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Por qué la izquierda acepta sin problemas la amnistía
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Por qué la izquierda acepta sin problemas la amnistía

Quienes nos oponemos a la amnistía a veces nos mostramos perplejos ante esta aquiescencia con una medida utilitarista, discriminatoria y elitista. Pero hay razones por las que parte de la izquierda considera que es un precio razonable a pagar

Foto: Pedro Sánchez, en una imagen de archivo. (Europa Press/Eduardo Parra)
Pedro Sánchez, en una imagen de archivo. (Europa Press/Eduardo Parra)
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Esta semana, los militantes del PSOE votan los pactos para la investidura de Pedro Sánchez. La amnistía no figura de manera explícita en la papeleta, pero está implícita. Y la aprobarán de manera muy mayoritaria. En las próximas elecciones, los votantes del PSOE seguramente no castigarán al partido por ella. Y los simpatizantes de Sumar están encantados con que se produzca.

Quienes nos oponemos a la amnistía, a veces nos mostramos perplejos ante esta aquiescencia con una medida utilitarista, discriminatoria y elitista. Pero hay razones por las que la mayor parte de la izquierda considera que es un precio razonable a pagar a cambio de un nuevo Gobierno progresista. Los profesionales de los argumentos políticos de la Moncloa y los medios afines las han refinado y difundido. Y, por supuesto, no tienen nada que ver con la reconciliación. Pero, en contra de lo que creen muchos analistas, son genuinas, ideológicas y de fondo. He intentado entenderlas. Creo que estas cuatro son las principales:

1. Mientras exista Vox, los votantes de izquierdas estarán dispuestos a transigir prácticamente con cualquier cosa para evitar un Gobierno de coalición de las derechas. La estrategia electoral de Pedro Sánchez, según la cual la política española es un enfrentamiento entre el progreso y la degradación filofascista, ha funcionado. Es posible que algunos votantes de izquierdas se hayan desilusionado con los cinco años de gobierno de Sánchez o que hayan llevado mal la provocadora ineptitud de sus socios de coalición. Pero todo ello les parece preferible a un Gobierno con Santiago Abascal de vicepresidente, Rocío Monasterio de ministra de Familia y Jorge Buxadé, de Cultura. Incluso muchos centristas hemos podido entender el dilema. La amnistía lo agrava aún más. Pero para el votante de izquierdas la respuesta sigue siendo relativamente fácil: cualquier cosa menos un Gobierno con Vox.

2. Llevamos mucho tiempo hablando de la falta de liderazgo de la nueva generación de políticos. Estos, hemos sostenido algunos, lideran a golpe de encuesta y no se atreven a enfrentarse a las convicciones de sus votantes. Sin embargo, Pedro Sánchez tiene todos los rasgos que se atribuyen a los líderes fuertes. Más que transformar un partido, ha sabido crear una iglesia; más que barones, tiene obispos; más que votantes, feligreses. Muchos de ellos no confían ciegamente en su infalibilidad; muchos tienen frecuentes problemas de conciencia. Pero asumen que deben seguir a Sánchez adonde les lleve porque este tiene un plan, como demuestran la testarudez y habilidad con las que ha salvado obstáculos que parecían insalvables: su defenestración en 2016, una moción de censura casi imposible, un Gobierno de coalición que no deseaba, la pandemia, la guerra y, hoy, la necesidad de unos pactos incómodos. Todos esos episodios —reinterpretados como épicos acontecimientos que forjaron a un líder— refuerzan su autoridad para convencer a sus votantes de que se adapten a las decisiones que él toma. Todo político sueña con disponer de un liderazgo semejante.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, conversa con el presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido, y el presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Vicente Guilarte. (EFE/Ballesteros)

3. El PSOE ha sabido transmitir que unos pactos de investidura aparentemente indeseables son el precio a pagar por un bien mayor: lo que, de manera un tanto equívoca, llama “políticas sociales”. Para el votante de izquierdas, esa clase de políticas, que incrementan el gasto público y generan medidas asistenciales, son un bien absoluto. Puede que algunas tengan efectos injustos (como el aumento de las pensiones más elevadas), puede que otras no lleguen a todos sus destinatarios (como el ingreso mínimo vital o los 200 euros contra la inflación). Algunas regulaciones sociales, como las del alquiler, tienen efectos contrarios a los pretendidos. Pero, aun así, para esos votantes el progreso consiste en esa clase de políticas, que tienen una función económica, que como se ve a veces se cumple y otras no, y una moral, que es independiente de la primera y que identifica lo social con la bondad. La amnistía es una molestia relativamente pequeña en comparación con la posibilidad de contar con un Gobierno que hace el bien y beneficia a millones de personas.

4. Muchos votantes del PSOE aceptan el statu quo actual: la Constitución, la monarquía, la unidad de la nación. Pero creen que la derecha tiene secuestradas algunas instituciones como el poder judicial, controla parte del alto funcionariado, ejerce un poder desmesurado en algunas comunidades autónomas y goza de una sobrerrepresentación injusta en el Ibex y la prensa. Y creen que la tarea de la izquierda es acabar con esa situación. Pero para eso hacen falta aliados. Cualquiera sería aceptable, pero los nacionalistas periféricos lo son especialmente. Porque para muchos votantes de izquierdas —y, sobre todo, para muchos progresistas madrileños— esos nacionalismos, y especialmente el catalán, son fuerzas de progreso que pueden, si se encauzan adecuadamente, contribuir a la modernización del Estado y de la sociedad. Puede que algunos de esos partidos tengan rasgos xenófobos y clasistas, piensa el votante de izquierdas, pero por lo general, cree, eso se trata de una exageración interesada de la derecha, y en realidad, en la medida en que defienden una España plural y se oponen a las élites de derechas, son progresistas. Ese votante cree que sumarlas a la gobernación, aunque sea a cambio de una medida como la amnistía o, en el caso de Bildu, asumiendo que se enorgullece de su espantoso historial de apoyo a la violencia, no solo es un trago tolerable, sino que es potencialmente bueno: hace a España más diversa y obliga a estas formaciones a comprometerse con España.

Foto: Pedro Sánchez y Pere Aragonès, en una imagen de archivo. (EFE/Quique García)
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Aunque tienen muchos elementos coyunturales, de pura oportunidad, estas cuatro razones son mucho más robustas entre los votantes de izquierdas de lo que a muchos nos gustaría creer. Por eso quienes nos oponemos a la amnistía deberíamos tomárnoslas en serio. Son las razones por las que su aprobación no pasará factura a Sánchez.

Esta semana, los militantes del PSOE votan los pactos para la investidura de Pedro Sánchez. La amnistía no figura de manera explícita en la papeleta, pero está implícita. Y la aprobarán de manera muy mayoritaria. En las próximas elecciones, los votantes del PSOE seguramente no castigarán al partido por ella. Y los simpatizantes de Sumar están encantados con que se produzca.

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