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¿Cuántos pantalones necesitas? Cuidado con tirar lo innecesario
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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¿Cuántos pantalones necesitas? Cuidado con tirar lo innecesario

Kondo daba las gracias por todos los objetos que uno podía acumular, pero luego procedía a vaciar los armarios de ropa y a cubrir la cama con toda la que consideraba prescindible

Foto: Pantomima Full - 'Minimalista'
Pantomima Full - 'Minimalista'

Todo empezó, en nuestra era, con Marie Kondo. ¿Cuántos pantalones necesitamos? ¿Cuántos libros ya leídos deberíamos guardar en casa? ¿Cuántos tipos distintos de vasos? Los vídeos con los que Kondo nos explicaba que podíamos reducir eso —y todo lo demás— al mínimo eran hipnóticos. Como lo fue el libro que la lanzó al estrellato, publicado hace ya una década, 'La magia del orden'. Kondo daba las gracias por todos los objetos que uno podía acumular, pero luego procedía a vaciar los armarios de ropa y a cubrir la cama con toda la que consideraba prescindible. A continuación, enseñaba a doblar las pocas prendas que quedaban para que ocupasen poco espacio y causaran el mejor efecto posible al abrir el cajón o el armario donde se guardaran. Había que clasificarlo todo por tipo, color, tamaño. La sonrisa imborrable de Kondo —menuda, guapa, impecablemente vestida— acababa pareciendo una amenaza.

Pensé en ella, y en el enorme fenómeno cultural que ha supuesto en los últimos diez años, viendo la última parodia de Pantomima Full, que la pareja de humoristas publicó el viernes pasado. En ella, un joven en camiseta y gorrito de lana dice que, tras sufrir una crisis vital, decidió deshacerse de todas sus posesiones para llevar una vida minimalista. No tener que pensar qué te pones porque tienes poca ropa y además toda es igual; despojarte de las cortinas para que tu sueño —en un simple colchón apoyado en el suelo, sin cama de por medido— se rija por la luz del sol; tener en la cocina solo un vaso, un plato, un tenedor: eso, dice el protagonista con voz meliflua, le permite tener “menos estrés, menos ruido mental, estar en paz contigo mismo”.

Tanto Kondo como el pantomimo podrían confundirse con partidarios de la austeridad que desdeñan los bienes materiales. Serían una versión actual de los viejos filósofos cínicos que detestaban las convenciones, cuyo pensador más conocido, Diógenes, no tenía más posesión que la tinaja en la que vivía. O de los cristianos primitivos, que renunciaban a todo salvo a una túnica de pelo animal. También podrían parecer radicales políticos como los que, a principios del siglo XX, condenaban la acumulación de riqueza y objetos que implicaba la vida burguesa y vivían con lo mínimo, se hacían vegetarianos y creían que la clave para la buena salud eran los baños de sol. Pero dudo que Kondo y el del gorrito pertenezcan a esta estirpe. Si mi experiencia es ilustrativa, en el siglo XXI para ser minimalista, austero y desprendido tienes que ser algo amante de las convenciones, bastante rico y notablemente burgués.

En el siglo XXI para ser minimalista y austero tienes que ser notablemente burgués

Lo cual no tiene nada de malo, por supuesto. Pero sí es elocuente que, quienes suelen clamar contra el materialismo, sean los que pueden satisfacer con facilidad sus necesidades materiales. Y que quienes tienden a hablar contra la vida burguesa sean los que han nacido en familias acomodadas. Normalmente, estas formas de austeridad radical tienen un fuerte componente moral: aquellos que la practican están convencidos de que los que encontramos un cierto placer en acumular cosas sufrimos alguna clase de desorden mental que nos hace confundir la abundancia con la felicidad, o de que pensamos que si tenemos pocas cosas no sabremos cómo transmitir a los demás nuestro estatus. El exceso de cosas, en su opinión, es una manera absurda de rehuir el encuentro con la verdadera espiritualidad.

Peligros

Es posible que haya algo de eso: sin duda, cierto grado de abundancia contribuye a la felicidad. Además, naturalmente, hay un elemento político. No debe ser el caso de Kondo pero, al menos en mi generación, la austeridad es una señal de izquierdismo; si luego quienes la practican ganan dinero o se cansan de vivir sin nada, suelen justificar el cambio con que eso es igualmente de izquierdas: “lo que querrían los de derechas es que no tuviéramos nada”. Pero también es verdad que los partidarios de deshacerse de todo lo material desconocen el placer que producen los simples objetos. No solo los caros o exclusivos. En muchas casas y para muchos individuos, las mayores alegrías proceden de muebles de Ikea, ropa de Uniqlo, relojes Swatch o productos de muchas otras marcas que son estupendos, muy baratos e incitan al acopio. La despensa y la nevera llenas pueden producir una sensación de serenidad única. Una biblioteca extensa no es síntoma de una amplia cultura, pero sí es una puerta abierta a esa posibilidad. Cuando en el segundo libro de Kondo, 'La felicidad después del orden', esta dice que se ha deshecho de los altavoces de su casa porque ha descubierto que si subía lo suficiente el volumen, los auriculares podían ejercer la misma función, sentí que ahí había algo peligroso.

Estar en desacuerdo con la austeridad material no tiene nada que ver con la predilección por el desorden. Las casas desordenadas me producen pánico (sí, también hay algo moral ahí), y si usted es irremediablemente desordenado y sabe que seguirá siéndolo, le recomiendo el plan Kondo/Pantomima: tire todo lo que pueda aparecer de manera azarosa e incómoda en un lugar que es evidente que no le corresponde. Pero aparte de los casos patológicos de desorden, tener cosas es bueno y agradable. El placer, en contra de lo que creen quienes consideran su búsqueda una forma de decadencia o falta de carácter, es estupendo. Las reproducciones baratas de cuadros, las postales, las plantas y los jarrones —en otro momento de su segundo libro, Kondo tira un jarrón porque dice que, si en algún momento quiere flores, siempre puede ponerlas en una botella de plástico— contribuyen a la buena vida.

“Me desprendí de lo innecesario —dice el austero de Pantomima Full—. De libros, de objetos, del gato”. Como todas las de Pantomima, la parodia funciona porque capta perfectamente la confusión de quien cree que la clave del éxito está en la distinción, sin darse cuenta de que, cuando todo el mundo trata de hacerlo de la misma manera, se convierte en un tópico. A Kondo le ha ido un poco mejor: para estar en contra de la acumulación de libros, ha vendido varios millones de ellos. Y tiene una bonita tienda online en la que vende objetos de decoración.

Todo empezó, en nuestra era, con Marie Kondo. ¿Cuántos pantalones necesitamos? ¿Cuántos libros ya leídos deberíamos guardar en casa? ¿Cuántos tipos distintos de vasos? Los vídeos con los que Kondo nos explicaba que podíamos reducir eso —y todo lo demás— al mínimo eran hipnóticos. Como lo fue el libro que la lanzó al estrellato, publicado hace ya una década, 'La magia del orden'. Kondo daba las gracias por todos los objetos que uno podía acumular, pero luego procedía a vaciar los armarios de ropa y a cubrir la cama con toda la que consideraba prescindible. A continuación, enseñaba a doblar las pocas prendas que quedaban para que ocupasen poco espacio y causaran el mejor efecto posible al abrir el cajón o el armario donde se guardaran. Había que clasificarlo todo por tipo, color, tamaño. La sonrisa imborrable de Kondo —menuda, guapa, impecablemente vestida— acababa pareciendo una amenaza.

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