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Exhibicionistas: lo público, lo privado y lo que las redes han hecho con nosotros
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Ramón González F

El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

Exhibicionistas: lo público, lo privado y lo que las redes han hecho con nosotros

Zuckerberg defendió que, con el fin de ser "más abiertos y estar mejor conectados" en Facebook, debíamos abandonar la vieja idea de privacidad; su propuesta tuvo un enorme éxito

Foto: Logotipos de Facebook y Twitter en un comercio de Málaga. (Reuters)
Logotipos de Facebook y Twitter en un comercio de Málaga. (Reuters)

En el último volumen de la monumental 'Historia de la vida privada' (Taurus) -coordinada por Philippe Airès y Georges Duby- que intenta explicar lo que se ha entendido por 'privacidad' desde el Imperio romano hasta casi nuestros días, se dice que “la vida privada no es una realidad natural que nos venga dada desde el origen de los tiempos, sino más bien una realidad histórica construida de manera diferente por determinadas sociedades. No hay una vida privada cuyos límites se encuentren definidos de una vez por todas, sino una distribución cambiante de la actividad humana entre la esfera privada y la pública”.

El más célebre teórico de la privacidad de nuestro tiempo, y su mayor rentista, Mark Zuckerberg, intentó crear un nuevo marco para esta: con el fin de ser “más abiertos y estar mejor conectados” en Facebook, debíamos abandonar la vieja idea de privacidad. Su propuesta tuvo un enorme éxito: en la era de las redes sociales, la gente renunció en un grado asombroso a la separación entre la vida privada y la pública. Hasta Zuckerberg se dio cuenta de que la cosa había ido demasiado lejos y pidió disculpas. Facebook e Instagram, dijo hace unas semanas, se habían convertido en “el equivalente digital de una plaza urbana”, pero ahora era consciente de que la gente quiere que sean, en realidad, “el equivalente digital a la sala de estar”. No estoy muy seguro de que tenga razón.

placeholder Historia de la vida privada. (Taurus)
Historia de la vida privada. (Taurus)

Por supuesto, el argumento de Zuckerberg es puramente comercial. Facebook ha llegado a tales excesos en la vulneración de la privacidad, que prefiere que los gobiernos la regulen y pongan límites al comercio masivo de datos personales antes de tener que pasarse el resto de su lucrativa existencia pidiendo perdón, que es básicamente lo que ha hecho en los dos últimos años. Pero eso no significa en absoluto que seamos capaces de volver a una idea de la privacidad pre-Facebook. El exhibicionismo es adictivo y poder presumir de lo guapos que son nuestros niños, lo lejos que pasamos nuestras vacaciones y lo caro que es nuestro coche ante miles de personas, y no solo ante nuestros desafortunados familiares y vecinos, es demasiado tentador como para renunciar a ello. Las redes contaban con que esta dependencia se produciría, pero creían que tendrían mucho menos tiempo para ahondar en ella antes de que los gobiernos intervinieran. Como recogía el Financial Times del pasado fin de semana, un alto ejecutivo de Google afirmó: “Creíamos que tendríamos diez años. Resulta que hemos tenido veinte".

Pero un nuevo escenario regulatorio no cambiará de manera natural la propensión al exhibicionismo material o, aún peor, el moral. Además de resultar adictivo, el coste de señalizar en las redes que somos muy virtuosos, tenemos las mejores ideas, razón por la cual la gente haría bien en tener una buena opinión de nosotros, tiende a cero y, por lo tanto, no dejaremos de hacerlo. De hecho, seguramente iremos a más. Lo cual es sorprendente para quien se detenga a pensar en la mecánica política del siglo pasado.

El gran miedo

Durante este, el gran miedo político fue que lo público se metiera en lo privado; que los gobiernos y las iglesias quisieran ver lo que hacíamos dentro de nuestras casas y lo que pensaban nuestros cerebros para juzgarlo y, en su debido momento, castigarlo. Lo que ha sucedido en las últimas décadas -y esto no solo es efecto de las redes; diría que las televisiones iniciaron este proceso en la década de los noventa con los “reality shows”- ha sido el inesperado proceso inverso. Ahora lo privado está presente de manera constante en lo público. Nadie nos obliga a mostrar a la comunidad nuestra privacidad para que esta sea juzgada, sino que lo hacemos de forma voluntaria, masiva y habitual. Así, el espacio público ha dejado de ser en buena medida el intento siempre imperfecto de crear una zona más o menos neutral, y ha pasado a estar invadido por privacidades en competición. Lo cual no es nuevo cualitativamente, pero sí radicalmente distinto en términos cuantitativos.

Los ricos y guapos están más presentes en Instagram con consecuencias casi inevitables como el aumento del resentimiento global

Georges Duby, uno de los promotores de la 'Historia de la vida privada', escribió que, a pesar de los notables cambios de lo que entendemos como privado y público, existe una “evidencia universal” de que “desde siempre y en todas partes” se ha expresado “el contraste, nítidamente percibido por el sentido común, que opone lo privado a lo público, a lo abierto a la comunidad popular y sometido a la autoridad de sus magistrados. Hay un área particular, netamente delimitada, asignada a esa parte de la existencia que todos los idiomas denominan como privada, una zona de inmunidad ofrecida al repliegue, al retiro, donde uno puede abandonar las armas y las defensas que le conviene hallarse provisto cuando se aventura al espacio público”. En muchas ocasiones históricas, quienes tenían un acceso más cómodo a esta zona privada eran los ricos, porque los espacios grandes, las paredes y los sirvientes ayudan a hacerte invisible. Aunque también había excepciones: los partos de las reinas francesas se llevaban a cabo con numeroso público, y los monarcas ingleses tenían un 'Groom of the Stool', uno de los cargos más codiciados de la corte cuyo trabajo consistía en ayudarles a defecar. Pero no sé si eso seguirá siendo así en tiempos del exhibicionismo digital. Una sensación sin evidencias es que los ricos y guapos están más presentes en Instagram precisamente para exhibir su riqueza y su belleza. Quizá sea difícil renunciar a hacerlo, aunque tenga consecuencias casi inevitables como el aumento del resentimiento global.

Seguirán existiendo lo privado y lo público, pero seguirán cambiando. De hecho, una de las principales diferencias entre generaciones es dónde sitúa cada una la frontera entre una cosa y la otra. Una de las conversaciones más frecuentes ahora con mis amigos consiste en presumir de haber cerrado nuestro Facebook o, en su defecto, un “mantengo la cuenta pero no la uso”, y lamentar ser incapaces de abandonar Twitter: es el lugar preferido de los periodistas y los políticos para exhibir al público sus bondades privadas.

En el último volumen de la monumental 'Historia de la vida privada' (Taurus) -coordinada por Philippe Airès y Georges Duby- que intenta explicar lo que se ha entendido por 'privacidad' desde el Imperio romano hasta casi nuestros días, se dice que “la vida privada no es una realidad natural que nos venga dada desde el origen de los tiempos, sino más bien una realidad histórica construida de manera diferente por determinadas sociedades. No hay una vida privada cuyos límites se encuentren definidos de una vez por todas, sino una distribución cambiante de la actividad humana entre la esfera privada y la pública”.

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