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Valle de los Caídos: resolvamos de una vez esta vergüenza
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Valle de los Caídos: resolvamos de una vez esta vergüenza

Deberíamos ahorrarnos la indignidad de mantener su estado actual, una celebración oscurantista y apocalíptica de la guerra y de la dictadura que es imposible ver de buena fe

Foto: El Valle de los Caídos. (iStock)
El Valle de los Caídos. (iStock)

Vivimos en una época donde muchas veces la batalla política tiene que ver más con el intento de monopolizar la interpretación del pasado que con decidir el futuro. Como dice la célebre frase de George Orwell, quizá las dos cosas sean lo mismo: “Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”. Ahora mismo, esto no solo sucede en España: en el sur de Estados Unidos —que perdió la guerra civil de 1861-1865—, se está produciendo una disputa virulenta sobre los monumentos a los líderes confederados, partidarios de la esclavitud de los negros; en la Italia de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, se batalla en los ayuntamientos por el mantenimiento o la eliminación de los nombres de calles que celebran a fascistas de la era de Mussolini; en Francia, se está discutiendo el destino de los lugares (puertos, edificios) que se utilizaron para el tráfico de esclavos africanos.

Es una discusión eterna, en realidad. Y básicamente ante ella hay dos posturas: o bien “hasta que no cerremos las heridas del pasado no podemos construir el futuro”, o “lo que reabre las heridas es volver de una manera innecesaria y constante al pasado”. Las dos pueden ser sensatas. Ambas son muy insatisfactorias.

Foto: Franco pronuncia un discurso durante la ceremonia de inauguración del Valle de los Caídos en 1959.

Sobre el Valle de los Caídos, se han hecho toda clase de propuestas en los últimos años: exhumar e identificar a las víctimas anónimas, crear un espacio de reconciliación y de estudio sobre la Guerra Civil y la dictadura, exhumar los restos de Franco, sacar todos los restos y darles un entierro individualizado y mantener el edifico como una iglesia más, dinamitarlo o, por supuesto, no hacer nada. Las dos últimas me parecen claramente equivocadas, pero de las demás no sé cuál es la mejor; de hecho, ni siquiera está claro que el PSOE deba hacer algo con el Gobierno con menor peso parlamentario de la historia de España —aunque un pacto amplio con varios partidos sería una magnífica noticia—. Lo que está claro es que hay que resolver una situación que en muchos sentidos sí es singular y, en todo caso, supone una vergüenza. Por el medio que acordemos, deberíamos ahorrarnos la indignidad de mantener su estado actual, una celebración oscurantista y apocalíptica de la guerra y de la dictadura que es imposible ver de buena fe, tal como está, en términos de reconciliación.

Olvido o memoria

En 'Sobre el olvidado siglo XX', Tony Judt decía que una de sus preocupaciones principales era “el papel de la historia reciente en una era de olvido: la dificultad que parecemos experimentar a la hora de darle sentido al turbulento” siglo XX. Pero no en el sentido de lo que ahora ocurre en España, sino, en algunos aspectos, casi el contrario: “Hemos memorializado [el siglo XX] en todas partes: museos, santuarios, inscripciones, ‘lugares de la memoria’, hasta parques temáticos históricos —dice Judt—; todo son recordatorios públicos del ‘Pasado’. Pero la parte del siglo XX que hemos decidido conmemorar tiene un rasgo sorprendentemente selectivo. La abrumadora mayoría de lugares de memoria oficial del siglo XX o bien son abiertamente nostálgico-triunfalistas —honran a hombres famosos y celebran famosas victorias— o, si no, y cada vez más, oportunidades para el reconocimiento y el recuerdo del sufrimiento selectivo”. Y acaba: “En lugar de enseñar a los niños la historia reciente, los hacemos pasear por museos y memoriales”.

El Gobierno quiere exhumar los restos de Franco

Para Judt, uno de los problemas de nuestro tiempo es que, más allá de una pequeña élite, ya no tenemos una cultura común del pasado. No es que dejemos atrás las costumbres, las ideas y la moral del pasado, algo lógico en muchos casos, sino que además las olvidamos. Para autores como David Rieff, que ha escrito dos libros muy interesantes sobre el tema, 'Contra la memoria' y 'Elogio del olvido' (ambos en la editorial Debate), eso puede ser bueno: la obsesión con el pasado o el intento de regir el presente con el pasado siempre en mente pueden ser una droga destructora. Como decía, ambas posiciones son sensatas, pero insatisfactorias. Aunque no sé si existe realmente una tercera vía: en todo caso, sería una mezcla de conocimiento y una relativa indiferencia que no sé cómo se puede aplicar políticamente.

Foto: David Rieff. (EFE)

Esa era mi solución personal con respecto a la discusión de la memoria histórica: hay que actuar con decencia y dar sepultura digna a todos los muertos de la Guerra Civil, pero a partir de esto (que me parece indispensable) hay que intentar saber todo lo que pasó durante ella y el franquismo (si algo no falta son libros excelentes que lo expliquen) y mostrar una cierta indiferencia, no intentar hacer pagar a los hijos los pecados de sus padres, no honrar a indecentes pero no convertirse en policías morales. Sin embargo, mi visita al Valle de los Caídos cambió mi convicción con respecto a ese sitio particular. Ni siquiera fui por iniciativa propia, sino porque el corresponsal de un gran medio estadounidense en España consideraba en mayor medida que yo que para conocer este país, al que acababa de llegar, era necesario verlo, y me pidió que le acompañara.

La visión de la basílica me estremeció como pocas cosas lo han hecho en mi vida. Tuve la sensación —bajo los ángeles amenazantes, rodeado de 30.000 cadáveres, sobre la tumba del dictador que decidió la muerte de al menos una parte de ellos— de que había un enorme error moral no solo en la existencia de aquello, que a fin de cuentas mandó construir un tirano, sino en que permaneciera tal cual después de décadas de democracia. La mezcla de conocimiento e indiferencia no sirve para el Valle de los Caídos. No sé cómo se impregna un lugar así de valores constitucionales, o se contextualiza adecuadamente a riesgo de banalizarlo como denunciaba Judt en casos semejantes. Pero no debería seguir como está. Ojalá se supiera crear un cierto consenso sobre eso.

Vivimos en una época donde muchas veces la batalla política tiene que ver más con el intento de monopolizar la interpretación del pasado que con decidir el futuro. Como dice la célebre frase de George Orwell, quizá las dos cosas sean lo mismo: “Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”. Ahora mismo, esto no solo sucede en España: en el sur de Estados Unidos —que perdió la guerra civil de 1861-1865—, se está produciendo una disputa virulenta sobre los monumentos a los líderes confederados, partidarios de la esclavitud de los negros; en la Italia de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, se batalla en los ayuntamientos por el mantenimiento o la eliminación de los nombres de calles que celebran a fascistas de la era de Mussolini; en Francia, se está discutiendo el destino de los lugares (puertos, edificios) que se utilizaron para el tráfico de esclavos africanos.

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