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El mejor periodista del momento retrata a 12 criminales únicos (y muy vanidosos)
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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El mejor periodista del momento retrata a 12 criminales únicos (y muy vanidosos)

Patrick Radden Keefe disecciona en 'Maleantes' la historia real de una docena de delincuentes de carne y hueso, entre los que hay desde estafadores hasta asesinos

Foto: El periodista y escritor Patrick Radden Keefe. (EFE/Quique García)
El periodista y escritor Patrick Radden Keefe. (EFE/Quique García)
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El 12 de febrero de 2010, Amy Bishop, una bióloga de 44 años que daba clases en la Universidad de Alabama, acudió a una reunión de su departamento. No lo hizo de buena gana. Sus compañeros le habían denegado un puesto fijo como profesora titular y se le acababa el contrato que tenía en vigor. Bishop se mantuvo en silencio durante todo el encuentro y, cuando este iba a terminar, sacó una pistola del bolso y disparó a la jefa del departamento en la cabeza. Luego apuntó y disparó a otras cinco personas. Tres murieron en el acto y otras tres quedaron malheridas. Bishop salió del edificio y fue detenida sin oponer resistencia. Era doctorada por Harvard, tenía un matrimonio estable y cuatro hijos, y nunca había consumido drogas. De modo que la policía interpretó rápidamente el tiroteo como el fruto de su frustración por no haber conseguido el puesto fijo. Pero ese mismo día el policía de Alabama a cargo del caso recibió la llamada de otro de Massachusetts que le informó de que, 25 años antes, Bishop había matado de un disparo a su hermano adolescente.

En 2013, el periodista Patrick Radden Keefe contó esta historia y su desenlace en la revista New Yorker bajo el título "Una escopeta cargada". Ganó el premio al mejor reportaje del año y se convirtió en un pequeño clásico de la no ficción por su ritmo narrativo y los matices con los que describe al elenco de personajes: la asesina, sus padres —que no está claro si mintieron para que Bishop se librara de la cárcel por la muerte de su hermano—, el problemático policía que la dejó libre entonces o el marido que siempre instigó su resentimiento y su comportamiento impredecible.

placeholder Portada de 'Maleantes', de Patrick Radden Keefe.
Portada de 'Maleantes', de Patrick Radden Keefe.

Ahora, Keefe ha reunido esa historia con otros 11 largos artículos en el libro Maleantes. Historias reales de estafadores, asesinos, rebeldes e impostores (Reservoir Books). En él, retrata a gente que se pasó al lado peligroso de la vida. El libro no tiene una tesis explícita, pero durante su lectura uno constata dos cosas. La primera, que la mayor parte de maleantes llevan a cabo actividades supuestamente secretas, pero suelen tener un enorme afán de notoriedad que acaba perjudicándoles. La segunda, que, en consecuencia, sus vidas suelen acabar muy mal.

Es lo que le pasó a Mathew Martoma. Este era un joven inversor en un hedge fund que sonsacó a un viejo y respetable catedrático de Medicina que un medicamento para el alzhéimer que estaba en la fase de pruebas no funcionaba como se esperaba. Antes de que el resto del mundo conociera esa información, Martoma vendió todas las acciones de la empresa farmacéutica que lo iba a fabricar y obtuvo unos beneficios ilícitos de 250 millones de dólares para su hedge fund y un bonus de nueve para sí mismo. Es el caso de Monzer al-Kassar, conocido como el Príncipe de Marbella. Este era un traficante de armas sirio que fue objeto de una trampa en la que dos agentes estadounidenses se hicieron pasar por compradores de armamento de las FARC colombianas, pero que antes de su caída encarnó todo el glamour árabe en la Costa del Sol (en el reportaje, hace una aparición inesperada el comisario Villarejo). También acabó mal Willem Holleeder, un mafioso holandés que se convirtió en una celebridad en su país porque, en un momento en que la delincuencia estaba dominada por inmigrantes y criminales internacionales, él tenía los modales y el acento de la vieja clase trabajadora local. Al final, fue traicionado por su propia hermana.

placeholder Willem Holleeder. (EFE/Archivo)
Willem Holleeder. (EFE/Archivo)

Todos estos reportajes del libro, y los demás, están increíblemente documentados. Keefe viaja a donde haga falta para encontrar nuevas pistas, habla con los protagonistas y con sus familiares una y otra vez, les pregunta y les seduce para que le cuenten su versión de la historia. Keefe casi siempre encuentra algo en la infancia o la juventud de los maleantes que le permite, si no explicar, sí al menos intuir qué les llevó a la criminalidad y a mostrar una actitud muchas veces cruel y despiadada. La mayoría se presentan a sí mismos como justicieros, gente honesta que solo ha pretendido hacer el bien o ganarse la vida como ha podido; en unos cuantos casos —como el de Bishop—, no es difícil advertir que en lo más profundo de su mente algo está irremediablemente roto.

Es un maestro de su oficio. Sabe cómo hacer que quieras saber más sobre los personajes, que necesites conocer la resolución de los casos

Pero muchos son también simples exhibicionistas: después de que Keefe publicara el artículo aquí recogido sobre el Chapo Guzmán, el célebre narcotraficante mexicano, recibió una llamada del abogado de este. Keefe se asustó, pensó que quizá querían amenazarle o incluso matarle. Pidió consejo a gente con experiencia en casos así. Al final, descubrió que lo que quería el abogado era proponerle que ayudara al Chapo a escribir su autobiografía. A los delincuentes nada parece gustarles más que contar su vida a un periodista para verla luego por escrito.

placeholder Mathew Martoma. (Reuters/Archivo/Andrew Kelly)
Mathew Martoma. (Reuters/Archivo/Andrew Kelly)

Keefe es un maestro de su oficio. Sabe cómo hacer que sigas leyendo, que quieras saber más sobre todos los personajes, que necesites conocer la resolución de los casos. Y la extensión de los artículos, de unas 50 páginas cada uno, ayuda. Sus dos libros anteriores, No digas nada, sobre el conflicto en Irlanda del Norte, y El imperio del dolor, sobre la familia propietaria de la farmacéutica que comercializó el opioide que hoy provoca decenas de miles de muertes en Estados Unidos, son dos obras maestras del periodismo de largo alcance. Maleantes, por su propia naturaleza de recopilación de artículos, en la que alguno no acaba de encajar perfectamente, no lo es. Pero todos los reportajes recogidos en el volumen son ejemplos brillantes de lo atractiva que es la realidad si se cuenta bien. Y exponen las múltiples y muchas veces incomprensibles raíces del comportamiento de las personas que deciden vivir en la ilegalidad, se vuelven adictas a las trampas o se dejan llevar por la violencia.

El 12 de febrero de 2010, Amy Bishop, una bióloga de 44 años que daba clases en la Universidad de Alabama, acudió a una reunión de su departamento. No lo hizo de buena gana. Sus compañeros le habían denegado un puesto fijo como profesora titular y se le acababa el contrato que tenía en vigor. Bishop se mantuvo en silencio durante todo el encuentro y, cuando este iba a terminar, sacó una pistola del bolso y disparó a la jefa del departamento en la cabeza. Luego apuntó y disparó a otras cinco personas. Tres murieron en el acto y otras tres quedaron malheridas. Bishop salió del edificio y fue detenida sin oponer resistencia. Era doctorada por Harvard, tenía un matrimonio estable y cuatro hijos, y nunca había consumido drogas. De modo que la policía interpretó rápidamente el tiroteo como el fruto de su frustración por no haber conseguido el puesto fijo. Pero ese mismo día el policía de Alabama a cargo del caso recibió la llamada de otro de Massachusetts que le informó de que, 25 años antes, Bishop había matado de un disparo a su hermano adolescente.

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