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¿Pincha la 'burbuja Netflix'? La sociedad de la suscripción y sus límites
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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¿Pincha la 'burbuja Netflix'? La sociedad de la suscripción y sus límites

Parece que estamos dispuestos a sacrificar el sueño para consumir un poco más de todo lo que tenemos a nuestra disposición por pagar una suscripción pero, ¿hasta cuándo?

Foto: Logos de diversas plataformas audiovisuales
Logos de diversas plataformas audiovisuales

En 2017, el consejero delegado de Netflix, Reed Hastings, dijo la frase que define el consumo cultural en nuestra era. Afirmó que, en realidad, su empresa no competía con otras plataformas de streaming, como HBO o Amazon Prime. Tampoco con la PlayStation y otras actividades de ocio que podían resultar más atractivas para sus clientes potenciales. En realidad, dijo, Netflix compite con el sueño. “Hay una serie o una película que te mueres por ver, y te quedas por la noche hasta tarde, de modo que en realidad competimos con el sueño”. Lo mejor era cómo terminaba la frase: “¡Y vamos ganando nosotros!”.

Es cierto: parece que estamos dispuestos a sacrificar el sueño para consumir un poco más de todo lo que tenemos a nuestra disposición por pagar una suscripción. El problema es que la lucha no es solo entre el sueño y Netflix. Muchos tenemos ahora varias suscripciones. En realidad, un número desproporcionado, si contamos las horas de vigilia en las que no trabajamos. El otro día se me ocurrió contarlas y sumar el coste, y les recomiendo que no lo hagan: creo que podría reducir entre un tercio y la mitad y apenas lo notaría. Sin embargo, sé que no lo voy a hacer, por una mezcla de desidia y avaricia. ¿Por qué darse de baja de HBO si son cinco euros? ¿Y si en algún momento quiero ver 'Los Soprano', que no he visto en veinte años, y que ahora tampoco tengo tiempo para ver?

Pero las suscripciones no abarcan solo el ámbito del ocio cultural. Además de las plataformas de streaming, de música y una cantidad absurda de periódicos y revistas, en casa pagamos un servicio de almacenamiento en la nube, algo de software y yo, después de años detestando ir al gimnasio, he empezado a utilizar una aplicación para hacer deporte en casa. Muchos amigos suman a eso videojuegos o esports. Todo sigue siendo ridículamente barato: por lo que antes costaba la suscripción anual a un periódico (unos 400 euros), ahora puedes suscribirte a entre cuatro y ocho, dependiendo de las ofertas (pueden hacerlo ahora mismo a El Confidencial por 89 euros: ¡suscríbanse!), y practicar gimnasia en casa con planes a medida supone pagar un tercio menos que en un gimnasio; por lo que respecta a la música, un servicio de streaming mensual sigue costando menos que un CD.

'Homo suscripterens'

Sin embargo, más allá de que los servicios digitales sean mucho más baratos que los físicos, la realidad es que el modelo económico en el que vivimos muchos de nosotros ha cambiado en la última década sin que apenas nos diéramos cuenta, ni por supuesto lo decidiéramos conscientemente: somos el 'homo suscripterens'. En un informe reciente de su sistema de pagos, el banco Barclays lo ha definido como 'la sociedad de la suscripción': cada británico (no hay datos españoles) se gasta 620 libras al año en servicios de suscripción y un 81 por ciento de los hogares británicos tiene por lo menos una suscripción digital.

Aun así, la lucha contra el sueño o por nuestra atención, o las herramientas que necesitamos para trabajar, tiene sus límites. Varios estudios (como este de la consultora Activate) coinciden en señalar que la tendencia seguirá creciendo y tenderemos a gastar más en suscripciones. Las compañías de streaming de series y películas invierten cada vez más en producciones para atraer nuestra atención; Spotify está gastando fortunas en contratar a estrellas de los podcasts —desde Bruce Springsteen y Barack Obama al conflictivo, pero muy escuchado, Joe Rogan, que recibió de la plataforma 100 millones de dólares a cambio de sus 16 millones de oyentes mensuales—, y Microsoft se ha gastado 60.000 millones de dólares en comprar una productora de videojuegos para enriquecer la oferta de su servicio de suscripción. No parece un negocio en declive (aunque quizá sí uno que está hinchando una burbuja).

Es posible que empecemos a estar cansados del ecosistema de las suscripciones

Al mismo tiempo, es posible que empecemos a estar cansados del ecosistema de las suscripciones. No por lo que cuestan, sino por el poco partido que les sacamos y, aún más, porque es un gasto que controlamos poco: gente perfectamente responsable en el manejo del dinero y en la asignación de gastos domésticos, simplemente, no nos acordamos de cuánto pagamos y a qué estamos suscritos. Es una sensación irritante.

Esto empieza a tener consecuencias. Netflix se ha despeñado en bolsa porque ha reconocido que, a pesar de lo mucho que gasta y el éxito de series como 'El juego del calamar', las suscripciones aumentan con mucha mayor lentitud. Peloton, el servicio de gimnasia en casa —de gama muy alta—, ha empezado a perder suscriptores. Han aparecido aplicaciones como trackmysubs.com, que permiten controlar el número de suscripciones que tenemos y poner un techo al gasto mensual en esos servicios (lo divertido es que, a partir de cierto uso, trackmysubs.com requiere el pago de una suscripción). Y empiezan a abundar los artículos con recomendaciones para no volverse loco con las suscripciones: ¡cuidado con las pruebas gratuitas! ¡Cuidado con las renovaciones automáticas! ¡Cuidado con los micropagos de tu tienda de apps que habías olvidado!

En realidad, la economía de la suscripción es infinitamente más sana que la que regía el mundo digital hace apenas una década, cuando los periódicos eran gratuitos y no tenían un modelo de negocio claro, la piratería musical y de productos audiovisuales era más habitual y se hacían chanchullos para acceder a software sin licencia. Parece, además, que va a ser una parte fundamental de la nueva economía digital, lo cual es bueno para quienes nos dedicamos a trabajar con información y quienes consumimos cultura con cierta ansiedad. Pero eso no quita que nos demos cuenta con perplejidad de hasta qué punto hemos asumido este modelo de manera gradual, inconsciente y ahora casi irreversible. Somos la sociedad de la suscripción. Seguro que pronto nos suscribiremos a algo que nos recuerde que también tenemos que dormir.

En 2017, el consejero delegado de Netflix, Reed Hastings, dijo la frase que define el consumo cultural en nuestra era. Afirmó que, en realidad, su empresa no competía con otras plataformas de streaming, como HBO o Amazon Prime. Tampoco con la PlayStation y otras actividades de ocio que podían resultar más atractivas para sus clientes potenciales. En realidad, dijo, Netflix compite con el sueño. “Hay una serie o una película que te mueres por ver, y te quedas por la noche hasta tarde, de modo que en realidad competimos con el sueño”. Lo mejor era cómo terminaba la frase: “¡Y vamos ganando nosotros!”.

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