El erizo y el zorro
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Fascinante Francesc Tosquelles: el catalán psicoanalista y socialista que odiaba a Stalin
Revolucionó la medicina mental en la II República como cuenta un libro brillante y complejo, 'Tosquelles. Curar les institucions', de Joana Masó
El 4 de abril de 1931, Francesc Macià proclamó en el Palacio de la Generalitat de Barcelona la República Catalana, integrada en la Federación de Repúblicas Ibéricas. Las consecuencias políticas del acto son conocidas —generó enormes tensiones en la naciente Segunda República y puso en marcha la redacción del primer estatuto de autonomía de Cataluña—, pero es menos sabido que entre los asistentes al acto estaba Francesc Tosquelles.
Tosquelles era entonces un estudiante de medicina, nacido en Reus en 1912. Había empezado a dar alguna charla en centros culturales para trabajadores —poco antes se había creado el Bloque Obrero y Campesino (BOC), que luego se transformaría en el Partido Obrero Unificado Marxista (POUM), del que Tosquelles fue miembro—, a estudiar las vinculaciones entre el socialismo y el psicoanálisis y a psicoanalizarse. En el momento en que Macià proclamaba la República, Barcelona era conocida como 'la pequeña Viena', a resultas de la llegada de numerosos psicoanalistas centroeuropeos que huían del nazismo.
Ese fue el ambiente intelectual y político en el que se formó Tosquelles y en el que decidió, ya siendo médico psiquiatra, revolucionar la práctica de la medicina mental y los tratamientos a los que se sometía entonces a quienes se consideraba locos. Lo cuenta un libro brillante y complejo,
Pero mientras la República y el Gobierno catalán intentaban llevar a cabo una modernización de la medicina mental, llegó la guerra y Tosquelles, un personaje excéntrico, con ideas que a veces lo acercaban más al surrealismo artístico que a la práctica médica tradicional, se marchó al frente de Aragón y a Extremadura para crear servicios de atención psiquiátrica para los soldados del ejército republicano. Luego repitió la operación en los campos de refugiados en los que el Gobierno francés ubicó a los exiliados españoles. Y cuando se instaló definitivamente en el país, organizó como pudo, en el hospital donde empezó a trabajar, en Saint-Alban, la resistencia a la cruel medida impuesta por los nazis, que en ese momento ocupaban Francia: dejar morir de hambre a 40.000 pacientes de hospitales psiquiátricos.
Alienado contra sí mismo
En Saint-Alban se crearon sistemas para que los enfermos colaboraran con los campesinos y compartieran el fruto de su trabajo en el campo, para que salieran a trabajar en los jardines y al bosque a por setas. Los pacientes hasta hacían su propio periódico. “El enfermo mental es un hombre que ha roto el contrato social, y el internamiento es cómplice porque lo encierra aún más en su psicología.”, dijo más tarde Tosquelles, convertido ya en un psicoterapeuta reconocido que mezclaba su práctica radical con las ideas filosóficas que estaban de moda en la Francia de la época. “Pero por muy hundido que esté en la locura, incluso el más afectado mantiene una parte de la sociabilidad. Tiene que cogerse a esta tabla de salvación. Hay que apostar al alienado contra sí mismo”.
Una parte de las ideas de Tosquelles parecen hoy puro sentido común: se empeñó en dar un trato humano, dignidad y una actividad social a los enfermos, y en enseñar a las monjas y los enfermeros una cierta educación médica: la monja superiora de la institución se quejaba de esas prácticas, pero más tarde se convirtió en su mejor aliada. Muchas de sus ideas permanecieron arraigadas en las luchas ideológicas de los años treinta: “el Estado siempre es fascista —dijo en una entrevista— da igual que sea de derechas, de izquierdas o de centro. La función del Estado es impedir que haya instituciones”, instituciones que él solo creía posibles si eran autónomas y orgánicas, como las expresiones de autoorganización anarquista.
Otras ideas parecen hijas de la cantidad de nociones disparatadas que surgieron del mundo intelectual de Freud y Lacan
Pero otras ideas parecen hijas de la cantidad de nociones disparatadas que surgieron del mundo intelectual de Freud y Lacan, y de la interpretación que hicieron de este filósofos que parecían mucho más interesados en la espectacularidad conceptual que en la cura real de los enfermos, en la plasmación artística del inconsciente y la locurao en sus implicaciones políticas. El caso más extremo fue el de Franz Fanon, un psiquiatra discípulo de Tosquelles que, después de intentar reformar la práctica psiquiátrica en la colonia francesa de Argelia, acabó vinculando la práctica médica y la descolonización y escribiendo el manual que esgrimieron muchos terroristas de los años sesenta para justificar el uso de la violencia, “Los condenados de la tierra”.
El libro de Joana Masó es un documento magnífico, que incluye fotos, recortes, cuadros y otros objetos vinculados a la obra de Tosquelles —también aparecen artículos suyos y entrevistas— y al ambiente intelectual y material en el que se movió; en cierta medida, reproduce en su forma heterodoxa la heterodoxia del personaje retratado y su radicalismo político.
La fusión de marxismo y psicoanálisis dio pie a un muchos disparates intelectuales durante buena parte del siglo XX. Pero Tosquelles es un personaje fascinante, adictivo, extravagante, un socialista que odió a Stalin, lleno de impulsos anarquistas y de preocupación por los enfermos. Hoy es difícil saber qué queda en pie de sus teorías psiquiátricas y terapéuticas, pero sin duda vale la pena acercarseal personaje. “Tosquelles. Curar les institucions” es una manera estupenda de hacerlo.
El 4 de abril de 1931, Francesc Macià proclamó en el Palacio de la Generalitat de Barcelona la República Catalana, integrada en la Federación de Repúblicas Ibéricas. Las consecuencias políticas del acto son conocidas —generó enormes tensiones en la naciente Segunda República y puso en marcha la redacción del primer estatuto de autonomía de Cataluña—, pero es menos sabido que entre los asistentes al acto estaba Francesc Tosquelles.
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