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No importa lo que te digan en la comida de Navidad: esta tiene sentido aunque seas ateo
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Ramón González F

El erizo y el zorro

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Ramón González Férriz

No importa lo que te digan en la comida de Navidad: esta tiene sentido aunque seas ateo

Desde 2009, cada diciembre descargo el disco de villancicos de Bob Dylan en mi móvil antes de ir a celebrar la Navidad con mi familia

Foto: Las comidas de Navidad no se caracterizan precisamente por la mesura. (iStock)
Las comidas de Navidad no se caracterizan precisamente por la mesura. (iStock)

Hace una década, antes de la Navidad de 2009, Bob Dylan publicó un disco de villancicos, 'Christmas in the Heart'. Oscilaba entre lo sublime y lo pintoresco. 'Have Yourself a Merry Little Christmas', para mí el mejor tema del disco, recogía ese deseo reiterado de pasar más tiempo con la gente a la que queremos y la convicción de que el año que empieza será mejor: “Una vez más, como en los viejos tiempos, como en los maravillosos viejos tiempos, nuestros fieles y queridos amigos estarán cerca de nosotros”, dice la canción, de suave inspiración retro, como salida de una década más feliz. “El año que viene nuestros problemas estarán a kilómetros de distancia”, dice.

Bob Dylan nació en una familia judía y sus primeras canciones están llenas de alusiones bíblicas. En 1979, con treinta y ocho años, publicó uno de sus mejores discos, 'Slow Train Coming', de fuerte mensaje cristiano, con el que quiso celebrar su conversión al cristianismo y el regreso a la fe después de años de ausencia. Era el disco de un renacido, cuyo sentido era mucho más oscuro que el de un villancico: “Vas a tener que servir a alguien -decía su primera y brillante canción-. Sí, puedes servir al diablo o puedes servir al Señor, pero vas a tener que servir a alguien”. Sin embargo, el entusiasmo religioso le duró poco. En 1997, declaró a la revista Newsweek: “Esta es la verdad desnuda: encuentro la religiosidad y la filosofía en la música. No encajo en ninguna otra parte. Canciones como “Let Me Rest on a Peaceful Mountain” o “I Saw the Light”; esa es mi religión. No sigo a rabinos, predicadores, evangelistas, nada de eso. He aprendido más de las canciones de lo que he aprendido de esa clase de figuras. Las canciones son mi lenguaje. Creo en las canciones”.

Desde 2009, cada diciembre descargo el disco de villancicos de Bob Dylan en mi móvil antes de ir a celebrar la Navidad con mi familia. Escucho las canciones buenas y las anodinas. No, me digo, no hace falta servir a nada ni a nadie, basta con reunirte con la gente a la que quieres y desear un año mejor. Y no se me ocurre ninguna razón para dejar de ser ateo.

Incoherencias

Esta semana, el columnista del New York Times Ross Douthat, uno de los católicos más influyentes en Estados Unidos, decía que vivimos en una era donde existen dos miedos enfrentados. Muchos cristianos que recuerdan las grandes catástrofes del nazismo y el comunismo soviético, dice, “aún temen la posibilidad de un totalitarismo poscristiano”. A su vez, los no creyentes temen todavía más a algunos “elementos del cristianismo conservador”. Nuestro mundo, dice, sigue regido en gran medida por el marco de pensamiento cristiano, tal vez el más influyente y duradero de la historia, pero eso no significa que seamos conscientes de ello, o que le prestemos atención. Hasta la modernidad tiene raíces profundamente cristianas. La prueba, dice, es que la izquierda “laica y luchadora por la justicia social” cree que “puede preservar lo mejor del legado ético cristiano y al mismo tiempo ignorar su metafísica y una parte considerable de su moralidad”.

Esto, decía Douthat, es en cierta medida incoherente, pero reconocía, creo que de manera acertada, que “las sociedades pueden vivir en la incoherencia ideológica durante bastante tiempo antes de que esa tendencia se manifieste, y no creo que muchos lectores laicos vayan a adoptar la fe religiosa porque el columnista de un periódico se queje sobre la incoherencia de su sistema”.

La sociedad puede vivir con incoherencias, aunque me parece que no tienden a resolverse, ni falta que les hace

Creo como Douthat que la sociedad puede vivir con incoherencias, aunque me parece que no tienden a resolverse, ni falta que les hace (estoy de acuerdo con él en que nadie va a cambiar sus creencias por leer una columna: tengo un interés muy relativo por convertir cristianos al ateísmo). No creo que la pluralidad sea algo bueno en sí, sino que es un hecho natural allí donde hay libertad, de modo que la mezcla de cristianos y ateos, y sus influencias mutuas son algo que tiene pleno sentido en una sociedad como la nuestra, que ha llegado a dominar el arte de combinar el espiritualismo con el consumo.

De hecho, esas influencias mutuas tienen lugar en el interior de los individuos: firmes defensores de la civilización cristiana que se divorcian; desdeñosos de la religión que muestran una fe religiosa en la no creencia; escépticos muy convencidos; gente tan piadosa que considera que aproximadamente la mitad de sus conciudadanos son despreciables.

Me gustaría pensar que es evitable la conversión de ese pluralismo social e individual en una forma de guerra cultural, esa manera de transformarlo todo en un campo de batalla moral y electoral, tan de moda últimamente. Pero es muy posible que ahora no lo sea: la confrontación ha cobrado tanto prestigio que el molesto familiar que aprovecha la comida de Navidad para hacer un poco de propaganda beoda de lo que quiera que tenga en la cabeza se ha convertido en una tendencia respetable. Mi consejo: bébanse otro chupito y denle una palmada indiferente en la espalda.

De modo que sí, este año tengo descargado 'Christmas in the Heart' en el móvil, y ya lo he escuchado en el AVE de camino a Granollers. Un judío, luego cristiano renacido, luego practicante de una religión peculiar que solo está en las canciones, le canta a un ateo poco evangelista relatos de redención, esperanza y amistad. Se vive bien en esa incoherencia. Como dice 'The Christmas Song', una de las mejores canciones del disco, “aunque se ha dicho muchas veces y de muchas maneras, que tengas una feliz Navidad”.

Hace una década, antes de la Navidad de 2009, Bob Dylan publicó un disco de villancicos, 'Christmas in the Heart'. Oscilaba entre lo sublime y lo pintoresco. 'Have Yourself a Merry Little Christmas', para mí el mejor tema del disco, recogía ese deseo reiterado de pasar más tiempo con la gente a la que queremos y la convicción de que el año que empieza será mejor: “Una vez más, como en los viejos tiempos, como en los maravillosos viejos tiempos, nuestros fieles y queridos amigos estarán cerca de nosotros”, dice la canción, de suave inspiración retro, como salida de una década más feliz. “El año que viene nuestros problemas estarán a kilómetros de distancia”, dice.

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