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¿Condenados al fracaso? El plebeyo ambicioso del XIX ya no representa a nadie
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

¿Condenados al fracaso? El plebeyo ambicioso del XIX ya no representa a nadie

El joven plebeyo que asciende socialmente es protagonista de muchas novelas decimonónicas. Una figura más improbable hoy en día, ¿por pereza o por precariedad?

Foto: Robert Pattinson y Kristin Scott Thomas, en la adaptación al cine de 'Bel Ami' de 2012.
Robert Pattinson y Kristin Scott Thomas, en la adaptación al cine de 'Bel Ami' de 2012.

Es una de las historias que más veces se han contado. Sus protagonistas actuales, ya cuarentones, andan hoy en las redacciones de los periódicos, el Congreso de los Diputados y los despachos nobles de las grandes empresas. Pero muchos otros, aspirantes, se hallan en una desolada precariedad. Es la historia del joven —en la versión de nuestros días, también incluiría sin duda a la joven— de provincias, ambicioso, algo acomplejado por sus orígenes sociales modestos y su tosquedad. El joven que quiere ascender como sea por los escalones sociales hasta entrar en la clase asentada, esa por la que al mismo tiempo siente un cierto desdén, que considera vulgar o corrupta, pero por la que quiere sentirse aceptado. Su pasión es el ascenso social, aunque no solo le mueve la ambición de dinero, sino la de reconocimiento. Mientras asciende, se va refinando, adaptando las formas, la vestimenta y los códigos de aquellos cuyo favor persigue, pero que en el fondo desprecia. Puede irle bien, mas su empeño oculta las peores decepciones.

placeholder Portada de una edición de 'Rojo y negro', de Stendhal.
Portada de una edición de 'Rojo y negro', de Stendhal.

Esta es más o menos la historia que cuenta 'Rojo y negro', un novelón de 1830 escrito por el escritor francés Stendhal. Su protagonista, Julien Sorel, es un adolescente que trabaja en la pequeña fábrica de su padre y, al mismo tiempo, estudia latín con pasión porque cree que la carrera eclesiástica puede ser una buen manera de ascender socialmente. Se pregunta cuánto puede ganar si llega a obispo (eran otros tiempos) y, sin embargo, desprecia a la Iglesia. Porque él es un revolucionario, un firme partidario de Napoleón en una época en que se ha restaurado la monarquía en el país y mandan los conservadores, e incluso los reaccionarios. Como lo es el alcalde de su pueblo rural en la Francia profunda, quien le dará su primer empleo como preceptor de sus hijos y la primera oportunidad de codearse con la clase alta. Monsieur de Rênal es un tipo odioso, obsesionado por el prestigio social y el dinero. Y, aunque Sorel es consciente de que le ha hecho un gran favor al contratarle, se vengará de su estupidez ligándose a su mujer.

Eso es solo el principio: Sorel sigue ascendiendo, luego cae, siente asco por su propia ambición, se da cuenta de que no es capaz de renunciar a ella, seduce a más señoras respetables, apoya posiciones políticas que considera aborrecibles pero que le ayudan a medrar y, sin entrar en detalles, acaba muy mal.

placeholder Gérard Philipe y Antonella Lualdi, en la adaptación de 'Rojo y negro' de 1954.
Gérard Philipe y Antonella Lualdi, en la adaptación de 'Rojo y negro' de 1954.

Como las mejores novelas del siglo XIX, 'Rojo y negro' es increíblemente actual. Habla siempre del dinero que ganan sus personajes, analiza el sexo como mecanismo de ascenso, convierte la hipocresía en un arte refinado, refleja cómo los vaivenes políticos hacen y deshacen carreras y vanidades. Todos los males que nuestros neomarxistas creen que son fruto del neoliberalismo ya estaban ahí, hace más de siglo y medio, con una crudeza que Stendhal ve y retrata de manera asombrosa.

Sorel es un hábil trepa que consigue ir ascendiendo heroicamente aunque sin aumentar un ápice su felicidad

Desde hace algunos años, dedico el verano a leer grandes novelas del siglo XIX que leí cuando era joven y me olvido por un mes de la economía, la política o la historia (aunque estos libros están llenos de las tres cosas). Me divierte comparar qué pensaba de sus protagonistas cuando me topé con ellos por primera vez, teniendo 18 o 20 años, y lo que opino de ellos ahora. Madame Bovary, la desdichada adúltera en serie que no se conforma con un marido bueno pero aburrido, me pareció entonces un modelo de conducta; ahora la considero una ilusa. Georges Duroy, el protagonista de 'Bel Ami', de Maupassant, es un joven guapo que pasea por París sin un duro en el bolsillo y que gracias a su carrera en el periodismo, su encanto y sus intrigas, consigue ascender hasta las altas esferas francesas. Hace años pensaba que era claramente un tramposo, ahora me parece el tipo de persona que suele llegar a lo más alto mientras no deja de hablar de meritocracia y esfuerzo. Por lo que respecta a Sorel, a los 20 años creía que yo podía ser como él: un hábil trepa que consigue, con su temeridad, ir ascendiendo heroicamente aunque sin aumentar un ápice su felicidad; ahora, mientras paso las páginas de su historia, le daría dos hostias e inmediatamente después un abrazo.

placeholder Portada de una edición de 'Bel Ami'.
Portada de una edición de 'Bel Ami'.

Pero sería un error paternalista. Porque la gente que llega lejos, que alcanza los lugares cruciales del poder sin haberlos heredado, se parece a Sorel. Actualmente, la mediana edad empieza cuando te das cuenta de que todos los deportistas de élite son más jóvenes que tú, y se recrudece cuando constatas que el presidente del Gobierno y los líderes de los partidos de la oposición tienen más o menos tu edad. Ese es el momento en que te planteas si fuiste todo lo ambicioso que deberías haber sido, si no fuiste demasiado indisciplinado como para llegar a algo. Aún queda tiempo para hacer cosas valiosas, pero no tanto. Si la ambición fue uno de los temas clave del siglo XIX, la pereza debería serlo del XXI.

Los ambiciosos de hoy en día, si han tenido la mala suerte de nacer pobres, puede que se parezcan más al Lazarillo que a Sorel

O algo mucho peor: la condena al fracaso. Sin duda hoy habrá adolescentes que, como Sorel al principio de la novela, sueñen con ascender y lo consigan mediante su talento y una cierta ambivalencia con sus propios escrúpulos. También es posible que los mecanismos de ascenso social estén ya tan rotos que sea difícil abandonar el lugar donde naciste para llegar a uno mucho mejor. Que los ambiciosos de hoy en día, si han tenido la mala suerte de nacer pobres, se parezcan más al Lazarillo que a Sorel. En las redacciones de los periódicos, el Congreso de los Diputados y los despachos de las grandes empresas sigue habiendo, sobre todo, gente que no tuvo la necesidad de ser Sorel, porque disponía de los medios adecuados para que el éxito fuera una buena noticia, pero no algo impensable. Todo hace pensar que en el futuro esa situación se agravará. Ya no será la novela quien se ocupe de ellos, sino quizás alguna serie de televisión. Su título podría ser el de otra extraordinaria novela del siglo XIX: 'Las ilusiones perdidas'.

Es una de las historias que más veces se han contado. Sus protagonistas actuales, ya cuarentones, andan hoy en las redacciones de los periódicos, el Congreso de los Diputados y los despachos nobles de las grandes empresas. Pero muchos otros, aspirantes, se hallan en una desolada precariedad. Es la historia del joven —en la versión de nuestros días, también incluiría sin duda a la joven— de provincias, ambicioso, algo acomplejado por sus orígenes sociales modestos y su tosquedad. El joven que quiere ascender como sea por los escalones sociales hasta entrar en la clase asentada, esa por la que al mismo tiempo siente un cierto desdén, que considera vulgar o corrupta, pero por la que quiere sentirse aceptado. Su pasión es el ascenso social, aunque no solo le mueve la ambición de dinero, sino la de reconocimiento. Mientras asciende, se va refinando, adaptando las formas, la vestimenta y los códigos de aquellos cuyo favor persigue, pero que en el fondo desprecia. Puede irle bien, mas su empeño oculta las peores decepciones.

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