El erizo y el zorro
Por
La epidemia: los liberales se hacen fascistas por toda Europa... y lo peor está por llegar
En el número de octubre de The Atlantic, la historiadora Anne Applebaum publica uno de los mejores ensayos políticos que se pueden leer estos días: 'Una advertencia desde Europa'
Anne Applebaum es estadounidense y polaca ―nació en Washington, pero vive en Varsovia y tiene la nacionalidad gracias a su matrimonio con Radoslaw Sikorki, que fue ministro de Asuntos Exteriores de Polonia entre 2007 y 2014― y ha escrito libros brillantes sobre la historia de la Europa del Este y de Rusia, de los cuales se han traducido dos: 'Gulag: Historia de los campos de concentración soviéticos' y 'El telón de acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956”' (ambos en Debate). Es una intelectual del establishment anglosajón y (casi) global: además de en The Atlantic, considerada progre y muy respetable, escribe con asiduidad en el izquierdista The Washington Post, y ha publicado en el venerable y liberal The Economist y en el gruñón y conservador semanario británico The Spectator. Pero, al mismo tiempo, Applebaum se siente tan en casa en su Polonia de adopción que hasta tiene un libro de recetas de cocina polaca y no solo habla polaco, sino también ruso.
Applebaum es lo que podríamos llamar una conservadora liberal. En el arranque del ensayo al que hago referencia, habla de la fiesta que celebró el 31 de diciembre de 1999 en la casa rural de su marido en el noroeste de Polonia. Los invitados, sus amigos, eran sobre todo jóvenes reformistas con ambiciones políticas que creían que podían darle la vuelta al país después de la pesadilla comunista. Eran “lo que los polacos llaman la derecha: los conservadores, los anticomunistas. Pero en ese momento de la historia, también podrías haber llamado a la mayoría de mis invitados liberales: liberales partidarios del libre mercado, o liberales clásicos, o quizá thatcheristas”. Veinte años después, en lo que es el centro del brillante ensayo, afirma que “cruzaría la calle para evitar encontrarme con algunas de las personas que asistieron a mi fiesta de fin de año. Ellos, a su vez, no solo se negarían a entrar en mi casa, sino que se avergonzarían de reconocer que habían estado allí. De hecho, la mitad de la gente que estuvo presente en esa fiesta ya no se habla con la otra mitad”.
¿Qué pasó? Por decirlo brevemente: muchos de esos polacos liberales, un poco conservadores, básicamente anticomunistas, se han convertido en algo muy parecido a fascistas. Esta ha sido la historia de Polonia de las últimas dos décadas. Un país que, dentro de la OTAN y de la Unión Europea, ha prosperado de una manera extraordinaria, pero ha sido presa de una política xenófoba, religiosamente integrista y refractaria al europeísmo ―a pesar de que la UE le concedió en el presupuesto vigente ayudas por más de 80.000 millones de euros ―. El actual gobierno del PiS ―Ley y Justicia― es paranoico, está obsesionado con la muerte del hermano de su presidente en un accidente de avión ―que muchos partidarios y miembros del partido consideran que, aunque no hay pruebas, fue provocado por el Gobierno ruso― y muestra modos abiertamente autoritarios. Un talante que incluye violar la Constitución para nombrar a jueces afines para el Tribunal Constitucional y convertir la televisión pública en una televisión de partido. ¿Cuál es el mensaje del ensayo de Applebaum? Cosas parecidas están pasando no solo en Polonia, sino, dentro de Europa, en Hungría. Y fuera de Europa, en Estados Unidos. El auge del autoritarismo es global, y casi nadie va a poder librarse de él.
La verdadera preocupación de Applebaum es la transformación que sufren las personas que pasan de ser impecables demócratas ―Orban, el presidente húngaro, fue un valiente luchador liberal contra el comunismo en su país ― a paranoicos de instintos autoritarios. Una razón posible es que, una vez llegas al poder, deja de interesarte la democracia y te obsesionas con no perder la posición. Otra es que, en realidad, lugares como Polonia o Hungría tienen una fuerte tradición política de carácter autoritario y antiliberal, y que ese legado es imposible de erradicar en apenas unas décadas.
El escepticismo frente a la democracia liberal es normal, y “el atractivo del autoritarismo es eterno”
Quizá ambas cosas sean ciertas. Pero también es posible que ocurra algo que muchos liberales no queremos o no sabemos ver: la polarización, las teorías de la conspiración, denunciar a la prensa como un elemento desestabilizador e interesado, el señalamiento de las élites globales como la causa de los males de tu país y la obsesión por la lealtad frente a la verdad son cosas atractivas por sí mismas de las que todos los humanos podemos ser susceptibles. O, como dice Applebaum: el escepticismo frente a la democracia liberal es normal, y “el atractivo del autoritarismo es eterno”. Es decir: quizá debemos hacernos a la idea, aunque nos resulte repelente o impensable, de que las democracias solo sobreviven en períodos relativamente cortos y que lo habitual, en términos históricos, son los regímenes iliberales.
Este fin de semana, el columnista del Financial Times Simon Kuper explicaba el caso británico y estadounidense en su artículo “¿Se está acabando la capacidad de resistencia de los liberales?”). El Brexit tendrá lugar, no es en absoluto improbable que Trump gane las elecciones de 2020 y los liberales tendrán que resignarse a que sus debates ―“en las universidades, los medios, los partidos políticos y los think tanks” ― se vuelvan irrelevantes. “Si Trump y el Brexit acaban triunfando, los liberales urbanos y educados optarán por un exilio interior, cultivando sus huertos urbanos, llevando a sus hijos a las escuelas adecuadas, buscando el café perfecto y haciendo un poco de activismo local; para pedir carriles bici, por ejemplo. Perderán el contacto con los parientes populistas de las zonas rurales y, gradualmente, perderán la percepción de que comparten una nación.” Los partidos de extrema derecha quizá ganen en las elecciones nacionales, pero seguramente la izquierda continúe haciéndolo en los ayuntamientos de las grandes ciudades, de modo que se seguirá gozando de una relativa libertad.
Si Trump y el Brexit acaban triunfando, los liberales urbanos y educados optarán por un exilio interior, cultivando sus huertos urbanos...
Es posible que el nuevo autoritarismo sea más suave que el que tenemos en el recuerdo. También que Kuper lo describa así porque somos incapaces de imaginar lo que es vivir sin libertades liberales. Pero sea como sea, el ominoso presagio de Applebaum suena verosímil: lo peor está por llegar. Recemos ―o hagamos su equivalente laico ― para que la(s) derecha(s) española(s) no sienta(n) la tentación antiliberal.
Nota: La revista Letras Libres publicará el ensayo de Anne Applebaum en castellano en su próximo número, el correspondiente al mes de noviembre.
Anne Applebaum es estadounidense y polaca ―nació en Washington, pero vive en Varsovia y tiene la nacionalidad gracias a su matrimonio con Radoslaw Sikorki, que fue ministro de Asuntos Exteriores de Polonia entre 2007 y 2014― y ha escrito libros brillantes sobre la historia de la Europa del Este y de Rusia, de los cuales se han traducido dos: 'Gulag: Historia de los campos de concentración soviéticos' y 'El telón de acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956”' (ambos en Debate). Es una intelectual del establishment anglosajón y (casi) global: además de en The Atlantic, considerada progre y muy respetable, escribe con asiduidad en el izquierdista The Washington Post, y ha publicado en el venerable y liberal The Economist y en el gruñón y conservador semanario británico The Spectator. Pero, al mismo tiempo, Applebaum se siente tan en casa en su Polonia de adopción que hasta tiene un libro de recetas de cocina polaca y no solo habla polaco, sino también ruso.