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Javier Pradera, el disco duro de la Transición
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Javier Pradera, el disco duro de la Transición

Durante algo más de una década, me dijo en una ocasión un veterano periodista, fueron muchos los que no sabían qué pensaban sobre un asunto hasta

Foto: Javer Pradera en un detalle de la portada de la biografía de Jordi Gracia
Javer Pradera en un detalle de la portada de la biografía de Jordi Gracia

Durante algo más de una década, me dijo en una ocasión un veterano periodista, fueron muchos los que no sabían qué pensaban sobre un asunto hasta que no leían el editorial de Javier Pradera en El País. Los editoriales de Pradera, publicados desde la fundación del periódico, a mediados de los setenta, hasta mediados de los ochenta, eran taxativos, oraculares y llevaban la marca de su prosa alambicada, aunque fueran obras colectivas. Como dice Jordi Gracia en la biografía de Pradera que acaba de publicar, mezclaban “el análisis político con la instrucción implícita y a veces explícita”. Pradera opinaba sobre lo que hacía el Gobierno, y luego le decía lo que tenía que hacer. Casi todo el mundo parecía escucharle.

'Javier Pradera o el poder de la izquierda. Medio siglo de cultura democrática' (Anagrama) es, como indica su título, un libro útil tanto para entender al biografiado como a la España de la resistencia antifranquista, la transición, los años del felipismo y la llegada al poder de Aznar. Pradera fue comunista, aunque nunca llevó bien la disciplina que el partido imponía a sus miembros y acabó saliendo rebotado. Ejerció como brillante editor de la subsidiaria española del Fondo de Cultura Económica (la editorial del Estado mexicano) y luego del exitoso proyecto de Alianza Editorial, editoriales en las que contribuyó a configurar el grupo informal de intelectuales de izquierdas que dominaría la cultura española durante décadas. Se desengañó del comunismo y de su última versión, la cubana, y cuando a mediados de los setenta se sumó a la sección de Opinión de El País para redactar muchos de sus editoriales y convertirse, en palabras de Felipe González, en “el disco duro de la Transición”, era ya un socialdemócrata.

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'Javier Pradera o el poder de la izquierda'

Pradera reconocía ya entonces que, al igual que casi todo el mundo en la derecha y la izquierda, él no había sido un “demócrata impecable”. En el PCE, decía, “creíamos en una democracia popular que descansaba en el supuesto de pasar por una dictadura del proletariado que crease las condiciones objetivas para la democracia”, pero eso era, diría más tarde, “un autoengaño y un engaño para los demás”. Había que construir una democracia liberal y constitucional, y él pretendía ejercer un papel fundamental en ella como generador de ideas, aglutinador de intelectuales y articulador de intereses.

“El PSOE tomó su línea política de la de El País antes de gobernar”, dice Gracia. Se trataba de una política no basada en la clase, sino en el interés general, y era probablemente la única ruta posible para que el PSOE ganara las elecciones y asegurara un estado de bienestar viable y generoso, nada revolucionario, pero moderno y justo. “En buena medida ese era el espacio social que compartían el PSOE de Felipe González y El País de Pradera, tanto desde el punto de vista ideológico como biográfico. La interacción entre partido y periódico es una pesquisa hoy difícil o confiable solo a la memoria biográfica, pero […] ‘El País’ de entonces contribuyó a despejar, en el plano de la teoría y de la visibilidad periodística, puntos esenciales o incluso requisitos necesarios de la acción política del PSOE de González”, dice Gracia. Históricamente, lo normal había sido que los partidos políticos tuvieran un periódico. En los años ochenta españoles, parecía suceder al revés: un periódico, El País, establecía la línea política de un partido, el PSOE. Y Pradera podía montar en cólera si ese proceso no era fluido.

Terca rectitud

Una concepción terca de la rectitud llevó a Pradera a abandonar lo que probablemente fueran los dos empeños profesionales más importantes de su vida, Alianza Editorial y el desarrollo de la línea editorial de El País. Pero nunca abandonó del todo el grupo Prisa. Tras su salida de la sección de Opinión del periódico y, más tarde, de cargos en sus distintos órganos de dirección -no compartía con Jesús de Polanco la idea de sacar el periódico a bolsa y que el crecimiento del grupo se centrara en lo audiovisual y digital- asumió junto a Fernando Savater la codirección de Claves de la razón práctica, la revista mensual de ideas que creó Prisa en parte como “recompensa de Polanco tras el larguísimo historial de servicios prestados a El País”, dice Gracia. Y también se convirtió en una firma habitual y combatiente del periódico, ya con su propio nombre. Pradera vio con tristeza y asombro la rampante corrupción del PSOE a principios de los noventa. Pero aunque pudiera marcharse parcialmente de Prisa por su desacuerdo con la dirección, o criticar despiadadamente al PSOE, esos fueron sus mundos, a los que fue fiel como solo un excomunista podía serlo. A juzgar por el libro de Gracia, parece que nunca pensó que hubiera mucha vida inteligente más allá de esas dos instituciones.

La fusión entre biografiado y biógrafo lleva en ocasiones a una curiosa fusión de sus estilos

Jordi Gracia fue amigo de Pradera, como deja honestamente claro en el libro, y aunque le describe como alguien que podía ser arisco y empecinado, es probable que esta no sea, a pesar de la profesionalidad de Gracia, la biografía más objetiva posible. La fusión entre biografiado y biógrafo lleva en ocasiones a una curiosa fusión de sus estilos; a veces Gracia escribe con la “densidad críptica” que, con razón, le atribuye a Pradera, y que es tan evidente en las citas de sus editoriales y artículos de opinión. Sus filiaciones intelectuales, periodísticas y políticas parecen coincidir siempre.

Los miembros de mi generación, diría, ya no recurrimos a los dictámenes de Pradera para saber qué opinábamos sobre determinados asuntos. Y, para bien y para mal, no existió una figura equivalente a la suya para nosotros. Pero, como demuestra el libro de Gracia, su gran inteligencia, razón práctica y voluntad de influencia permiten entender su importancia central entre la Transición y mediados de los noventa. Y por qué fue un hombre clave para la modernización de la izquierda española y, con ello, un contribuyente neto a la consolidación de nuestra democracia. Fue un personaje extraordinario que quienes le empezamos a leer al final de su carrera, o aquellos que nunca lo hicieron, debemos conocer para entender algunos mecanismos internos de la democracia española. Incluso cuando parece que Gracia está demasiado cerca de los objetos de su estudio, sus libros siguen siendo valiosas reconstrucciones de ese lugar imprescindible en el que se juntan la política y la cultura de la España reciente.

Durante algo más de una década, me dijo en una ocasión un veterano periodista, fueron muchos los que no sabían qué pensaban sobre un asunto hasta que no leían el editorial de Javier Pradera en El País. Los editoriales de Pradera, publicados desde la fundación del periódico, a mediados de los setenta, hasta mediados de los ochenta, eran taxativos, oraculares y llevaban la marca de su prosa alambicada, aunque fueran obras colectivas. Como dice Jordi Gracia en la biografía de Pradera que acaba de publicar, mezclaban “el análisis político con la instrucción implícita y a veces explícita”. Pradera opinaba sobre lo que hacía el Gobierno, y luego le decía lo que tenía que hacer. Casi todo el mundo parecía escucharle.

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