Es noticia
Capitalismo pop: hágase rico comprando acciones de una canción de Beyoncé
  1. Cultura
  2. El erizo y el zorro
Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

Por

Capitalismo pop: hágase rico comprando acciones de una canción de Beyoncé

Numerosos músicos están vendiendo los rendimientos futuros de sus creaciones a fondos de inversión, convirtiéndolos en productos financieros en los que cualquiera puede invertir

Foto: Beyonce en febrero de 2023 al recibir el premio Grammy al mejor disco de Música Electrónica de Baile por 'Renaissance'. (Reuters/Mario Anzuoni)
Beyonce en febrero de 2023 al recibir el premio Grammy al mejor disco de Música Electrónica de Baile por 'Renaissance'. (Reuters/Mario Anzuoni)

Si en algún momento el rock y la cultura pop fueron emblemas de la rebeldía y la oposición al sistema capitalista, hace mucho tiempo que dejaron de serlo. Algunos piensan que el fin tuvo lugar cuando los Beatles pusieron una tienda de ropa en el barrio más pijo de Londres y empezaron a comprarse mansiones iguales que las de los aristócratas a los que parodiaban en sus discos. O cuando los grupos más irreverentes empezaron a permitir que se utilizaran sus canciones en anuncios: Start Me Up, de los Rolling Stones, apareció en el del sistema operativo Windows 95 y Rock ’n’ Roll, de Led Zeppelin, en el de un coche Cadillac. Bob Dylan, como siempre, fue más lejos: no solo una canción suya, sino también él mismo, aparecieron en un anuncio de la marca de ropa interior femenina Victoria’s Secret.

Pero eso no es nada comparado con lo de ahora. Ahora, los músicos no solo están vendiendo a las agencias de publicidad el derecho a utilizar sus canciones. Están vendiendo los rendimientos futuros de sus creaciones a fondos de inversión. Y estos las están convirtiendo en productos financieros en los que cualquiera puede invertir.

Bowie innovó

La tendencia la inició la estrella de rock más sofisticada y visionaria, David Bowie. En 1997, vendió los ingresos futuros de sus canciones por 55 millones de dólares. El comprador, un banquero con imaginación, cogió esas canciones y lanzó un sofisticado producto financiero. De acuerdo con este, Bowie renunciaba durante un tiempo a la propiedad de sus composiciones e interpretaciones, se ponía a la venta un bono que utilizaba a estas como garantía —del mismo modo, aproximadamente, que una casa es la garantía de una hipoteca— y los compradores de esos bonos recibían un 7,9% de interés anual. Al cabo de diez años, Bowie recuperaba la propiedad de las canciones.

Otros, como James Brown o los herederos de Marvin Gaye, imitaron la operación. Era la época de la locura bursátil y de los productos financieros cada vez más extraños, que con el tiempo acabarían provocando la caída de Lehman Brothers y la crisis financiera global. Pero eso era solo el principio.

Foto: La cantante Shakira. (Reuters)

Tras el auge de las plataformas de streaming, esta práctica se volvió habitual. Bob Dylan vendió los ingresos futuros de sus canciones por 150 millones. Y Justin Timberlake, Justin Bieber, Katy Perry o Shakira han realizado operaciones parecidas. La idea es que, como sus canciones se seguirán escuchando, y generando ingresos, durante mucho tiempo, el artista puede capitalizarlos todos ahora y el inversor aprovecharse indefinidamente de los beneficios que den. No solo en Spotify, Apple Music o YouTube, sino también si se utilizan en anuncios, series o películas, o las versionan otros, o se utilizan de alguna manera rentable para alimentar la inteligencia artificial.

Más allá: compre acciones de una canción

Como contaba hace unos días el Wall Street Journal, ahora esta práctica ha ido más allá con una versión agresiva y popular de los “bonos Bowie”. Ha aparecido una empresa llamada JKBX (léase “Jukebox”) que permite invertir a los ciudadanos comunes, desde casa, en los rendimientos futuros de una canción. Si uno entra en su web le recibe un lema elocuente: “Convierte tu playlist en tu cartera de inversión”. Una vez dentro, se puede explorar el catálogo de la web por géneros (pop, baile/electrónica, R&B, rock, hip-hop/Rap y Alternativa) o simplemente ir viendo un menú en el que aparece el autor de la canción, el intérprete y el precio de cada acción. Así, por ejemplo, usted puede comprar una acción de una canción que canta Taylor Swift (Welcome to New York, 45 dólares), Beyonce (XO, 36 dólares) u otras de Ed Sheeran o OneRepublic, por ejemplo. La rentabilidad, por lo general, ronda el 3%. Más o menos la misma que la de las Letras del Tesoro españolas. Pero esto es mucho más divertido: no tienes un trozo de la deuda de tu país, sino que eres propietario de una parte de una canción.

Lo que dice de nuestra cultura

La conversión de las canciones en activos financieros es solo un paso más en la progresiva transformación de la cultura popular en una parte como cualquier otra del sistema capitalista. Es cierto que, visto desde aquí, los “bonos Bowie” o una empresa como JKBX parecen una aberración. Esto no solo se debe a nuestra reticencia hacia formas extremas de capitalismo, sino a la idea de que la cultura es un sector de la economía muy distinto de los demás, que requiere protección especial y es un bien común. Es posible que sea así. Pero ¿si comerciamos con los rendimientos futuros del trigo o la leche, por qué no íbamos a hacerlo con los de intrascendentes canciones pop? En realidad, en el mundo del cine se han hecho cosas parecidas durante mucho tiempo.

Nuestro mercado cultural es pequeño y pobre comparado con el anglosajón. Pero creo que esta nueva realidad da pistas de por dónde irá el negocio de la cultura del futuro. Requerirá nuevos intermediarios que no serán tradicionales como los editores o los managers, sino tecnológicos y financieros. Obligará a los creadores a ser mucho más imaginativos con sus fuentes de ingresos y a pensar, al crear una obra, de cuántas maneras distintas puede venderla (si una de ellas implica el anuncio de un banco o una serie vinculada a una ideología política, mejor). Generará élites minúsculas de artistas exitosos y pondrá las cosas muy difíciles a la clase media del arte. Y, por supuesto, hará cada vez más inverosímil la idea de que el rock y la cultura pop en general tienen algo de rebeldía o subversión. Yo ya estoy imaginándome la cara del primer funcionario de la Comisión Nacional del Mercado de Valores que tenga que aprobar la emisión de acciones de una canción de Amaia.

Si en algún momento el rock y la cultura pop fueron emblemas de la rebeldía y la oposición al sistema capitalista, hace mucho tiempo que dejaron de serlo. Algunos piensan que el fin tuvo lugar cuando los Beatles pusieron una tienda de ropa en el barrio más pijo de Londres y empezaron a comprarse mansiones iguales que las de los aristócratas a los que parodiaban en sus discos. O cuando los grupos más irreverentes empezaron a permitir que se utilizaran sus canciones en anuncios: Start Me Up, de los Rolling Stones, apareció en el del sistema operativo Windows 95 y Rock ’n’ Roll, de Led Zeppelin, en el de un coche Cadillac. Bob Dylan, como siempre, fue más lejos: no solo una canción suya, sino también él mismo, aparecieron en un anuncio de la marca de ropa interior femenina Victoria’s Secret.

Música
El redactor recomienda