia: la Escocia de mediados del siglo XVIII, una época que con frecuencia ha sido comparada con la Atenas de Pericles o la Florencia del Renacimiento. Entonces, Escocia contaba con algunas de las mejores universidades europeas, andaban por ahí James Watt (que inventaría el motor a vapor), James Hutton (que inventaría la geología moderna) o se encontraba, de paso, Benjamin Franklin (que coinventaría Estados Unidos). Además, después de décadas de inestabilidad política, el país vivía una cierta paz y prosperidad provocadas por la unión con Inglaterra para formar Reino Unido y una cierta -ya veremos que no del todo- tranquilidad en los conflictos religiosos.
Dentro de este contexto, Hume y Smith eran al mismo tiempo muy parecidos y muy distintos. Ninguno de los dos se casó, ambos formaron parte del establishment intelectual de la época, ambos eran liberales -quizá Hume un poco más osado y Smith un poco más conservador- que creían en las ideas ilustradas, pero eran al mismo tiempo conscientes de que estas se debían implantar gradualmente, sin revoluciones ni grandes choques sociales. Ambos, y esto es crucial, eran -por lo menos- escépticos con las religiones en general y con el cristianismo de la época en particular.
Las diferencias entre ellos empezaban por su actitud ante la religión. David Hume siempre tuvo a gala reconocer abiertamente su desdén por la creencia religiosa: escribía sobre ello en sus libros y lo mencionaba en reuniones sociales, lo que le costó varios puestos de trabajo -nunca llegó a ser profesor universitario-, juicios públicos y una relativa mala reputación. Al mismo tiempo, escribió incontables ensayos sobre cualquier tema imaginable, publicó numerosos libros, y se hizo rico y famoso con una “Historia de Inglaterra” en larguísimos volúmenes que fueron bestsellers durante un siglo. Hume era comedor y bebedor, jovial, y defendía, “a diferencia de Descartes (…) la idea de que ‘la única base sólida’ para el conocimiento sobre los seres humanos y el mundo a nuestro alrededor se encuentra ‘en la experiencia y en la observación’”, y no en la razón abstracta. Era un partidario de la ciencia, desconfiaba de las grandes elucubraciones teóricas, defendía el liberalismo pragmático y practicaba lo que, para la época, era una prosa clara.
Una nueva forma de ver el mundo
Adam Smith era doce años menor que Hume, publicó solo dos libros -pero qué libros: la 'Teoría de los sentimientos morales' y 'La riqueza de las naciones'- y llevó una vida respetable, primero como profesor de filosofía moral -así se llamaba entonces a la economía- y más tarde como funcionario de aduanas. Siempre se cuidó de ocultar que no era un hombre demasiado religioso, aunque en sus escritos daba por hecho que la moral o la virtud humanas no dependían de ningún ser sobrenatural, y al escribir sobre el momento de la muerte de Hume despertó cierta controversia que destacara su fortaleza pese a no ser creyente. Era un hombre bondadoso y excéntrico -se decía que cuando caminaba pensando en sus cosas podía acabar a decenas de kilómetros de casa, completamente ausente- y ni remotamente el protoneoliberal que sus detractores le acusan de ser. “De todo aquello que corrompe los sentimientos morales -escribió- el partidismo y el fanatismo siempre han sido, de largo, lo peor”. Una de las cosas más interesantes de 'El infiel y el profesor' es cómo explica la influencia que Hume tuvo sobre él: Smith raramente se oponía a las ideas de su amigo, pero les daba un nuevo giro, las elaboraba y las hacía propias. Juntos inventaron una manera de ver el mundo que se parece bastante a la que algunos tenemos en la actualidad.
Pero lo mejor del libro es la descripción de su amistad. Hume y Smith se echaban de menos cuando tardaban tiempo en verse, se escribían cartas afectuosas y llenas de inquisiciones intelectuales -más Hume, un escritor torrencial, que Smith, que además mandó quemar todos sus papeles cuando muriera-. Smith, aunque tuvo un éxito mundano menor que el de Hume, era un hombre mejor considerado socialmente e intentó ayudar a este para que consiguiera algunos puestos de trabajo respetables, cosa que raramente consiguió. Cuando, en 1765, el filósofo Jean-Jacques Rousseau tuvo que huir del continente bajo acusaciones de ateo y loco -las dos acusaciones eran, probablemente, ciertas-, Hume le ayudó a instalarse en Inglaterra: le tuvo en casa, cuando se cansó de estar en la ciudad, le buscó casa en el campo (después de que Rousseau rechazara unas cuantas porque ninguna le gustaba), y de una manera inesperada (o no, porque todo el mundo creía que Rousseau era una víbora) le mandó a su rescatador una carta demoledora en la que le acusó de haber conspirado para que la prensa inglesa hablara mal de él, de haberle abierto la correspondencia para espiarle, de haber puesto a sus amigos en Francia en su contra y, en definitiva, de tenerle encerrado en el bosque para que el mundo se olvidara de él y consagrara a Hume como el mayor filósofo del mundo. Smith le dio el consejo que un buen amigo siempre daría en ese caso: “Estoy seguro de que Rousseau es un bribón, tal y como pensáis vos y todo París (…), pero os pido que no penséis ni por un momento en sacar a la luz ninguna de las insolencias desmedidas con las que os ha afligido”.
Hume se describió a sí mismo como "un hombre apacible, abierto, sociable y risueño, poco propenso a la hostilidad y de pasiones comedidas"
Hume escribió una breve y maravillosa autobiografía poco antes de morir. Se describió como “un hombre tranquilo, de temperamento apacible, abierto, sociable y risueño, poco propenso a las hostilidades y de pasiones muy comedidas”. Smith, con ocasión del fallecimiento, dijo que Hume era un “hombre perfectamente sabio y virtuoso, tanto como quizá la naturaleza de la fragilidad humana pueda permitir” (el último sintagma de la frase es la mejor definición posible de la idea liberal de la naturaleza humana). Su amistad, y la manera en que esta les hizo buscar la virtud y la excelencia, es un ejemplo que 'El infiel y el profesor' explica de manera admirable y emocionante. No es un libro tan distinto a 'Deshaciendo errores. Kahneman, Tversky y la amistad que nos enseñó cómo funciona la mente' (Debate), otra biografía doble que explica cómo la interacción entre dos mentes fascinantes puede cambiar el mundo. Una extraordinaria celebración del conocimiento y la amistad.
Los filósofos han hablado de la amistad durante milenios. Aristóteles sostenía que había tres tipos: la motivada por el interés -que establecemos porque queremos algo del otro-, la basada en el placer -porque la compañía del otro nos entretiene y produce diversión- y, finalmente, la que se apoya en la virtud: la amistad duradera, fundamentada en el conocimiento y el intercambio de afectos e ideas, que puede llevar a la excelencia. Esta última forma de amistad es la que uno esperaría encontrar entre filósofos, pero en realidad, cuenta Dennis C. Rasmussen, no es tan habitual. En 'El infiel y el profesor. David Hume y Adam Smith, la amistad que forjó el pensamiento moderno' (Arpa), un libro extraordinario recién publicado en español, cuenta esta gran excepción, que si no llegó por sí misma a forjar el pensamiento moderno, sí puso los fundamentos del capitalismo contemporáneo.
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