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Qué diría Truman Capote si supiera que ser escritor es un trabajo de oficinista
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Qué diría Truman Capote si supiera que ser escritor es un trabajo de oficinista

La serie 'Feud: Capote vs. The Swans' es mala para lo buena que es la historia, sobre el ascenso del escritor sureño: de guionista maltratado a miembro de la alta sociedad neoyorquina

Foto: Naomi Watts interpreta a Babe Paley en 'Feud: Capote vs. The Swans'. (HBO Max)
Naomi Watts interpreta a Babe Paley en 'Feud: Capote vs. The Swans'. (HBO Max)
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En las últimas décadas, pocas profesiones especializadas han perdido tanto valor social como la de escritor. Es algo que debería preocupar sobre todo a quienes nos dedicamos a escribir. Pero que podrían explicar, sobre todo, los sociólogos. ¿Por qué ha sucedido?

En una de las primeras escenas de Feud: Capote vs. The Swans, la serie que desde el mes pasado puede verse en HBO, Bill Paley, el poderoso magnate que dirigió la cadena de televisión CBS en los años cincuenta y sesenta, recibe la llamada de un amigo diciéndole que Truman se sumará a la cena a la que están invitados. Paley piensa que al fin tendrá la oportunidad de charlar con el presidente Harry S. Truman. Pero luego descubre que el invitado sorpresa es el escritor Truman Capote. Paley se decepciona. Pero Capote, con su amaneramiento y su agudo acento sureño, resulta gracioso y elocuente, y monopoliza la atención de la cena con sus historias maliciosas. De manera inmediata, queda incluido en el grupo social de millonarios y sus muy exquisitas y disfuncionales esposas.

En poco tiempo, Capote pasó de ser un niño maltratado y retraído a escribir libros muy bien recibidos y guiones para Hollywood y Broadway; luego, se hizo célebre con la publicación de Desayuno en Tiffany’s, se convirtió en un miembro de la jet set que sorbía dry martinis en smoking blanco, y luego, gracias al éxito de su libro A sangre fría, hizo tanto dinero que pudo alquilar las inmensas salas de baile del hotel Plaza de Nueva York para organizar una fiesta cuya lista de invitados se convirtió en una especie de “quién es quién” de la alta sociedad neoyorquina.

Capote, por supuesto, es un caso extremo e infrecuente. Pero refleja bien cómo la literatura fue, durante décadas, una actividad que podía llevar al estrellato. A la mayoría de los escritores no les servía como ascensor social. Unos cuantos lograban convertirse en profesionales de clase media. Pero unos pocos, como Capote, vivían en los barrios de la clase alta y los millonarios codiciaban su presencia para exhibir que tenían contactos en el mundo de la cultura: los escritores no solo podían ser divertidos o interesantes, sino que gozaban de estatus.

Capote es un caso extremo e infrecuente. Pero refleja cómo la literatura fue, durante décadas, una actividad que podía llevar al estrellato

Los pillos con talento, pues, podían intentar dar el golpe mediante la literatura porque esta tenía una gran cotización social. En Estados Unidos las probabilidades aumentaban por la fortaleza de la industria del cine, el gran mercado interior y el carácter casi global del inglés. Pero incluso en rincones del mundo como España sucedía algo parecido. Camilo José Cela fue el ejemplo más evidente de escritor obsesionado con el poder que conseguía cualquier forma de ascenso social que se propusiera. Manuel Vázquez Montalbán, y aún en mayor grado Gabriel García Márquez, consiguieron el equivalente comunista a estas historias de éxito: ambos tenían sus casas en las zonas más ricas de Barcelona, y si el primero se hacía fotos con el subcomandante Marcos, el segundo frecuentaba a Fidel Castro.

Actualmente, ningún joven sensato cree que se pueda conseguir algo parecido escribiendo novelas. Se podría pensar que eso se debe a que hoy se venden menos libros que nunca. Es parcialmente cierto, aunque resulta sorprendente la resiliencia de un sector que, además, cada vez requiere más escritores como proveedores de contenidos digitales, guionistas y “negros” de políticos y ejecutivos.

placeholder Truman Capote, fotografiado en Italia en 1953.
Truman Capote, fotografiado en Italia en 1953.

Porque hoy la escritura se ha transformado en una ocupación de oficina, burocrática y tediosa como la de un contable o un abogado. Los escritores famosos no pueden andar todo el día borrachos como Capote ni pasarse años sin escribir achacándolo a la falta de inspiración: su fama se basa en el talento, pero también en el cumplimiento de los compromisos. Los escritores que ocupamos las franjas intermedias de la profesión dedicamos una cantidad inmensa de tiempo a la burocracia.

Cuando uno publica un libro, en general, no recibe la atención de los ricos, sino un excel de un profesional de la comunicación en el que se detallan los compromisos de prensa y los viajes a hoteles de convenciones y negocios. Aceptar el encargo de un artículo o una charla requiere, la mayoría de veces, demostrar que uno ha pagado a Hacienda y la Seguridad Social, y una docena de correos electrónicos con los organizadores que es mejor que uno escriba sobrio. Yo prefiero el papeleo a la resaca, pero es cierto que la profesión ha perdido todo el encanto que pudiera tener.

Capote se suicidó socialmente cuando publicó un cuento que explicaba que sus amigas millonarias eran cornudas, adúlteras y alcohólicas

Como cuenta la serie, que es bastante mala para lo buena que es la historia, Capote se suicidó socialmente cuando, cansado de la rutina de escribir e incapaz de terminar una nueva novela, decidió publicar en la revista 'Esquire' —a cambio de 25.000 dólares de la época— un cuento en el que explicaba de manera bastante transparente que todas sus amigas millonarias eran cornudas, adúlteras y alcohólicas.

Estas, irritadas por la traición de Capote, decidieron hundirle la vida. Dejaron de invitarle a sus elegantes comidas en los restaurantes de lujo de Nueva York y observaron con una mezcla de placer y culpabilidad cómo desaparecía de la alta sociedad y se hundía en un patético alcoholismo y la incapacidad de escribir. A consecuencia de ello, y como si atisbara el futuro, Capote se resignó a convertirse en una parodia de sí mismo. En lugar de escribir, salía en la tele, insultaba a otros escritores y confesaba sus penurias con la adicción, lo cual le daba el dinero que necesitaba para sobrevivir. Era, o eso, o convertirse en un oficinista de nueve a cinco para acabar disciplinadamente su novela en el plazo marcado por la editorial.

En las últimas décadas, pocas profesiones especializadas han perdido tanto valor social como la de escritor. Es algo que debería preocupar sobre todo a quienes nos dedicamos a escribir. Pero que podrían explicar, sobre todo, los sociólogos. ¿Por qué ha sucedido?

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