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El libro liberal con el que (casi) todo izquierdista estaría de acuerdo
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Ramón González F

El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

El libro liberal con el que (casi) todo izquierdista estaría de acuerdo

En ocasiones, los políticos y algunos órganos del Estado nos dan miedo. La historia nos enseña que ese miedo está fundado: en casi todas las páginas

Foto: Un niño en una favela de Río de Janeiro durante un operativo del Ejército. (EFE)
Un niño en una favela de Río de Janeiro durante un operativo del Ejército. (EFE)

En ocasiones, los políticos y algunos órganos del Estado nos dan miedo. La historia nos enseña que ese miedo está fundado: en casi todas las páginas de la historia política (y de los periódicos de cada día) aparecen episodios de abuso y crueldad por parte de los poderosos. Y estos los han sufrido especialmente los pobres y los débiles, que están más expuestos que las élites económicas o incluso que la clase media. Para muchos, el liberalismo es el sistema que debe permitir que nos enriquezcamos mediante el trabajo sin trabas estatales; para otros, su esencia está en la naturaleza deliberativa, la libertad de opinión y la discusión pública; para Judith Shklar, el liberalismo debe ser la herramienta que nos posibilite reducir el miedo que sentimos ante las arbitrariedades y los abusos de poder de los políticos y del Estado.

placeholder 'El liberalismo del miedo'
'El liberalismo del miedo'

Así lo cuenta Shklar en un precioso librito, 'El liberalismo del miedo' (original de 1989), que acaba de publicar la editorial Herder en España. Shklar nació en Riga, Letonia, en 1928. Ella y su familia, que eran judíos, tuvieron que huir al principio de la Segunda Guerra Mundial por miedo a la invasión alemana y a la anexión soviética de su país: cruzaron la Unión Soviética de oeste a este y se refugiaron sucesivamente en Suecia y Japón, y llegaron a Estados Unidos poco antes del bombardeo de Pearl Harbor en 1941. Allí, en Seattle, como no eran ciudadanos estadounidenses y acababan de llegar de Japón, un país enemigo, fueron encarcelados como sospechosos. Poco después, la familia fue liberada y se instaló en Canadá. Shklar estudiaría más tarde el doctorado en Harvard y se convirtió en la primera mujer catedrática de ciencia política de esa universidad.

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De modo que Shklar tenía buenos motivos para recelar de los políticos y los Estados. Como muchos grandes liberales de diverso signo del siglo XX -Isaiah Berlin, Hannah Arendt o Friedrich Hayek-, había sentido en su propio cuerpo el miedo a unos Estados conducidos por políticos de una extraordinaria crueldad como Stalin o Hitler. Y eso, en parte, motivó su recelo perdurable a lo estatal y su énfasis en la libertad individual frente a la política.

¿Liberalismo de izquierdas?

En el caso de Shklar, sin embargo, eso no se tradujo en un liberalismo que hoy en ocasiones se denomina neoliberalismo, sino que construyó lo que podríamos llamar un liberalismo de izquierdas, no lejano de la socialdemocracia. “El liberalismo del miedo -escribe- contempla con igual inquietud los abusos de los poderes públicos de todos los regímenes. Se preocupa por los excesos de los organismos oficiales en todos los niveles del gobierno y presupone que son capaces de imponer la carga más pesada a los pobres y los débiles”. La libertad a la que hay que aspirar, según ella, es “la libertad frente al abuso de poder y la intimidación de los indefensos”.

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Judith Shklar

Su idea del liberalismo no está basada en un optimismo irracional o en una fe ilimitada en los poderes del mercado. En cierto modo, cree que esta forma de filosofía política es muy modesta, puesto que no aspira a un bien máximo como la felicidad en la tierra, la riqueza desmesurada o ni siquiera una ausencia total de miedo, porque en toda forma de gobierno siempre hay elementos inevitables de coerción. Aspira más bien a algo igualmente difícil pero más razonable: escapar del mal absoluto, que aunque en su infancia fueron el nazismo y el comunismo, ahora pervive en las democracias en formas más suaves y de naturaleza mucho menos violenta y absoluta. No es, como dice ella, un liberalismo de la esperanza, sino de la memoria: la mirada no debe fijarse en lo maravilloso que podría ser todo, sino en el recuerdo de lo horriblemente malos que podemos llegar a ser los seres humanos.

La línea que divide lo privado y lo público “no es históricamente un límite permanente o inalterable”, sino que se va moviendo

Para Shklar, dentro de esta forma de liberalismo caben muchísimas ideologías, creencias y fes distintas, aunque todas deben cumplir una única condición: la separación clara entre lo público y lo privado. De hecho, el primer liberalismo nació en los siglos XVII y XVIII porque los monarcas absolutistas se metían constantemente en el ámbito privado de los ciudadanos para expropiar sus posesiones, castigarles por no profesar la religión oficial o detenerles arbitrariamente. La línea que divide lo privado y lo público “no es históricamente un límite permanente o inalterable”, sino que se va moviendo en una dirección u otra de acuerdo con las circunstancias históricas, y es lógico que así sea -la obligación de llevar el cinturón de seguridad en el coche es claramente una intromisión en lo privado que, aunque hoy resulta tolerable, habría horrorizado a John Stuart Mill, uno de los padres del liberalismo-. Lo importante es que la distinción, aunque no sea fija, se mantenga. Dentro del liberalismo cabe casi todo, excepto las utopías que borran las fronteras entre la vida íntima y la política.

Miedo y empatía

Shklar no es original al pensar cómo debe articularse políticamente el “liberalismo del miedo”: aboga por la separación de poderes, la descentralización del poder, la creación de muchos equilibrios y contrapesos, y la libertad de prensa como medio para denunciar abusos. Pero pone énfasis en la disminución del miedo, en el elemento psicológico de la política, en la empatía esencial: “Produciríamos mucho menos daño si aprendiéramos a aceptarnos mutuamente como seres sintientes (…) y a comprender que el bienestar físico y la tolerancia no son simplemente inferiores a los demás objetivos que cada uno de nosotros pueda optar por perseguir”. Por eso hay que reforzar lo más básico. Y eso, a diferencia de muchos liberales, tenía para Shklar implicaciones económicas. Aunque ella no lo explica en este libro sino en otra de sus obras -“American Citizenship: The Quest for Inclusion”-, Axel Honneth recoge muy bien en el estupendo prólogo a este volumen que esto implica una “economía republicana”, el reconocimiento de que no hay libertad sin unos mínimos recursos: “Aunque no resulte del todo claro cuánta intervención estatal en el mercado acabaría exigiendo de hecho tal economía, -dice Honneth-, sin embargo queda completamente fuera de discusión que Shklar tiene aquí a la vista una forma económica altamente regulada desde el estado de bienestar”.

En España, en las dos últimas décadas el liberalismo se ha asociado insistentemente con la derecha. Por supuesto, hay liberales conservadores o libertarios. Pero 'El liberalismo del miedo' ayuda mucho a quienes intentamos explicar que el liberalismo es una concepción transversal de la política que puede tener expresiones a la izquierda de la línea divisoria, pero que en cualquier caso se fundamenta siempre en el rechazo a la utopía y en el recelo ante el poder omnímodo de los Estados (y aquí, actualizando el pensamiento de Shklar, podríamos añadir el de las grandes empresas) y, por encima de todo, se basa más en el miedo a las catástrofes que en la ilusión desaforada por un paraíso que no se ve en ninguna parte.

En ocasiones, los políticos y algunos órganos del Estado nos dan miedo. La historia nos enseña que ese miedo está fundado: en casi todas las páginas de la historia política (y de los periódicos de cada día) aparecen episodios de abuso y crueldad por parte de los poderosos. Y estos los han sufrido especialmente los pobres y los débiles, que están más expuestos que las élites económicas o incluso que la clase media. Para muchos, el liberalismo es el sistema que debe permitir que nos enriquezcamos mediante el trabajo sin trabas estatales; para otros, su esencia está en la naturaleza deliberativa, la libertad de opinión y la discusión pública; para Judith Shklar, el liberalismo debe ser la herramienta que nos posibilite reducir el miedo que sentimos ante las arbitrariedades y los abusos de poder de los políticos y del Estado.

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