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Por qué las canciones son más tristes y otras grandes tendencias de 2023
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Por qué las canciones son más tristes y otras grandes tendencias de 2023

Nuestras sociedades se han vuelto más adictas a la tristeza, son más conservadoras, el mejor modelo de negocio es monetizar nuestro narcisismo y vivimos una era de esplendor de los genios insoportables

Foto: El legislador republicano George Santos, expulsado de la Cámara de Representantes. (EFE/EPA/Jim Lo Scalzo)
El legislador republicano George Santos, expulsado de la Cámara de Representantes. (EFE/EPA/Jim Lo Scalzo)

Otro año, otra vez la misma pregunta: ¿se pueden detectar grandes tendencias en la cultura que ayuden a entender hacia dónde vamos? La respuesta es muy difícil. Pero sí hay algunas corrientes que dicen algo de la manera en que vemos el mundo. Este es mi resumen anual de ellas: nuestras sociedades se han vuelto un poco más adictas a la tristeza, son en muchos aspectos más conservadoras, el mejor modelo de negocio es monetizar nuestro narcisismo y vivimos una nueva era de esplendor de los genios insoportables.

Nuestro tiempo está dominado por las canciones tristes. En agosto de este año, Spotify anunció que la “música que hace que te sientas bien aunque estés triste” se ha convertido en una tendencia. Y la generación Z, los nacidos entre 1990 y 2005, aproximadamente, escucha más canciones tristes que la gente de más edad. El crítico musical Ted Gioia aportó datos para respaldar la idea de que la música pop es más lúgubre que nunca. Desde principios de este siglo, más canciones lentas llegan a las listas de grandes éxitos, pero la mayoría de ellas no son canciones de amor, sino de desconsuelo. Hay otro dato: en la década de 1960, que muchos consideran la mejor de la historia del pop, un 85% de las canciones estaban en un tono mayor (que se asocia a la animación o la alegría), mientras que ahora solo lo están la mitad. Gioia especula sobre las razones: ¿es porque ahora escuchamos la música a solas con auriculares, y no con más gente alrededor del tocadiscos? ¿Es porque nos hemos vuelto más narcisistas? ¿O hay razones políticas que nos han vuelto más pesimistas? Es difícil saberlo. Quizá sea solo una moda. Pero las modas acaban conformando la política y la economía, además de la cultura, mucho más de lo que en ocasiones pensamos.

La cultura ha perdido la capacidad de innovar. La mayoría de las películas más exitosas del año —como las de superhéroes, Misión imposible, Super Mario Bros o Barbie— forman parte de sagas o están protagonizadas por personajes del pasado. Ante la falta de popularidad del arte contemporáneo, los museos se inventan exposiciones que mezclan obras de viejos artistas con montajes virtuales. Los acontecimientos literarios de este año han sido novelas como El problema final, de Pérez Reverte, basada nada menos que en Sherlock Holmes, o un Premio Planeta que cuenta de nuevo la historia de la España rural y atrasada del siglo XX. Hace unos meses escribí un artículo entero dedicado a este estancamiento de los temas y las formas de la cultura contemporánea: “Aunque haya artistas innovadores, vivimos una era que parece condenada a los revivals y al regreso constante a territorios ya conocidos. Parece una mezcla de nostalgia y de genuina incapacidad —dije entonces—. En un tiempo en que se venera tanto la innovación en otros campos, la cultura ha dejado de ser un territorio que explorar y se ha convertido en un refugio en el que sentirse como en casa”.

Cuando lo publiqué, no sucedió lo que esperaba. No recibí mensajes airados de compositores, poetas o artistas visuales en los que afirmaran que ellos sí eran innovadores y que vivimos un tiempo de efervescencia cultural. Todo el mundo pareció más bien encogerse de hombros o, incluso, darme la razón resignadamente. No es un drama, pero la cultura se ha vuelto muy conservadora. Y todos parecemos haberlo asumido sin demasiados problemas.

Foto: El escritor francés Michel Houellebecq. (EFE/Juan Herrero)
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El modelo de negocio perfecto es monetizar nuestro narcisismo. Por supuesto, esto no es algo nuevo. En mayor o menor medida, la industria de la moda, de los cosméticos o de la cirugía estética llevan haciéndolo siglos. La cultura siempre ha sido un campo bastante propicio para esta clase de transacciones: yo me he gastado mucho dinero en determinados libros o discos porque pensaba que reforzaban mi deseo de parecer distinto y mejor que los demás. Pero la tecnología ha perfeccionado hasta el límite este mecanismo. Como tú tienes ganas de mostrarle al mundo el buen gusto musical que tienes, Spotify te ofrece la posibilidad de enseñar de manera automatizada y atractiva las canciones que más has escuchado durante el año: es un recurso de Spotify para hacerse viral a tu costa. Todos los escritores, periodistas y activistas políticos odiamos Twitter, pero Elon Musk ha entendido perfectamente cómo funciona nuestra mente: por mucho que lo detestemos, nunca renunciaremos a mostrar lo brillantes y comprometidos que creemos que somos, y, por lo tanto, ahí seguimos, trabajando para él. Viendo ayer con mi sobrina cómo son las fotos que ponen los adolescentes en Instagram, pensé que es una expresión insuperable de esta lógica: estos chavales seguramente no saben que Meta monetiza sus hormonas. Pero no importa: les daría lo mismo. Por eso es un modelo de negocio tan admirable.

Hay una plaga de gente más inteligente que tú, y mucho más idiotas que la mayoría. Uno de los libros que me han gustado más este año es Going Infinite, del periodista estadounidense Michael Lewis (la editorial Deusto lo publicará próximamente en castellano). Este cuenta la historia de Sam Bankman-Fried, el joven creador de un negocio de criptomonedas que no solo se hizo millonario —en un momento dado, su fortuna estuvo valorada en 15.000 millones de dólares— sino que se convirtió en una estrella. Propagó la filosofía de la “filantropía efectiva”, según la cual hay que donar dinero de una manera que maximice su impacto entre los necesitados, encarnó la cara amable y fiable de las monedas electrónicas y se codeó con figuras globales de la política y la economía. Más tarde se supo que todo era un fraude y este año se le juzgó y condenó. El retrato que hace de él Lewis es el de un tipo distraído, un poco autista, totalmente ajeno a las convenciones sociales y un genio en la resolución de problemas lógicos y las matemáticas. Él cayó en desgracia, pero ahora mismo representa a un nuevo tipo de triunfador social: el tipo insoportable, incluso odioso, que encuentra la manera de triunfar porque tiene una comprensión del mundo especial o es inusualmente terco. Esa tendencia también la ha retratado la nueva biografía de Elon Musk, de Walter Isaacson (editorial Debate), por ejemplo. Pero no sucede solo en el mundo de las finanzas y la tecnología: el genio idiota también ha sido una de las figuras destacadas en el periodismo y la política.

Mi ejemplo preferido es el de George Santos: este fue escogido congresista de Estados Unidos, pero este año se ha sabido que todo lo que contó en la campaña era mentira: sus antepasados no fallecieron a manos de los nazis, como dijo; de hecho, no era judío, como afirmó; no estudió en universidades de élite, no trabajó en Goldman Sachs ni en Citigroup, nunca fue víctima de delitos que afirmó que habían tenido lugar. Después de que se supiera, sus propios colegas del Partido Republicano le expulsaron de la Cámara de Representantes. ¿El resultado? Ahora gana más dinero que antes haciendo vídeos personalizados de pago en la red social Cameo.

Otro año, otra vez la misma pregunta: ¿se pueden detectar grandes tendencias en la cultura que ayuden a entender hacia dónde vamos? La respuesta es muy difícil. Pero sí hay algunas corrientes que dicen algo de la manera en que vemos el mundo. Este es mi resumen anual de ellas: nuestras sociedades se han vuelto un poco más adictas a la tristeza, son en muchos aspectos más conservadoras, el mejor modelo de negocio es monetizar nuestro narcisismo y vivimos una nueva era de esplendor de los genios insoportables.

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