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Todo lo que siempre quiso saber sobre los neocons y no se atrevió a preguntar
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Ramón González F

El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

Todo lo que siempre quiso saber sobre los neocons y no se atrevió a preguntar

Acaban los fastos por el 50 aniversario de Mayo del 68 y es un buen momento para recordar la réplica derechista a aquellos acontecimientos cuya influencia sería muy relevante en las décadas siguientes

Foto: Helmut Kohl (c), Ronald Reagan y Margaret Thatcher en 1985. (EFE)
Helmut Kohl (c), Ronald Reagan y Margaret Thatcher en 1985. (EFE)

El neoconservadurismo no solo fue una respuesta a las revueltas globales de 1968. De hecho, en aquel momento, ya llevaba algunos años conformándose. Pero sí fue una reacción a la inmensa transformación cultural que tuvo lugar en la década de los sesenta, de la que el 68 fue una especie de síntesis y explosión. Ahora que acaban los fastos por su cincuenta aniversario, es un buen momento para recordar esta réplica a aquellos acontecimientos, que estuvieron dominados por una forma nueva de izquierdismo, cuya influencia sería muy relevante en las décadas siguientes.

Los cambios culturales de los sesenta ―que luego serían también políticos― asustaron a muchos, y no solo en la derecha. El rock, el consumo informal de drogas, la liberación sexual (a principios de la década se legalizó la píldora anticonceptiva en varios países), la sistemática rebelión universitaria y una nueva síntesis de izquierdismo trotskista, anarquista, pacifista, ecologista y crecientemente posmoderno fueron despreciados, en parte o de manera general, por los viejos estandartes izquierdistas: los partidos comunistas italianos y francés, una parte mayoritaria del partido demócrata estadounidense (que gobernó toda la década, precisamente hasta 1968, sin poner fin a la guerra de Vietnam) o los socialdemócratas alemanes.

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Pero una de las reacciones más interesantes fue la de un grupo de intelectuales ―la mayoría judíos, neoyorquinos y de izquierdas― que habían trabajado como editores en las pequeñas y combativas revistas culturales de la época, como 'Commentary', 'Encounter' y 'The New Leader'. Algunos de ellos, además, habían fundado en 1965 'The Public Interest', una revista que se convirtió en el emblema del rearme intelectual del conservadurismo y se publicó hasta 2005. Su primer director, Irving Kristol, más tarde considerado el “padrino del neoconservadurismo”, reconocía que a lo largo de su vida había sido “neomarxista, neotrotskista, neosocialista y neoprogresista”. En esta última encarnación, durante los cincuenta y principios de los sesenta, fue un defensor del establishment de izquierdas, que daba por buenos el New Deal de Roosevelt y la ampliación del estado de bienestar en los años subsiguientes, y la enorme intervención en la economía que eso había supuesto.

Susto o muerte

A pesar de que, en aquel momento, formaban parte de la izquierda, las transformaciones de la década de los sesenta les asustaron. “La rebelión estudiantil y el auge de la contracultura, con sus expectativas mesiánicas y sus miedos apocalípticos […] sin duda nos tomaron por sorpresa. De repente descubrimos que habíamos sido conservadores culturales desde siempre […]. Eramos gente burguesa, todos nosotros, pero por costumbre o instinto, no porque lo hubiéramos pensado […]. El progresismo se estaba derrumbando ante la izquierda resurgente”, cuenta Kristol en 'Neoconservatism. The Autobiography of an Idea', poniendo énfasis en que una cosa era ser de izquierdas y otra diferente querer una revolución.

placeholder Irving Kristol en la portada de 'Esquire'
Irving Kristol en la portada de 'Esquire'

Daniel Bell, otro de los fundadores del movimiento, iba más lejos: la revolución cultural no solo les había hecho descubrir que ellos eran partidarios del orden, sino que, creían, acabaría con el capitalismo: “la ética protestante y el temperamento puritano fueron códigos que exaltaban el trabajo, la sobriedad, la frugalidad, el freno sexual y una actitud restrictiva hacia la vida. Todo eso definía la naturaleza de la conducta de la moral y de la respetabilidad social. La cultura posmodernista del decenio de 1960 ha sido interpretada, puesto que se autodenomina como contracultura, como un desafío a la ética protestante, un anuncio del fin del puritanismo y la preparación del ataque a los valores burgueses”. Aunque Bell lo elaboraba de manera más sofisticada, la idea central de su neoconservadurismo era que la nueva cultura radicalizaba una contradicción que ya estaba presente en el capitalismo ―el título del libro del que sale esa cita es 'Las contradicciones culturales del capitalismo'―: el mercado libre era la base del capitalismo, pero esa libertad había llevado a socavar la base misma del capitalismo.

En buena medida, según los neoconservadores, las revueltas de los sesenta se debían a un exceso de bienestar provisto por el Estado

¿Por qué eso se había exacerbado en los años sesenta? Además de las razones culturales, estos intelectuales lo atribuían, y esto sería clave para el desarrollo del movimiento neoconservador, a los excesos del estado del bienestar: “El hecho político fundamental en la segunda mitad del siglo XX ha sido la extensión de las economías dirigidas por el Estado ―escribió Bell en el mismo libro―. En el último cuarto del siglo XX, vamos hacia sociedades administradas por el Estado. Y estas surgen a causa del aumento de las exigencias sociales a gran escala (salud, educación, bienestar, servicios sociales, etcétera) que se han convertido en reclamaciones de la población”. En buena medida, según los neoconservadores, las revueltas de los sesenta se debían a un exceso de bienestar provisto por el Estado. Este había hecho que la generación nacida tras la Segunda Guerra Mundial fuera frívola, hedonista, no reconociera los verdaderos valores que sostenían una sociedad juiciosa y fuera capaz de traicionar a su país negándose a ir a luchar a Vietnam.

placeholder Imagen de archivo cedida por el Museo de la Prefectura de la Policía parisina sobre los disturbios de mayo del 1968. (EFE)
Imagen de archivo cedida por el Museo de la Prefectura de la Policía parisina sobre los disturbios de mayo del 1968. (EFE)

Para Kristol, había que revertir ese proceso (Bell, más moderado, abandonó el neoconservaduriso a principios de los años setenta, cuando le pareció que se había derechizado demasiado). Se iniciaron así lo que se dieron en llamar las “guerras culturales”, un choque áspero, constante y en muchos sentidos teatral entre el progresismo surgido de las revoluciones de los sesenta y un conservadurismo, aparecido en respuesta, no necesariamente religioso, pero sí profundamente moral y disciplinario. Y un enfrentamiento en el que siempre han subyacido dos concepciones antagónicas de la economía: una que, aunque no es necesariamente marxista, cree que hay que liberar recursos del Estado para el bienestar, con el fin de reducir la desigualdad y promover formas de vida no tan basadas en el trabajo, y otra que ve en el trabajo y el sacrificio, incentivados por el dinero, el único sistema para conseguir una sociedad sana, justa y patriótica.

¿Les suena? Sí, aún hoy nuestra discusión sigue el patrón establecido hace alrededor de cincuenta años en Estados Unidos, si bien con innumerables y contradictorias transformaciones. Con frecuencia, el neoconservadurismo ha sido acusado de los peores rasgos de nuestra política actual, y en buena medida es cierto que fue ―apenas queda ya nada de él― un movimiento elitista, ilusorio e incluso cosas peores, como racista. Pero el desprecio que a menudo parte de la izquierda muestra por él no ha estado acompañado de una curiosidad genuina por entenderlo. El neoconservadurismo se equivocó en casi todo, pero fue mucho más sofisticado de lo que se ha querido creer. Los hijos, y ahora ya los nietos, del 68 no deberían olvidarlo.

El neoconservadurismo no solo fue una respuesta a las revueltas globales de 1968. De hecho, en aquel momento, ya llevaba algunos años conformándose. Pero sí fue una reacción a la inmensa transformación cultural que tuvo lugar en la década de los sesenta, de la que el 68 fue una especie de síntesis y explosión. Ahora que acaban los fastos por su cincuenta aniversario, es un buen momento para recordar esta réplica a aquellos acontecimientos, que estuvieron dominados por una forma nueva de izquierdismo, cuya influencia sería muy relevante en las décadas siguientes.

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