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El coronavirus es también un arma ideológica (para darnos la razón)
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Ramón González F

El erizo y el zorro

Por
Ramón González Férriz

El coronavirus es también un arma ideológica (para darnos la razón)

Tenemos que convertirlo todo en parte de nuestra particular guerrita cultural. Porque da menos trabajo, porque nos hace sentir cómodos, porque sentimos que nos acerca al poder

Foto: Medidas de protección frente al coronavirus (EFE)
Medidas de protección frente al coronavirus (EFE)

El desarrollo cotidiano de la política y la cultura nos enseña algo: la gente tiende a adaptarse a las nuevas realidades de acuerdo con sus sesgos previos y a juzgar bueno lo que hacen los suyos y malo lo que hacen sus adversarios. Ante cada acción o declaración de Pedro Sánchez, Santiago Abascal, el árbitro del Barça-Madrid, Javier Bardem, un torero, Trump, Sanders o el obispo de Mondoñedo-Ferrol, ya sabemos quién se posicionará a favor y en contra, y cómo todo el mundo creerá que la nueva noticia refuerza sus prejuicios anteriores.

Como muchas veces la ambición de los humanos es ilimitada, hemos sumado un virus a las cosas que nos dan la razón. El coronavirus. Más allá de la tristeza por los fallecidos y la preocupación por su impacto en la economía, es asombroso ver cómo ya lo hemos incorporado a nuestras guerras ideológicas. Siempre, claro, para darnos la razón.

Quienes creían que muchos de los problemas actuales se deben a la excesiva entrada y salida de personas a través las fronteras, piensan que el virus les ha dado la razón. Matteo Salvini ya ha intentado vincular su propagación en Italia con la entrada de migrantes y refugiados. Quienes creen que la apertura de las fronteras no solo se trata de una cuestión de eficiencia sino de moralidad, ni siquiera se han planteado si en casos como el actual puede tener sentido cerrarlas; por lo demás, han considerado la llegada del virus como una demostración más de que una sanidad universal gratuita es imprescindible. De más está decir que quienes en general son favorables a la gestión del Gobierno opinan que su actuación está siendo ejemplar, y quienes creen en la necesidad de medios de comunicación públicos afirman que están realizando una buena cobertura, y viceversa. Ah, y a los independentistas catalanes, para variar, les ha sentado mal algo que ha dicho Pablo Casado.

Matteo Salvini ya ha intentado vincular su propagación en Italia con la entrada de migrantes y refugiados

El fenómeno es global. Rush Limbaugh, uno de los periodistas más partidarios del presidente Donald Trump, afirmó que “el coronavirus es el resfriado común, chicos” y que se le daba relevancia porque los medios de izquierdas lo utilizaban como arma para que Trump no gane las próximas elecciones. Casi como si quisiera darle la razón, el viernes pasado la revista 'The New Yorker', un medio progresista, publicaba una brillante portada criticando la gestión que el Gobierno de Trump está haciendo de la crisis sanitaria. Luego, en un artículo, le acusaba de no saber sobre “enfermedades infecciosas”, como si los demás presidentes del mundo supieran algo del tema. Del mismo modo, los demócratas denuncian que las bolsas se despeñan por culpa de la inseguridad que provocan las declaraciones de Trump, mientras que los republicanos están convencidos de que eso se debe a la histeria de los medios demócratas.

Por supuesto, quienes creen que China es una dictadura atroz no dudan de que hay que ser extremadamente escéptico con las cifras sobre la epidemia que hace públicas su Gobierno y denuncian los recortes de los derechos civiles que se están llevando a cabo aprovechando las circunstancias. Quienes no viven tan preocupados por la situación política en China, porque juzgan que su Gobierno es autoritario pero eficiente —y gracias a su gestión ha enriquecido enormemente a los chinos—, anhelan el poder de las dictaduras para gestionar crisis.

placeholder El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón (EFE)
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón (EFE)

Los partidarios de la globalización afirman que la expansión del coronavirus demuestra que necesitamos respuestas globales a problemas globales. A veces, los defensores de la desglobalización parecen creer que si no existiera la globalización no habría pandemias, como las hubo hace más de un siglo, por no hablar de hace cinco, cuando España conquistaba medio mundo.

(Aquí van mis opiniones: soy partidario de fronteras abiertas pero no ciego a los miedos que produce la inmigración; aunque no, esta nada tiene que ver con el coronavirus. Creo que China es la mayor amenaza global contra la democracia; que hay que asumir que la globalización tiene contrapartidas negativas y tratar de corregirlas, pero que es más buena que mala; y que la gestión de Trump es mala pero que la oposición estadounidense resulta cada vez más ineficiente y, en ocasiones, irritante. La gestión del gobierno español, al menos en términos de comunicación, me está pareciendo razonable.)

Los sesgos cognitivos

La capacidad que tenemos los humanos de adaptar la realidad a nuestra ideología es fascinante. Hay varias explicaciones para el fenómeno. En primer lugar está el llamado “sesgo de confirmación”: nuestro cerebro busca de manera sistemática información que corrobore lo que ya creemos; en parte, porque es perezoso y no quiere cambiar de opinión. También está la sensación de pertenencia: somos seres tribales y cuando percibimos una amenaza nos reunimos en torno a quienes vemos como los nuestros, aquellos con los estamos de acuerdo y nos sentimos seguros. Y está, por supuesto, la cuestión del poder: ninguna situación es mala para tratar de conseguir el poder o para conservarlo.

Pero, en última instancia, se produce algo que es una combinación de los tres elementos anteriores. Aprovechamos cualquier acontecimiento para intentar fastidiar a los demás. Parece un impulso irrefrenable que ni siquiera dramas potencialmente enormes, como el del coronavirus, logran que dejemos de lado, y que si acaso lo potencian. Tenemos que convertirlo todo —del calentamiento global a las pandemias, pasando por cualquier cosa imaginable— en parte de nuestra particular guerrita cultural. Porque da menos trabajo, porque nos hace sentir cómodos, porque sentimos que nos acerca al poder. Y, sobre todo, porque así fastidiamos a algún desconocido en Twitter.

El desarrollo cotidiano de la política y la cultura nos enseña algo: la gente tiende a adaptarse a las nuevas realidades de acuerdo con sus sesgos previos y a juzgar bueno lo que hacen los suyos y malo lo que hacen sus adversarios. Ante cada acción o declaración de Pedro Sánchez, Santiago Abascal, el árbitro del Barça-Madrid, Javier Bardem, un torero, Trump, Sanders o el obispo de Mondoñedo-Ferrol, ya sabemos quién se posicionará a favor y en contra, y cómo todo el mundo creerá que la nueva noticia refuerza sus prejuicios anteriores.

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