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Así era Madrid en 1983: caos, devastación y expectativas incumplidas
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Así era Madrid en 1983: caos, devastación y expectativas incumplidas

Un libro de Arturo Lezcano muestra la cara oculta de aquella ciudad aparentemente ilusionada por el asentamiento de la democracia y la llegada al poder del PSOE

Foto: Motín de presos en la cárcel de Carabanchel, en Madrid, en 1983. (Marisa Flórez)
Motín de presos en la cárcel de Carabanchel, en Madrid, en 1983. (Marisa Flórez)

En muchos sentidos, a principios de los años ochenta, no había mejor radiografía de lo que eran España y Madrid que Carabanchel. Y, más concretamente, su cárcel. Como cuenta el periodista Arturo Lezcano en 'Madrid, 1983. Cuando todo se acelera', que acaba de publicar Libros del KO, ese año convivían allí “miembros de los Grapo, ETA político-militar, ETA militar, Comandos Autónomos Anticapitalistas, grupos anarquistas (...) miembros de bandas ultraderechistas varias” y, por supuesto, delincuentes comunes. La cárcel tenía capacidad para 500 presos, pero llegó a haber más de 2.000, un 90% de los cuales eran preventivos.

En 1983, por iniciativa del ministro de Justicia del primer Gobierno del PSOE, Fernando Ledesma, se llevó a cabo una reforma del Código Penal que modernizaría las políticas penitenciarias y acabaría con los usos de la dictadura. Pero a pesar de esta, “hablamos de los primeros ochenta como si fueran la posguerra y Carabanchel un campo de concentración”, dice Lezcano. La violencia política estaba por todas partes, y también empezaba a estarlo la droga, que entraba en la cárcel oculta en los genitales de las mujeres o los rectos de los hombres; las jeringuillas se alquilaban y, si no las había, los yonquis utilizaban bolígrafos para picarse. Era habitual encontrar cadáveres en las celdas, pero difícil saber si su muerte se debía a una sobredosis o al grado de adulteración de la heroína. Carabanchel, según un viejo preso entrevistado por Lezcano, “estaba construida para darnos la sensación a los de dentro de que realmente estábamos muy pero que muy encerrados. Estaba hecha para joderte la vida”.

placeholder 'Madrid, 1983'. (Libros del KO)
'Madrid, 1983'. (Libros del KO)

Pero no se trataba solo de Carabanchel. Según cuenta 'Madrid, 1983' —un libro muy solvente y ameno—, el Madrid aparentemente ilusionado por el asentamiento de la democracia y la llegada al poder del PSOE era en realidad una mezcla de caos, devastación y expectativas incumplidas. Las organizaciones terroristas de todo el país habían decidido que ese era el lugar en el que debían asesinar para conseguir importancia y visibilidad (“hay que golpear ahí, porque lo que hagas va a doler mucho más”, dijo un militante del Grapo); solo ETA mataba a una persona a la semana. La policía, dirigida en muchos casos por los viejos mandos que habían sobrevivido al final del franquismo, además de emprender una guerra sucia contra el terrorismo —fuera por iniciativa propia o por órdenes políticas del PSOE— también luchó contra la delincuencia común con métodos ilegales, llegando a pactar con ella el reparto de los beneficios de robos y estafas. Al mismo tiempo, se resistía con fiereza a los intentos modernizadores del Gobierno socialista, que además, según Lezcano, no facilitó las cosas al enamorarse de la Guardia Civil y hacer que los demás cuerpos se sintieran postergados.

PSOE absoluto

El poder casi absoluto del PSOE tuvo otras consecuencias. Enrique Tierno Galván proyectó su personalidad excéntrica, modernizadora y un poco pintoresca sobre las partes más visibles de Madrid y su cultura. Pero también tuvo un fuerte impacto en los barrios que durante los últimos años del franquismo se habían organizado políticamente para mejorar unas condiciones de vida que parecían ancladas en los años cincuenta. Como cuenta Lezcano, seguían existiendo los “poblados de absorción”, que habían intentado organizar las chabolas, y las casas autoconstruidas; “San Blas era un poema: casas de cuarenta metros cuadrados en los que se apretujaban dos y tres dormitorios sin aislamiento ni las mínimas condiciones de habitabilidad”. Madrid emprendió como pudo su reforma, pero paradójicamente eso acabó con la organización política en esos barrios en los que arrasaba la izquierda: muchos de sus responsables se pasaron directamente a la política y, en todo caso, en esos lugares el PSOE siempre contó con autoridad para decir que había que tener paciencia, que ellos hacían todo lo que podían.

"San Blas era un poema: casas de 40 metros en los que se apretujaban dos y tres dormitorios sin las mínimas condiciones de habitabilidad"

En el resto del país, el Partido Socialista también hacía lo que podía y, por eso, algunos empezaron a sentirse estafados por unas políticas económica, industrial o exterior mucho menos izquierdistas de lo que esperaban. “El resultado fue una década de cambios, pero también de frustraciones”, dice Lezcano. “La modernización tenía un reverso, como empezó a comprobarse en 1983. Las decisiones políticas demostraron que aquellos nuevos gobernantes ni eran tan rojos ni hacían tantos milagros, ni sacarían a España de la OTAN alegremente ni expropiarían la banca, ni acabarían con el paro ni harían una purga en las instituciones heredadas; fue como mucho una reforma social con el mercado como guía”.

Y luego, el azar: en 1983 hubo dos aparatosos accidentes aéreos en Barajas y ardió la discoteca Alcalá 20, lo que aumentó la sensación de que las muertes se sucedían sin control y nadie era capaz de poner orden.

Foto: Abuela y nieta en Vitoria. (EFE)

'Madrid, 1983' es un libro sólido y recomendable, pero tiene algunos problemas. Uno es de estructura: al estar dividido por temas no sigue un orden cronológico, por lo que a veces avanzamos y retrocedemos en el año de manera algo confusa. Otro es que todo él está impregnado de una nostalgia un poco sentimental que asume el relato del “desencanto” con el PSOE. Aquí los luchadores del barrio son los héroes y los jóvenes políticos socialistas son, en ocasiones, unos seres desbordados que no quieren o no saben transformar el país de acuerdo con lo que, ahora, una parte de mi generación considera que debería haber sido una verdadera transición. Puede que también por esa razón, el libro pone mucho énfasis en la brutalidad de la política antiterrorista de la época y algo menos en la brutalidad del propio terrorismo.

Aun así, 'Madrid, 1983' es un estupendo retrato de un momento único en una ciudad singular, en la que el estallido de la Movida fue tan solo un pequeño y bienvenido episodio frívolo en mitad de una constante sucesión de 'carabancheles'.

En muchos sentidos, a principios de los años ochenta, no había mejor radiografía de lo que eran España y Madrid que Carabanchel. Y, más concretamente, su cárcel. Como cuenta el periodista Arturo Lezcano en 'Madrid, 1983. Cuando todo se acelera', que acaba de publicar Libros del KO, ese año convivían allí “miembros de los Grapo, ETA político-militar, ETA militar, Comandos Autónomos Anticapitalistas, grupos anarquistas (...) miembros de bandas ultraderechistas varias” y, por supuesto, delincuentes comunes. La cárcel tenía capacidad para 500 presos, pero llegó a haber más de 2.000, un 90% de los cuales eran preventivos.

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