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En una España 'podría' y sin ética, a los políticos solo les queda la estética
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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En una España 'podría' y sin ética, a los políticos solo les queda la estética

Unamuno dijo que a los catalanes lo que les perdía era la estética. Como tantas otras cosas, ahora eso no solo es cierto para los catalanes, sino para todos los españoles

Foto: Fernando Simón luciendo mascarilla. (EFE)
Fernando Simón luciendo mascarilla. (EFE)
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Fernando Simón ha hecho un trabajo mediocre durante la pandemia, pero tengo la sensación de que le gusta a una parte importante de la población por su estética. Cierta informalidad estudiada, un pelo y unas cejas que parecen los de un científico afable con el grado justo de excentricidad, unos modales amables: todo eso hace que los progresistas se sientan cómodos con él, independientemente de si ha cumplido su misión. Isabel Díaz Ayuso no ha logrado aprobar ninguna ley relevante ni un presupuesto, pero eso apenas importa: mezcla cierta gracia con una actitud agresiva, utiliza palabras grandilocuentes con desparpajo, transmite la sensación de ser una mujer que hace lo que quiere sin necesidad de utilizar una retórica feminista. Probablemente, a sus votantes eso les importe más que el hecho de que sea una buena gestora.

No son los únicos ejemplos. Pero muestran bien cómo, en tiempos de tribalismo político, la estética —la manera de vestir, de hablar, de comportarse— produce adhesiones y odios en la misma medida que las ideas. Por supuesto, esto no es algo nuevo. Siempre ha sido relativamente fácil intuir las ideas políticas de alguien por su aspecto y sus modales. Pero antes, al menos en contextos institucionales y formales, los hombres y las mujeres vestían de manera más homogénea: ellos apenas podían escapar del traje con corbata (en mis recuerdos, en la década de 1980 solo los sindicalistas osaban prescindir de ella) y ellas de diversas variaciones del traje chaqueta. La libertad indumentaria de hoy en día, que ha llegado plenamente a la política en la última década, se ha sumado a los recursos tradicionales para expresar pertenencia ideológica. Y de la manera más insospechada. ¿Quién iba a pensar que unos vaqueros pitillo con tacones altos iban a considerarse, en las mujeres, una muestra de liberalismo o conservadurismo? ¿O que la izquierda iba a hacer propaganda de marcas de ropa durante una campaña electoral?

En tiempos de tribalismo político, la estética genera adhesiones y odios como las ideas

Por supuesto, tampoco es un fenómeno exclusivamente español. Este fin de semana, Janan Ganesh, periodista del 'Financial Times', explicaba la rapidez con la que ha cambiado la estética dominante en Washington tras la salida de Trump de la presidencia y la llegada de Biden y su equipo. “Si miramos dos décadas atrás, hay un cambio que destaca —decía Ganesh—. La izquierda y la derecha ya no son solo, ni siquiera principalmente, movimientos ideológicos. Se han convertido más bien en grupos etnográficos; su cohesión interna se basa en la vestimenta, el lenguaje y las costumbres en la misma medida que en la doctrina”. Por supuesto, nos sentimos identificados con quienes tienen las mismas ideas que nosotros, pero quizá eso sea demasiado complejo para una afinidad rápida y visceral. El aspecto y la forma de hablar, en ese sentido, son elementos más inmediatos y efectivos. ¿Para qué vas a discutir sobre el tipo marginal del IRPF que consideras más eficiente si basta con llevar zapatillas deportivas para transmitir que estás a favor del pueblo o una pulserita con la bandera para evidenciar que eres un defensor de la libertad?

"Vistes como un socialista"

Es muy probable que fuera inevitable llegar a este punto. El otro día, cuando alguien quiso zanjar una discusión conmigo, dijo: “Pero es que está clarísimo que tú te vistes como un socialista”. Cuando respondí que no solía estar de acuerdo con el actual Gobierno de Pedro Sánchez, me dijo: “Ya, ya, como un socialista, pero de los más de centro”. ¿Dijo eso por mi costumbre de vestir casi íntegramente de color azul? Uno de mis amigos, que viste de manera informal —camisas de cuadros, vaqueros desgastados, botas de montaña— porque es algo plenamente aceptado en las redacciones de periódico, me dijo que le molestaba que su aspecto se identificara con Podemos (ni siquiera eso logrará que se quite la camisa de franela: sospecho que quiere seguir identificándose con una tribu que le abandonó hace tiempo: la juventud). Basta con ponerse una camisa blanca con una americana 'sport' azul marino y unos vaqueros más formales para transmitir que eres “ciudadaner”: hombre de orden, pero moderno.

¿Qué haces cuando una prenda de ropa que te gustaba adopta connotaciones políticas?

En principio, esto no es un problema: con nuestra imagen transmitimos una serie de coordenadas ideológicas, pero también sexuales o de estatus económico. Y escoger tu apariencia es uno de los placeres de la vida: incluso quienes, por suerte, no nos la tenemos que ganar con nuestro aspecto físico, podemos adaptarlo, a través de la ropa, el peinado o la gestualidad, para transmitir mejor nuestras aspiraciones o personalidad. Aunque pueda dar pie a equívocos o emitir señales indeseadas. ¿Qué haces cuando una prenda de ropa o un estilo que te gustaba adopta de repente connotaciones políticas?, como ha sucedido con las corbatas estrechas (abrazadas por la izquierda formal), las mechas rubias en las mujeres (el centroderecha) o el pelo largo en los hombres (si es un poco largo puede ser de derechas, pero a partir de cierto punto es inequívocamente de izquierdas).

Cabe preguntarse si debajo de esta nueva relevancia del aspecto en la política hay algo más. Es decir, si la política sigue siendo una cuestión de gestión e ideología o ya solo una cuestión de “estilo”, en la que importa más lo que tu aspecto dice de ti —a la hora de diferenciarte de los demás, de que te contraten o voten, de pensar estratégicamente— que lo que haces con el poder. Es posible que un aspecto y unos modales determinados proporcionen la sensación de pertenencia que antes se conseguía al formar parte de una religión o una comunidad concreta. Pero sería devastador, decía Ganesh, que la política ya solo tratara de eso. De pertenencia. Y, sin embargo, es probable que durante un tiempo vaya a ser así. Nos va a perder la estética.

Fernando Simón ha hecho un trabajo mediocre durante la pandemia, pero tengo la sensación de que le gusta a una parte importante de la población por su estética. Cierta informalidad estudiada, un pelo y unas cejas que parecen los de un científico afable con el grado justo de excentricidad, unos modales amables: todo eso hace que los progresistas se sientan cómodos con él, independientemente de si ha cumplido su misión. Isabel Díaz Ayuso no ha logrado aprobar ninguna ley relevante ni un presupuesto, pero eso apenas importa: mezcla cierta gracia con una actitud agresiva, utiliza palabras grandilocuentes con desparpajo, transmite la sensación de ser una mujer que hace lo que quiere sin necesidad de utilizar una retórica feminista. Probablemente, a sus votantes eso les importe más que el hecho de que sea una buena gestora.

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