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Cien años de la ley seca: ¿vuelve el puritanismo de entonces?
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

Cien años de la ley seca: ¿vuelve el puritanismo de entonces?

Desde enero de 1920 hasta 1933 en Estados Unidos estuvo prohibido el consumo de alcohol

Foto: Manifestación pidiendo la legalización del alcohol durante la ley seca.
Manifestación pidiendo la legalización del alcohol durante la ley seca.

En enero de 1920, hace justo un siglo, entró en vigor en Estados Unidos una de las leyes más debatidas en ese país, la llamada ley seca. De la segunda mitad del XIX en adelante, mucha gente muy diversa la defendió con furor: una mezcla de fervientes creyentes protestantes, algunos progresistas y muchas mujeres, en gran medida del mundo rural. Un buen ejemplo de esta amalgama fue la Unión de la Mujer Cristiana por la Sobriedad, que además de luchar por la prohibición del alcohol lo hizo por el derecho al voto de las mujeres. Conseguiría antes lo primero que lo segundo.

Porque, efectivamente, quienes creían que el alcohol era el origen de problemas como la pobreza, la promiscuidad, la irreligiosidad y la pereza se salieron con la suya y lograron que en todo el país se aprobara la Decimoctava Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que prohibía "fabricar, vender o transportar licores embriagadores".

Nadie pensó que aquello se fuera a imponer y, como pasa en tantas ocasiones, el Estado no estaba en disposición de hacer cumplir la ley. De hecho, el presidente, Woodrow Wilson, la vetó porque era consciente de lo delicadas que eran las normas que tenían que ver “con los hábitos y las costumbres personales de un gran número de ciudadanos”. Pero se aprobó igualmente. Como la ley hablaba de la fabricación o la comercialización de alcohol, y no del consumo o la posesión, muchas personas empezaron a acumular botellas y toneles con la esperanza, literal, de tener suficiente que beber hasta el día de su muerte. En las ciudades florecieron los llamados “speakeasies”, locales discretos en los que se servía alcohol, muchas veces fabricado de manera doméstica y de pésima calidad (algunos historiadores sostienen que este es el origen de algunos cócteles: era necesario enmascarar con zumos, refrescos y azúcares lo malo que era el licor). Pero no solo eran los bares: cualquier sitio -las tiendas, los aparcamientos de coches o los cobertizos de las granjas- era susceptible de convertirse en una fábrica o una expendeduría de bebidas alcohólicas.

placeholder Woodrow Wilson en una imagen de archivo.
Woodrow Wilson en una imagen de archivo.

La policía no daba abasto. No tenía recursos personales ni materiales para impedir la fabricación y la distribución del alcohol, que en muchos casos llevaban a cabo mafias que antes se dedicaban a otros asuntos. En Nueva York, la cerveza “lager”, que habían introducido los alemanes, se había convertido en la bebida preferida de la ciudad. Tras la prohibición, Excelsior, una fábrica de esa cerveza situada en Brooklyn, se salvó de la bancarrota produciendo cerveza sin alcohol. Pero la prosperidad que consiguió vendiendo esa bebida tan poco apetecible -parece que entonces era aún peor que ahora- alertó a las autoridades, que descubrieron que seguía fabricando la vieja “lager” alcohólica. La gente con dinero y los contactos adecuados no tuvo demasiados problemas, en definitiva, para seguir bebiendo. En parte debido a la inoperancia de la prohibición, en 1933 el presidente Franklin D. Roosevelt empezó a desmantelarla.

Como recordaba hace unos días 'The New York Times', este enero mucha gente dejará de beber. No porque vuelva a estar prohibido en su país, sino por elección propia, para limpiar su organismo o simplemente perder el peso ganado durante las fiestas. Tal vez sea una buena idea. Como no beber nunca, no comer carne, racionar el sexo o la masturbación o procurarse algunos sacrificios con la idea de que son buenos para el carácter o satisfacen a alguna divinidad. También es posible que sea buena idea hacer todo lo contrario.

A veces nos alarmamos por lo que consideramos un creciente puritanismo. Parece que ahora abunda más en la izquierda, como hizo entre los progresistas rurales de finales del siglo XIX estadounidenses que favorecían la prohibición del alcohol. En todo caso, la noción es la misma de siempre: una idea bienintencionada de alguien preocupado por el bienestar de los demás se convierte, en el mejor de los casos, en una monserga insoportable; en el peor, en un pecado que el Gobierno declara ilegal. Mucha gente se agobia: ¡es que ya no se puede hacer nada! ¡Es que parece que todo está prohibido! ¡Ya no me dejan ni fumar en el bar!

placeholder Hombres tirando alcohol de los barriles.
Hombres tirando alcohol de los barriles.

A pesar de estos miedos seguimos viviendo en una parte del mundo increíblemente tolerante con lo que consume cada uno. En nuestro tiempo, de hecho, es mucho más habitual la monserga que la prohibición, lo cual puede hacer que estar atento al debate público sea una lata, pero la mayor parte del tiempo no pasa de eso. “Haga usted lo que quiera, pero pague mucho y no lo haga aquí”, es la consigna de nuestros tiempos.

Un caso distinto son las drogas, pero tiendo a pensar que su ilegalidad se debe más a razones logísticas que morales: ningún Gobierno sería capaz de imponer su legalización, de la misma manera en que ahora ninguno puede lograr su desaparición. Es decir: hacer que cada gramo de cocaína que se vende en España pague impuestos, y que quien lo vende se afilie como autónomo a la Seguridad Social, por no hablar de los impuestos en origen en países con Estados más débiles como Bolivia o Colombia, es aún más difícil que impedir su venta ilegal.

placeholder Neoyorkinos celebran el final de la ley seca en 1933.
Neoyorkinos celebran el final de la ley seca en 1933.

La cultura estadounidense, esencialmente el cine, convirtió los años de la ley seca en una época en la que la delincuencia glamurosa y el hedonismo frívolo se enfrentaban a turbas de prohibicionistas mojigatos y políticos santurrones. Eso coincidió, además, con la popularización del swing, el auge de ideologías extremas y un boom económico que ya sabemos cómo acabó en 1929. En la actualidad hay algo de fijación cultural con esa época. Como entonces, nos gusta hablar del retorno del puritanismo progresista, del choque entre fascistas y comunistas y de un cierto nihilismo económico: disfrutemos de las migajas porque el desastre llegará igualmente. La banda sonora del momento es el reguetón (las cosas que entonces dijeron los críticos del swing se parecen mucho a las que ahora dicen de este). Pero todo tiene algo de sucedáneo. Hay un nuevo puritanismo del consumo, es cierto. Por el momento va ganando en Twitter y en las secciones de estilo de vida de los periódicos, y va perdiendo en la política real. El problema quizá sea que Twitter y las secciones de estilo de vida se están convirtiendo en la política real.

En enero de 1920, hace justo un siglo, entró en vigor en Estados Unidos una de las leyes más debatidas en ese país, la llamada ley seca. De la segunda mitad del XIX en adelante, mucha gente muy diversa la defendió con furor: una mezcla de fervientes creyentes protestantes, algunos progresistas y muchas mujeres, en gran medida del mundo rural. Un buen ejemplo de esta amalgama fue la Unión de la Mujer Cristiana por la Sobriedad, que además de luchar por la prohibición del alcohol lo hizo por el derecho al voto de las mujeres. Conseguiría antes lo primero que lo segundo.

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