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Jaron Lanier y sus diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato
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Ramón González F

El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

Jaron Lanier y sus diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato

Fue pionero de Internet y ahora es uno de sus grandes críticos; su último libro es un panfleto claro, explícito y persuasivo. Sí: deberíamos cerrar nuestras cuentas de Facebook, etc.. ya

Foto: Panel de Facebook en el Festival de la Creatividad de Cannes de junio de 2018. (Reuters
Panel de Facebook en el Festival de la Creatividad de Cannes de junio de 2018. (Reuters

Hace menos de una década, las posibilidades de la web eran aún una promesa llena de esperanza. Su potencia comercial era un hecho, ya no era difícil ver que iba a transformar para siempre la industria periodística, y las recién nacidas redes sociales parecían capaces de lograr, de una manera bastante perfecta, un viejo sueño ilustrado: conectar a los individuos y permitirles intercambiar afectos e información, con tanta facilidad que el origen de muchos de los conflictos humanos ―la incomunicación, la falta de elementos de juicio, la pervivencia de fronteras que separan y distinguen las experiencias de unos y otros― podría minimizarse.

Además, existía la ilusión de que supusiera el principio del fin de la jerarquía y la autoridad. En la llamada web 2.0, todos participábamos en igualdad de condiciones en un diálogo global. Los gobiernos no debían meterse en él, puesto que uno de los principales fines de la web era controlarlos. Se pensaba incluso ―recordemos el 15M, las primaveras árabes u Occupy Wall Street― que sería posible derrocarlos.

Evgeny Morozov, autor de libros brillantes como 'El desengaño de internet. Los mitos de la libertad en la red' (Destino, 2012) y 'La locura del solucionismo tecnológico' (Katz, 2015) fue uno de los primeros en criticar esta visión optimista de internet: “Se estaba creando una aldea global gracias a las redes y los bits”, escribió recientemente sobre esos años. “El ‘fin de la historia’ sonaba tentador en todos los idiomas, pero ninguno lo expresaba de manera más elocuente que el de la tecnología. Nunca se había podido ser tan optimista con el capitalismo sin ni siquiera mencionarlo por su nombre. Lo que importaba no era quién poseía la tecnología, sino cómo se usaba”. Pero “esos lugares comunes ocultaban muchas verdades básicas sobre la relación real entre la tecnología y el poder”.

placeholder Jaron Lanier. (EFE)
Jaron Lanier. (EFE)

En esta segunda década del siglo, Jaron Lanier ha sido otro de los críticos tempranos de la deriva de internet. A diferencia de Morozov ―nacido en Bielorrusia en 1983 y empeñado en enmarcar la crítica a la tecnología dentro de un juicio más amplio al capitalismo en un plano más académico y teórico que práctico―, Lanier (Nueva York, 1960) ha participado en el desarrollo de la realidad virtual, trabajado para Microsoft y formado parte del ecosistema de las “start-ups” y los desarrollos tecnológicos estadounidenses. Hasta que sintió que la criatura que había contribuido a crear empezaba a ser exactamente lo contrario de lo que debía: no solo no se había convertido en una especie de paraíso libertario sin intromisión estatal y en una plataforma para el diálogo desinteresado, sino que había caído presa de los intereses de las grandes empresas y adoptado algunas de sus peores expresiones. No se trataba únicamente de la la avaricia, que podía darse por descontada, sino de algo peor: una obsesión, que iba más allá del “marketing” tradicional, por alterar la conducta de los usuarios.

No se trataba solo de la la avaricia, sino de algo peor: una obsesión por alterar la conducta de los usuarios

Como afirmaba César Rendueles hace unos días, en el mercado editorial actual las críticas al optimismo tecnológico casi se han convertido en un lugar común. Pero hay que reconocerles a Morozov y a Lanier su papel de pioneros (y en nuestro país también a Rendueles, cuyo libro 'Sociofobia' se publicó en 2013, cuando el recuerdo del 15M seguía muy presente en España, y con él la esperanza de que la tecnología sirviera para articular alternativas políticas serias). En estos años, Lanier ha publicado 'Contra el rebaño digital' (2011) y '¿Quién controla el futuro?' (2014, ambos en la editorial Debate), libros valiosos pero muy voluminosos, ambiciosos e interesantes, pero demasiado influenciados por su personalidad abrumadora y ligeramente narcisista.

placeholder 'Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato'. (Debate)
'Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato'. (Debate)

Ahora, sin embargo, Lanier vuelve con un panfleto, que parece su mejor registro. Su título, 'Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato' (de nuevo, en Debate), es claro y explícito y en esta obra ya no hay los excesos retóricos anteriores. Aunque no es un escritor profundo ni demasiado proclive al matiz, y la información que aporta no es desconocida para muchos usuarios de las redes, el libro es persuasivo. Sí: deberíamos abandonar las redes sociales.

“¿Cómo podemos seguir siendo autónomos en un mundo en el que nos vigilan constantemente y donde nos espolean en uno u otro sentido unos algoritmos manejados por algunas de las empresas más ricas de la historia, que no tienen otra manera de ganar dinero que consiguiendo que les paguen por modificar nuestro comportamiento?”, dice en la introducción. El tono es panfletario, pero no histérico. Lanier no pretende acabar con el capitalismo, no es ciego a los incentivos económicos y sabe que la publicidad es parte constitutiva de nuestra forma de vida. Pero aún así el funcionamiento de las redes le parece demasiado. “Lo que en otra época podría haberse llamado ‘publicidad’ ahora debe entenderse como modificación continua de la conducta a una escala colosal”.

Adictos a la atención

Sin embargo, casi todos parecemos aceptarlo por una razón simple: las redes nos han hecho adictos a la atención; lo que más deseamos es que nos hagan caso. Una vez más, esto no es nuevo, pero su escala ha adoptado proporciones peligrosas: “Sin otra cosa a la que aspirar más que a la atención de los demás, las personas normales suelen transformarse en idiotas, porque los más idiotas reciben la máxima atención. Este sesgo intrínseco favorable a la idiotez marca el funcionamiento de todas las demás partes” de las redes sociales. Cualquiera que dedique algo de su tiempo, aunque sea una pequeña parte, a las redes sociales lo ha experimentado. Quizá no sea muy distinto de otras adicciones: excita nuestro cerebro, pero sabemos que está mal.

Sin otra cosa a la que aspirar más que a la atención de los demás, las personas normales suelen transformarse en idiotas

El libro de Lanier no es una obra maestra, sus 'Diez razones' para dejar las redes sociales son a veces simples y evidentes ―“las redes sociales están socavando la verdad”, “las redes sociales hacen imposible la política”―, pero en sus breves argumentos hay mucha verdad.

No se trata de sustituir el optimismo tecnológico de hace una década por un pesimismo igualmente desmesurado. Facebook no matará nuestras democracias y no destruirá nuestros matrimonios. Al menos no necesariamente. Pero como adictos que ya somos, debemos pararnos a pensar si queremos continuar igual, y si la respuesta es que aceptamos nuestra dependencia ―esa es la mía, aunque resignada―, tratar de entender lo que ocurre. Este libro, sin ser extraordinario, ayuda a hacerlo.

Hace menos de una década, las posibilidades de la web eran aún una promesa llena de esperanza. Su potencia comercial era un hecho, ya no era difícil ver que iba a transformar para siempre la industria periodística, y las recién nacidas redes sociales parecían capaces de lograr, de una manera bastante perfecta, un viejo sueño ilustrado: conectar a los individuos y permitirles intercambiar afectos e información, con tanta facilidad que el origen de muchos de los conflictos humanos ―la incomunicación, la falta de elementos de juicio, la pervivencia de fronteras que separan y distinguen las experiencias de unos y otros― podría minimizarse.

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